La resurrección de Jesús generó reacciones contrastantes entre los judíos del siglo I. De acuerdo con los Evangelios, sus discípulos inicialmente mostraron incredulidad (Marcos 16:11; Lucas 24:11), pero después de sus apariciones, se convencieron de que era el Mesías prometido (Juan 20:20; Mateo 28:9).
Figuras como Tomás exigieron pruebas físicas antes de creer (Juan 20:24-29), reflejando la dificultad de aceptar un evento sobrenatural. Este grupo, transformado por la experiencia, se convirtió en el núcleo de la Iglesia primitiva.
Por otro lado, las autoridades religiosas judías —especialmente saduceos y miembros del Sanedrín— rechazaron de forma categórica la resurrección. Según Mateo 28:11-15, sobornaron a los guardias romanos para difundir que el cuerpo de Jesús había sido robado por sus seguidores.
Su oposición fue teológica y política: temían que el movimiento de Jesús desestabilizara su frágil relación con Roma (Hechos 4:1-3; 5:17-18). Los saduceos, que negaban la resurrección (Hechos 23:8), veían esta creencia como una herejía peligrosa.
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Entre el pueblo judío, las posturas variaron. Después del discurso de Pedro en Pentecostés, muchos en Jerusalén se convirtieron (Hechos 2:41; 6:7), aceptando que Jesús era el Cristo.
Sin embargo, otros permanecieron escépticos, influenciados por las autoridades o por la radicalidad del mensaje. Fuentes como Flavio Josefo sugieren que la figura de Jesús continuó siendo controvertida décadas después, aunque su mención de la resurrección es ambigua (Antigüedades Judías 18.3.3).
Las fuentes rabínicas posteriores, como el Talmud, reflejan una hostilidad persistente. En Sanedrín 43a, Jesús es llamado «hechicero» y se descarta su resurrección, mostrando cómo el judaísmo ortodoxo consolidó una narrativa opuesta al cristianismo. Este rechazo se profundizó tras la destrucción del Templo (70 d.C.), cuando ambas religiones tomaron caminos separados.
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La resurrección de Jesús dividió pues a los judíos: mientras sus seguidores la consideraron la base de su fe, las élites la negaron por motivos doctrinales y de poder.
Hoy, estudiosos como N. T. Wright analizan este evento como un punto clave en la ruptura entre judaísmo y cristianismo, resaltando su impacto histórico y teológico. La diversidad de reacciones sigue siendo un tema de debate entre historiadores y teólogos.