Esperaba a Elqui Burgos en la cafetería del hotel Georges V. Pensaba que se estaba retrasando y apuraba una y otra taza de té para esperarlo. Sin embargo, el poeta -a pesar de haberse hecho esperar durante 60 minutos- llegó a la hora exacta.
¿Estaba yo presenciando un acto de magia? ¿Era mi amigo capaz de borrar una hora del universo?… Nada de eso estaba ocurriendo. La explicación era más silvestre. Habíamos hecho la cita por teléfono mientras me encontraba todavía en Londres. Llegado a Francia, no se me había ocurrido cambiar la hora. La diferencia entre los meridianos había producido la confusión. Al final de todo, me alegró saber que el propio Elqui podía causar un desbarajuste del tiempo como suele ocurrir con quienes escriben buena poesía.
No nos habíamos visto en años, pero no hicimos la cuenta de cuántos, y salimos pronto del hotel con rumbo hacia nuestro destino. Teníamos que ir hasta Pont Neuf, el lugar donde el 18 marzo de 1314 fue quemado en la hoguera Jacques de Molay, el último gran maestre de los caballeros templarios.
Ése era un peregrinaje que habíamos hecho juntos con frecuencia durante los tiempos en que yo era un estudiante despreocupado de los horarios y él, como siempre, un poeta que vivía apartado del tiempo y de las preocupaciones mundanas.
Avanzamos hasta llegar al puente del Alma, aquel donde la desdichada princesa Diana perdiera la vida. Ir desde allí hasta el Puente Nuevo significaba hacer un recorrido muy largo. Pensé que íbamos a tomar el metro o un taxi, pero no fue así.
El poeta, un espía del mundo
Se me había olvidado que el Elqui Burgos camina todo el tiempo. Es lo que ha estado haciendo durante los 40 años que vive en París… Para vengarme de la caminata a la que me obligaba, decidí hacerle una entrevista en la que tuviera que responder sobre temas tan tediosos como el carácter del poeta y la naturaleza de su oficio.
-Sabes que prefiero otro tipo de asuntos, y sin embargo insistes en que hable de ellos.
Levantó la cara para observar el vuelo de una bandada de aves migratorias que parecían estar haciendo en el cielo un camino similar al nuestro.
-¿Te has fijado? Todos vuelan hacia el mismo lugar, y cuando están posados sobre las ramas, miran hacia el mismo lado. Y sin embargo no lo saben. Comencemos por eso: un poeta es un observador, un espía del mundo.
-Creo que todos lo somos.
-De acuerdo, pero el poeta quiere una mirada particular. Observa lo que el resto no advierte. Después recrea lo que vio en la composición escrita, musical o teatral. Allí donde otros sólo ven palabras, Rimbaud descubre colores ocultos. Homero dirige sus ojos ciegos hacia el cosmos para observar a los dioses que maquinan un adulterio y la gran guerra de los griegos. Toda la gente de su tiempo ha escuchado las historias de Hamlet o de Macbeth, pero Shakespeare es el único que divisa en ellas una correspondencia con la historia particular de cada hombre o sea con la condición humana.
-¿Entonces el poeta es un intermediario?-le pregunto.
Yo diría que un incansable viajero. Viaja todo el tiempo del este hacia el oeste, y de allí otra vez hacia donde el sol está naciendo.
-Aclara, por favor.
-El poeta vive con nosotros, pero vuela todo el tiempo a la tierra de los sueños, al inconsciente colectivo. De allí, trae ese producto onírico que es el poema.
“La poesía será el espejismo que siembre tu utopía. Ten presente que el poeta es un marginal con respecto a los valores que humean en los mercados; es indiferente a glorias efímeras, al status social. A cada acto suyo, incluso a su emotividad proclive al socialismo, los mira a través del prisma de valores que engendra su poesía. Y, jamás pretende poseer la verdad, pues, recuerda muy bien que dioses, hombres y la misma palabra que es carne de ilusión, han sido destruidos por el tiempo y los mismos hombres”.
Habíamos llegado a la plaza de la Concordia y el buen Elqui continuaba. Lo interrumpí. Le dije que durante todos mis años de vida parisina siempre había divisado la Tour Eiffel pero nunca había subido hasta la cúspide.
El mundo desde la Tour Eiffel
Mi guía sonrió y nos dirigimos hacia ese punto. Por fortuna no había muchos turistas. Era muy temprano para eso. No costó mucho trabajo llegar hasta el ascensor. Lo abordamos y nos convertimos en observadores de la Ciudad Luz.
No tan sólo de ella. Al llegar al extremo de la torre, hice lo que siempre había querido hacer. Cerré los ojos y me asomé a mirar o recordar algún rostro perdido en los caminos de mi vida.
-Los historiadores podían describir uno por uno los rostros de los papas, la genealogía de las grandes familias, los ojos de las lánguidas madonnas, los puñales de los obispos y las capas de los atrevidos caballeros de la época. Dante fue el único capaz de averiguar el origen y el destino de aquella gente y de ese mundo, el único para quien en vida se abrieron los caminos del cielo y del infierno.
Otra vez continuamos por las orillas del Sena. Caminar con Elqui Burgos es como hacerlo con un conejo o un águila. Conoce y percibe la ciudad como la perciben y conocen las ardillas del Jardín de Luxemburgo.
Por todo ello, París no es solo París para Elqui. En la gran urbe pueden estar también, si él lo desea o su poesía las invoca, el pueblo de su nacimiento, San Pablo, erigido sobre una roca de los Andes o la bahía de Pacasmayo donde aprendió a escribir y a soñar. Su obsesión por los poemas homéricos lo conducirá allá a descubrir, bordeando el Sena, la mágica tierra hacia donde Ulises navegó durante diez años:
“Partiré hacia tus riberas ay poesía (…) / porque eres tú / dulcísima señora de París / la nueva itaca /la última ciudad del mundo / donde [los ojos] caer dejan también sus últimas esperanzas”
En ese París, vive y duerme Penélope entre sus brazos y a la vez desaparece «inalcanzablemente soñada” . Hay pocos casos de un hombre que haya dado tantas veces como Elqui la vuelta a la superficie terrestre sentado a la mesa del “Deux Magots”:
“Un mundo, donde eres tú Ulises naufragando entre el café a desgano y las horas de trabajo forzado”
-Llevas fuera del Perú cuarenta años… ¿me equivoco?
Me equivoco. No es así exactamente. Elqui nació en San Pablo, departamento de Cajamarca, Perú, en 1946. Sus padres lo llevaron al puerto de Pacasmayo cuando tenía seis años de edad. Allí conoció el mar y estudió primaria y secundaria. Buen pescador, aprendió de esa ocupación, la paciencia. Debía pasarse horas hasta que apareciera una mancha de pejerreyes. Tal vez esa virtud se hizo carne en él y lo convenció de que no hay que temer el paso del tiempo. Como César Vallejo, suele pasarse meses dándole vueltas a una frase que termina por ser un breve y maravilloso poema.
Preso por publicar su primer poema
En el colegio «Antonio Raimondi» de Pacasmayo, publicó sus primeros textos cuando apenas tenía 16 años de edad. Lo hizo en un boletín mimeografiado cuya portada exhibía el dibujado rostro de William Shakespeare.
Aunque parezca increíble, el hecho habría de servirle para conocer algunas amarguras que acompañan a la intensa plenitud de haber nacido poeta en el Perú. En busca de un galón y de supuestos militantes subversivos, un teniente de la guardia civil secuestró la publicación.
¿Que iban a encontrar en ella?
¿Sólo poesía? No, necesariamente. Aunque los tres jóvenes autores escribían textos de inspiración erótica -los otros dos eran Andrés Ulfe y Antonio Escobar- la policía los llevó detenidos, y permanecieron una semana en un calabozo.
La razón de todo ello era la portada del boletín.
-¿Y este barbudo de la carátula?
-Es Shakespeare. William Shakespeare. -respondió Elqui.
-No, jovencito.-bramó el teniente.-Esas barbas son de cubano o de peruano subversivo.
Elqui estudió después en la Universidad Mayor de San Marcos. En 1973, la Comunidad latinoamericana de escritores le otorga una beca. En el país azteca comenzaría un periplo que no ha terminado. Al final de sus estudios, compró un pasaje que probablemente no tenía regreso y, creo que desde 1974, vive en París.
Tres son las colecciones de poesía que desde entonces ha publicado. Son ellas: «Cazador de espejismos», «Sublimando al impostor» y «El Cristo de Elqui».
Elqui y los templarios
No sé de cuántas cosas más hablamos, pero sin sentir el camino, el Pont Neuf se dibujó ante nosotros. Muy cerca de la catedral de Notre Dame, se yergue ese recuerdo de un hecho vergonzoso para Francia.
Allí, el rey Philippe IV «le Bel» entregó a la hoguera a un personaje misterioso que, 700 años después, sigue teniendo partidarios entre quienes creemos en la libertad de conciencia. Para deshacerse de deudas contraídas con la Orden Templaria, el monarca francés no había titubeado en perseguir, torturar y ejecutar a centenares de sus miembros. Por su parte, el papa Clemente V ofreció su complicidad servil con el pretexto de encontrar en Jacques de Molay y sus compañeros graves errores doctrinarios.
Según asegura la tradición masónica, algunos templarios franceses llegaron hasta Escocia e integraron las hermandades de constructores que allí operaban. Serían ellos quienes organizarían el ejército rebelde escocés contra la imposición inglesa y ellos también quienes asumirían como objetivo político el derrocamiento de la dinastía de los Capetos.
¿Pero qué tiene que ver esta historia con nuestra conversación en torno de la poesía? … Elqui y yo hemos peregrinado muchas veces hacia el recuerdo de nuestro legendario maestro que prefirió las llamas que aceptar el absolutismo.
Para el poeta, la historia de Templarios es una tradición de secretos y, al mismo tiempo, un símbolo de rebeldía permanente.
De acuerdo con Elqui, luego de muchos años sin vernos, no he dejado de ser el mismo profesor que los asesoró para publicar una revista mimeografiada.
-Tal vez a partir de ahora, eres un viejo contestatario.-me dijo.
Por mi parte, creo que Elqui Burgos está descubriendo incansablemente que es un poeta y que ha nacido para ser un viajero y para encaminarse todo el tiempo del este hacia el oeste, y de allí otra vez hacia donde el sol está naciendo.
Su obra poética, esta Res Mística, descubre en cada página la paradoja y el dulzor permanente de la condición humana:
“Ah/nacer dos veces/mirarse en el espejo/y descubrir/que salvo tú en ese instante/cuerpo mío/todos los dioses son barro destruido/pero qué manera de olvidar/qué manera engañarse/y ser sólo vuelo/pluma de sol/y jamás ala de nada”
A cinco minutos del puente, en la Galerie Edifor nos esperaba la pintora y galerista Françoise Thuillier esposa del poeta. A ella le confesé que deseaba hacer una edición de Elqui y que no deseaba esperar a que él se sentara a corregir el libro. Podían pasársele los meses en la tarea. Se me había ocurrido Res Mística.
Y otra vez como si adivinara mi secreto, Elqui me sugirió que camináramos hacia la torre de Saint Jacques, el inicio parisino del camino de Santiago. Al llegar allí, me preguntó:
-¿Sabes lo que estoy pensando?
Y sin esperar mi respuesta, añadió:
-Pienso que todo poema es un camino infinito.
-Es un papel que se escribe de día y que se borra cada noche.Hay que reescribirlo todo el tiempo. No hay poema acabado.
Y le doy la razón. Todo poema es una palabra que acaba de despertar. Es un texto que está siempre empieza y no termina jamás al igual que el vino y la mariposa:
“Mariposa de vino/ luz de aroma/ y movimiento/ sombra/ silueta/ vuelo…”