¿Son los pesados impuestos la mejor manera de promover la salud, mitigar y resolver el problema de la obesidad?
Hace un par de años eché un vistazo a este tema, así que quise saber si se han producido cambios en cuanto a la consideración de esto como opción válida.
Consideremos el caso de Puerto Rico. Allí se considera un impuesto sobre los alimentos muy severo, en el cual los niños tendrán que someterse a un examen de salud para averiguar si deben ser apuntados a un régimen de alimentación y ejercicio. Si lo hacen, tendrán que mostrar evidencia de pérdida de peso o sus familias tendrán que pagar impuestos por estar gordos.
En el Reino Unido, se espera que David Cameron anuncie por primera vez que se va a evaluar el costo económico total del alcoholismo, de la adicción a las drogas y la obesidad. En los EE. UU. las tasas de obesidad por estado son de más del 20%, siendo en unos pocos estados incluso superiores al 35%.
Así que no es de extrañar que todavía se esté luchando contra este problema.
Sin embargo, lo interesante es que mientras algunos países siguen considerando dichos impuestos, ahora hay datos que dicen que este enfoque no es necesariamente la solución, porque un gran impulsor del problema es económico: las mejores elecciones de alimentos son inaccesibles para las personas más pobres.
Se necesita una llamada de atención para hacer frente a la obesidad, pero parece que es hora de buscar soluciones alternativas a pesados impuestos. En lugar de castigar el mal comportamiento como fórmula de salud, podemos trabajar para incorporar cómo los buenos pensamientos favorecen la salud.
Estoy hablando de algo que va más allá que el reconocimiento general de que el pensamiento positivo es mejor para nuestro bienestar que el pensamiento negativo. Desde mi propia experiencia, propongo un tipo de pensamiento más divino. Me parece que el consejo de Jesús de “no os preocupéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber” y su pregunta “¿no es la vida más que el alimento?” son de gran ayuda en la búsqueda del equilibrio en cuanto al consumo de alimentos y el aumento de peso.
Es un consejo bastante radical si tenemos en cuenta que una parte importante de la vida de una persona gira en torno a los alimentos de una forma u otra: desde el primer pensamiento de que tomar para el desayuno, hasta que comer durante las pausas del trabajo, planificar la cena, programar las compras de comida en el mercado y decidir de qué disfrutar durante un entretenimiento.
¡Los recordatorios de la comida están en todas partes!
Es interesante notar que estas observaciones bíblicas están a veces acompañadas de consejos seculares sobre no hacer de la comida el centro del funcionamiento de la mente y el cuerpo. Pero hacer esto no es tan fácil como decirlo. Lo que me ha ayudado más en este sentido es aprender que lo que verdaderamente anhelamos es la sustancia divina, la dulce conciencia de nuestra relación profunda con lo Divino. Desde esa perspectiva, renovada periódicamente, no es tan fácil perder el equilibrio durante las situaciones estresantes en que se toman decisiones en el día a día, que de otro modo podrían alentar la elección de alimentos pobres.
Nuestro verdadero sustento y satisfacción vienen de Dios, y aferrarse a esta idea es un elemento de disuasión potente para el comer de forma irreflexiva o innecesaria.
La comprensión más profunda de nuestra individualidad espiritual y el respeto por ella nos pueden liberar de un énfasis desequilibrado en la comida, y nos dan una base para el autocontrol. Y un beneficio adicional es que podemos evitar, naturalmente, los impuestos sobre los alimentos, ¡incluso donde se aplican!
(Escribe: Don Ingwerson, experto en salud y espiritualidad y representa al Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana en California, EEUU. Twitter: @SCalCS).