Sugiero analizar nuevamente el defecto que tiene nuestra lengua (y muchas otras) en cuanto a su incapacidad para representar apropiadamente a la totalidad de la población hablante: siendo numéricamente pares, uno de los dos géneros tiene la supremacía.
Nuestro idioma (y otras lenguas romances) le otorga carácter básico a lo masculino, mientras hace del femenino un género subordinado.
En palabras del lingüista y profesor de la Universidad de Zaragoza, José Luis Aliaga, “la discriminación lingüística de que son objeto las mujeres se realiza por múltiples cauces”.
Y aclara “la configuración y funcionamiento del género gramatical en idiomas como el español y el italiano ( entre otros) quizás no sea el más importante, pero sí es el de mayor calado simbólico”.
El sexismo en el lenguaje fue identificado como un problema internacional durante la Primera Conferencia Mundial sobre la Condición de la Mujer celebrada en 1975, y dio paso a numerosas propuestas y recomendaciones posteriores.
Este lunes 14, fue presentado ante las Naciones Unidas el Informe de Desarrollo Humano en el cual queda claro que la situación femenina en el mundo sigue tan mal como antes, aunque las leyes hayan avanzado.
La mujer gana 24 por ciento menos que el colega varón en tareas similares, y además, sólo un 25 por ciento de los puestos directivos están ocupados por mujeres. En todas las organizaciones, gobiernos y directorios corporativos, solo vemos figuras femeninas como singularidades que resaltan precisamente por su escasez.
Esa es la coartada perfecta de que hablaba la filósofa Hannah Arendt, las escasas mujeres que acceden a los puestos de toma de decisión son la excusa perfecta para adornar el discurso, negando la discriminación.
¿Por qué nos extraña esta realidad? Tal vez no debería ser así ya que, según el lenguaje que empleamos, lo femenino es secundario. El término “hombre” es usado para designar tanto a la especie como al individuo varón; ergo, el varón es la especie.
Si, el mundo es macho, lo decía Simone de Beauvoir en su famosa obra de 1949 “El Segundo Sexo” y ella también hace alusión a la trampa lingüística que confunde especie y género.
Es verdad que podríamos seguir viviendo sin cambiar esta situación de inequidad, al fin y al cabo hemos estado peor. También podemos seguir depredando el planeta, inundando de plásticos las aguas del mar, o permitiendo la trata de personas y el tráfico de especies en extinción, y así hasta el infinito.
Aunque, no. Al no avanzar retrocedemos como civilización, porque las inequidades se multiplican en poblaciones cada vez mayores y las brechas de todo tipo crecerán sin detenerse.
Encuentro desfasado con el avance tecnológico el hecho que la sociedad siga rindiendo culto al símbolo fálico. No es otra cosa lo que hace al llenar de figuras masculinas los puestos decisivos y dejando al margen a mujeres de muy alta preparación y cualidades ejecutivas.
Somos tecnológicos, digitales y postmodernos, pero en cuanto a desarrollo humano apenas hemos avanzado un poco desde la era neolítica.
Podemos, si queremos, ver cambios en unos pocos años empezando por modificar el lenguaje diario, excluyendo en lo posible toda expresión sexista. Que un término sea correcto en sentido normativo no significa que su uso sea obligatorio. El lenguaje lo hacemos nosotros, la gente común.
Luisa Capelli, presidenta de una empresa editora italiana y destacada política, afirma que “dejar atrás la supuesta neutralidad universal de la forma masculina, es un paso inicial para que se respete la experiencia femenina”.
Y en esto tienen que despertar tanto las mujeres como los varones. La igualdad ante la ley se alcanzó hace algunos años pero allí se estancó el avance, y el título elegido por Simone de Beauvoir, seguimos aceptando ser “el segundo sexo”
Es sutil pero efectivo: El sexismo en el lenguaje fomenta una sociedad desigual que invisibiliza el rol femenino e inclusive convence a muchas mujeres de que el sexismo es lo normal, que así funcionan las cosas.
Una propuesta práctica para ir superando esta traba es la de eliminar la limitación de nuestra lengua en cuanto a la aplicación del género gramatical masculino a los grupos mixtos.
Veámoslo con un ejemplo: ante un grupo de varias niñas y un solo niño se dice “los niños” y vale este principio absurdo para todo lo demás. (Ver columna “Les unes e les otres” del 5 de junio).
Ya se están aplicando “correctivos” a este defecto por parte de personas que buscan emplear un lenguaje políticamente correcto, no importa que reclamen los formalistas, para quienes la norma gramatical vigente es siempre perfecta e inalterable.
A Dios gracias, algunas causas perdidas se han ganado. Pocos hubieran apostado por las sufragistas y su lucha, cuando eran encarceladas por el delito de reclamar el derecho al voto. ¡Y ya comenzaron a votar las mujeres hasta en Arabia Saudita!