Herodes y la matanza de los inocentes

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A los 3 días del nacimiento de Jesús, Herodes ordenó matar a todos los menores de 2 años, temeroso de que el Mesías lo destronará como Rey de los Judíos, obsesionado por el poder que le confería  Roma.

Belén era una pequeña aldea como a cinco millas de Jerusalén, cuando  José y María viajaron  de su hogar en Nazaret hacia el norte para registrarse y pagar impuestos porque eran descendientes del rey David, quien había nacido en esa ciudad  mil años antes.

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Mientras tanto,  tras viajar hasta Jerusalén siguiendo la aparición de una estrella en el firmamento, los magos de oriente que desconocían las monstruosidades de Herodes, acudieron inocentemente y le preguntaron:

¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo 2:2).

Esas palabras aterrorizaron a Herodes quien creía que su trono se encontraba en peligro pero prefirió guardar su ira para no despertar sospechas.

Cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore” (Mateo 2:8) les dijo.

Los magos hallaron al Cristo niño, le adoraron, le dieron presentes costosos. Pero Dios les advirtió que no regresaran a Herodes, así que ellos volvieron a su tierra sin decirle  donde estaba Jesús.

Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos”(Mateo 2:16).

¿Quién era Herodes?

Este siniestro personaje trataba de ganarse el apoyo de los judíos y llevó a cabo grandes obras pùblicas, lo que siglos más tarde se conocería con el adagio popular “roba pero  hace obra”

En “La Historia de Cristo”, de Giovanni Papini se le describe:

«Herodes era un monstruo, uno de los monstruos más pérfidos que haya engendrado el calor abrasador de los desiertos de Oriente, que, en verdad, había engendrado más de uno horrible de ver.

https://www.youtube.com/watch?v=oLSggIlb1rA

No era hebreo, no era griego, no era romano. Era un idumeo: un bárbaro que se arrastraba a los pies de Roma y remedaba simiescamente a los Griegos para mejor asegurar su dominio sobre los Hebreos.

Hijo de un traidor, había usurpado el reino a sus patrones, a los últimos desgraciados Asmoneos. Para legitimar su traición casó con una sobrina de ellos, Mariamne. a quien, luego, mató por infundadas sospechas.

Antes había hecho ahogar, a traición, a su cuñado Aristóbulo; había condenado a muerte a su otro cuñado José y a Hircán Segundo, último reinante de la dinastía vencida.

No contento con la muerte de Mariamne, hizo que mataran también a la madre, Alejandra, y hasta a los hijos de Baba, por el único crimen de ser parientes lejanos de los Asmoneos. Próximo ya a la muerte, ordenó fuera también asesinado su tercer hijo, Arquelao.

Lujurioso, desconfiado, despiadado, ávido de oro y de gloria, nunca tuvo paz ni casa, ni en Judea, ni dentro de sí. Para que olvidaran sus asesinatos, donó al pueblo romano trescientos talentos (12 ) para que fueran gastados en fiestas;

Este soldadote disfrazado, este árabe, civilizado a medias, pretendió conciliar y conciliarse a Helenos y Hebreos: logró comprar a la posteridad degenerada de Sócrates que, en Atenas, llegó al extremo de erigirle una estatua; en cambio los Hebreos lo odiaron hasta la muerte».

Rey de los judíos durante 33 años (del 37 al 4 a.C.), amado, odiado y admirado por su pueblo era muy competente en política: tras la muerte de Julio César, fue amigo sucesivamente de Casio, uno de los asesinos de César, y luego de Marco Antonio, uno de sus vengadores.

Dedicado a afianzar su reino, persiguió sañudamente a la aristocracia disidente: mató a casi todos y confiscó sus bienes. Nombró a los sumos sacerdotes a su antojo, se rodeó de un ejército de mercenarios y formó un cuerpo de policía que vigiló de tal modo la nación que no se movía una hoja sin que él se enterase.

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Tenía calabozos y salas de tortura en sótanos de palacio, y los confidentes de la policía traían a diario a sospechosos, a los que torturaban horriblemente. Cuenta Flavio Josefo que se formó como una especie de estado policial.

Su férrea política de impuestos le permitió fundar nuevas ciudades, la más famosa fue Cesarea Marítima. Dignificar Jerusalén reconstruyendo el palacio real y la fortaleza Torre Antonia. Alzar un teatro, un hipódromo… y casi hizo de nuevo el antiguo Templo de Salomón.

Herodes se ganó la confianza de Augusto, quien le concedió más poder y territorios. Al final,  tenía un reino superior en extensión al de David y Salomón. Nunca antes otro rey de Israel le había igualado.

Herodes pretendía que los judíos abandonaran su proverbial retraso, aceptaran la cultura grecorromana y se hicieran ciudadanos del Imperio. Fracasó. Los judíos nada querían saber de culturas extranjeras que ponían en peligro la pureza de su fe.

Herodes murió tras grave enfermedad  y fue enterrado con gran pompa en el palacio fortaleza de Herodion. De su brillante reinado quedó poco. En unos 70 años se precipitaron de tal modo los acontecimientos que los judíos de su antiguo reino se enfrentaron a Roma y fueron casi barridos de la faz de Israel».

 

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