El Año Nuevo que estremeció al mundo: 1-1-1000

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Los prelados más influyentes, con el papa Silvestre II a la cabeza, atemorizaron  a la población europea al advertir que el 1 de enero del año 1000 sería el fin del mundo, al romperse las cadenas de Satanás y cumplirse el primer milenio del nacimiento de Jesús, por lo que una muchedumbre esperó rezando en la basílica de San Pedro el Apocalipsis…que nunca llegó.

Los predicadores del Apocalipsis milenarista sembraron el temor y la zozobra, suscitando disturbios en el Viejo Continente, mientras angustiados comerciantes regalaban sus fortunas y esposos adúlteros confesaban sus aventuras de alcoba para que le perdonen sus infidelidades, y centenares de familias partían hacia Jerusalén para poder morir en Tierra Santa.

El primer Apocalipsis fallido

El 31 de diciembre de 999, el papa Silvestre ofició la misa en la Basílica de San Pedro, ante miles de enfervorizados fieles y en medio de un silencio impresionante,  donde todos parecían contar los  últimos minutos de los mil años de existencia de La Tierra desde la venida de Cristo.

La puerta de la sacristía estaba abierta, y lo que oían los asistentes era el tictac uniforme e ininterrumpido del gran reloj que colgaba dentro, con un latido por cada segundo que pasaba.

milenio

El papa Silvestre, considerado un hombre de férreo poder de voluntad, tranquilo y concentrado. probablemente había dejado adrede la puerta abierta de la sacristía, para lograr el mayor efecto en ese gran momento.

Al terminar  la misa de medianoche los asistentes  esperaban rezando,  mientras el papa Silvestre oraba con las manos implorando al cielo, pero dieron las doce campanadas y no pasó nada.

Sin embargo nadie se atrevía a levantarse hasta que las rodillas y  pies se adormecieron.

Algunos muertos de  miedo cayeron en el suelo frío de piedra. La duodécima campanada resonó extinguiéndose en ecos, ¡y siguió reinando un silencio de muerte!

El  papa Silvestre no perdió la calma y, cual  un vencedor, extendió las manos en bendición sobre las cabezas de los fieles  y todas las campanas de las torres empezaron un alegre y jubiloso repique, y desde la galería del órgano empezó a sonar un coro de gozosas voces, jóvenes y mayores, cantaban  rl Te Deum laudamus: “A ti, Dios, te alabamos”.

Terminado de cantar el Te Deum, hombres y mujeres cayeron unos en brazos de otros, riendo y llorando e intercambiándose al beso de la paz. ¡Así terminó el año mil del nacimiento de Jesús!

Histeria en la Europa medieval

El profesor de historia en el John Jay College,  Charles B. Strozier, escribió: “hay pruebas de que los monjes dejaron de copiar la Biblia, es decir, dejaron de realizar las actividades fundamentales que definen la vida monástica.

El destacado historiador  y políglota Charles Berlitz relata esta fascinante historia en una crónica que, a continuación , reproducimos textualmente:

El año 999 se acercaba a su fin en una especie de histeria colectiva que se apoderó de Europa. Todas las formas de actividad se convirtieron en espectros de la fatalidad inminente… Los hombres se perdonaron sus deudas, maridos y mujeres confesaron sus infidelidades y se perdonaron mutuamente…

El comercio entre pueblos y ciudades fue interrumpido en gran medida; las viviendas fueron descuidadas y se dejaron caer en la ruina, ya que el hecho de acumular riquezas podría ser tomado en su contra en el día del Juicio Final.

Mendigos se alimentaban de los más afortunados, los culpables de los crímenes fueron liberados de la cárcel a pesar de que muchos querían permanecer en ella, llorando por su deseo de redimir sus pecados antes del final. Las iglesias, las puertas de los monasterios y conventos, y las grandes catedrales fueron constantemente asediadas por multitudes exigiendo la confesión y la absolución.

Sacerdotes impartían absolución general, de día y de noche con multitud de personas que no podían entrar y estaban de pie fuera de las grandes puertas…

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Óleo de la Basílica de San Pedro en el año 999

Los peregrinos acudían a Jerusalén desde todos los puntos de Europa. Caballeros, burgueses de las ciudades e incluso siervos, todos VIAJABAN juntos, muchos de ellos con sus esposas e hijos, viajaron hacia el este en grandes bandadas. Las diferencias de clase fueron olvidadas en un torrente de hermandad cristiana.

Algunos marchaban bajo azotes de castigo por los pecados pasados, mientras que otros cantaban himnos y salmos….

Cuando llegó Diciembre, la psicosis y el fanatismo se apoderó de las masas, surgiendo el lado oscuro de la naturaleza humana. Hubo una ola de suicidios de personas que trataban de castigarse a sí mismos antes del final o simplemente no podían soportar la presión de esperar a que llegara el Día del Juicio.

Llegó la Navidad, tal vez la última Navidad del mundo, quien sabe, con un torrente de piedad y de amor. Familias y amantes renovaban sus lazos de amor en las últimas horas. Los animales de granja fueron liberados por sus propietarios preparándolos para la muerte y la sentencia definitiva.

Las panaderías y tiendas de alimentos, regalaron sus bienes y negaron las monedas de quién quería pagar… En las cálidas tierras de Italia, España y Sur de Francia a los enfermos y los moribundos en los hospitales y conventos se las sacó a la luz del día para que pudieran ver personalmente a Cristo descendiendo de los cielos.

De esta impresionante manera describe el historiador Frederick H. Martens, en La Historia de la vida humana, lo que debió de pasar en aquella angustiosa noche en la que se creía, en toda Europa, que era la última noche, la que desencadenaba el temido fin del mundo.

Historiadores de aquella época mostraban el año 1000 como un año de locura general, de pánico y de fatalidades inminentes. Tan grande fue el fervor apocalíptico que, según reza la leyenda, en el tramo de la medianoche del 31 de Diciembre al 1 de enero de 1000, la población de todo un país -Islandia- se convertiría en masa al cristianismo.

La lección quedó olvidada y con el devenir de los siglos aparecieron nuevos profetas de Apocalipsis para todos los gustos, incluyendo extraterrestres de otras galaxias, para acabar como simples supercherìas que, sin embargo, continúan surgiendo recicladas entre los crédulos mientras  el mundo sigue girando.

 

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