David Bowie, el primer gran dolor del 2016

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El 2015 fue un año donde los golpes dolorosos al mundo del espectáculo no fueron tan contundentes como por ejemplo el 2014, con las terribles partidas de Robin Williams, Phillip Seymour Hoffman o Roberto Gómez Bolaños. Sin embargo, ya a fines del pasado año y entrando a enero el mundo de la música empezó a sentir remezones que se terminaron decantando en un devastador sismo de terribles magnitudes.

El exvocalista de Stone Temple Pilots, Scott Weiland, fue encontrado muerto en un autobús, y luego el líder de Mötorhead, Lemmy Kilmister, sucumbió tras una lucha contra el cáncer. Es esa misma enfermedad que en su segadora evolución se lleva ahora a uno de los músicos más grandes de la historia, a todo un clásico, al maestro de las “mil caras”, al Duque Blanco, a David Bowie.

Las redes sociales dieron cuenta del profundo pesar del mundo ante la partida de David Bowie. Un dolor reflejado en la necesidad de seguidores (entre los que se suman artistas, políticos, deportistas y muchísima gente desconocida, pero que tenían al músico británico como una referencia en sus vidas). Vamos, el Papa Francisco se pronunció, gobernantes de distintos países se unieron a ese adiós mediático que quizás sólo ha tenido paralelo con las condolencias tras los ataques terroristas a Francia. Es, hoy, indudablemente, un homenaje mundial al ícono que alzó viaje.

David Bowie ha sido considerado en ese selecto grupo de rockeros que uno señala como irrepetibles, referentes, héroes: a su lado el beatle John Lennon, el rey del rock Elvis Presley, el mítico vocalista de Queen, Freddy Mercury, y sólo para algunos el Rey del Pop Michael Jackson. Pero Bowie es además el símbolo de una época, un músico sin contemplaciones al estereotipo de moda. Su sicodelia, abstracción, ese tono andrógino y desafiante, el aire intergaláctico y de ciencia ficción que se traslucía en sus canciones, eso lo definía como un auténtico, entre tanto borrego.

Y lo hacía como un artista completo, que hacía música como hacía cine, sin concesiones. La suma de sus interpretaciones es también una selección de personajes bizarros, de esos que sólo los grandes se atreven a hacer a desmedro si van a causar buena impresión del cinéfilo. Basta con nombrar tres: el prisionero de un campo de concentración japonés en la Segunda Guerra Mundial (Feliz Navidad Mr. Lawrence), un vampiro con ambigüedad sexual (El Ansía) o uno de los responsables de la muerte de Jesús (Poncio Pilato de La última tentación de Cristo).

Otra muestra más que para David Bowie el arte era algo que le nacía y buscaba plasmarlo según sus convicciones, eran sus pinturas. No eran aceptadas por todos los críticos, algunos incluso las descalificaban como caprichos del músico por figurar en otras disciplinas, pero Bowie las hacía del alma y las exponía tal y como deseaba. Hoy seguramente estas obras se dispararán en su valor monetario, pues el Duque Blanco pasó a otra dimensión.

Nosotros nos quedamos con el recuerdo.

 

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