A las seis de la tarde de un miércoles, Alma Guillermoprieto, quien truncó su historia en la danza para poder contar las de muchos otros a través del periodismo, acumula ya siete entrevistas concedidas en fila. Toda sonrisas, toda amabilidad, reconoce su agotamiento. Debe ser muy cansado ser actriz o cantante famosa, reflexiona en voz alta.
Exhausta, vuelve a responder una pregunta que ha escuchado de forma repetida desde el 2009, cuando El País publicó una de las pocas entrevistas que ha dado con un título en el que auguraba el fin del periodismo. Con amabilidad, despeja, una vez más, los temores de quienes leyeron la cita de una de las periodistas más reconocidas de Latinoamérica.
El periodismo no se va a terminar, corta de tajo Alma Guillermoprieto. Y explica: las sociedades modernas requieren grandes cantidades de información confiable, algo que el internet por sí mismo y el flujo de datos a través de las redes sociales no siempre aportan.
Lo que sí llegará a su fin, precisa, es la forma tradicional de hacer periodismo y la manera en que operan los medios de comunicación, sacudidos por el enorme avance tecnológico y la expansión de internet, un factor fundamental que facilita el acercamiento a las audiencias y, al mismo tiempo, se convierte en un reto económico.
La periodista señala dos grandes inconvenientes del internet para el periodismo: la falta de un modelo económico que garantice su sustentabilidad y la posibilidad de generar perspectivas sesgadas.
«Nadie ha encontrado, hasta la fecha, la manera de hacerlo rentable. Mientras no sea rentable, no va a haber un periodismo de calidad consistente. Porque a los periodistas hay que pagarles. ¿De dónde va a salir el dinero que permita mantener una plana de periodistas como las de los grandes periódicos? ¿De dónde va a salir ese dinero si todo es gratis? Y si no es gratis, inmediatamente disminuyen las visitas. Esa contradicción no se ha resuelto bien.
«Por otro lado, internet permite que cada quien consuma el periodismo con la información que de antemano ya cree. Esto ha contribuido mucho a la polarización política que afecta no sólo a Estados Unidos sino a todo el mundo. Cada quien lee su periódico o busca sus noticias en internet. Y lee lo que más le conviene y lo que no le incomoda», sostiene.
De acuerdo con la autora, el periodismo impreso permite un escenario distinto, en el que existen medios con líneas editoriales y posturas políticas distintas que funcionan como una plaza pública, en la que los lectores pueden hallar opiniones y editoriales con diversos puntos de vista.
Alma Guillermoprieto (México, 1949) comenzó a hacer periodismo en 1978, en la cobertura de la lucha sandinista en Nicaragua.
Ha trabajado para medios como The Guardian, The Washington Post, The New Yorker Review o National Geographic, entre otros.
Desde joven descubrió que en los formatos alejados del diarismo puede ejercer mejor el tipo de periodismo en el que cree, con el que relata historias reales a las que llama cuentos.
La también maestra de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano desde 1995 no ha tenido que cambiar sus métodos para ajustarse a los tiempos periodísticos. Trabaja para medios que quieren lo que ella hace. Un privilegio, algo que no todo el mundo tiene, reconoce. Ella decide qué nota hacer. La escribe en la extensión que cree se merece, aunque admite que el espacio se ha reducido de forma paulatina.
«No he cambiado, pero el mundo está cambiando alrededor mío», lamenta. «Estoy escribiendo notas menos extensas que antes. Porque los medios para los que yo trabajo, que han sido los grandes medios, no tienen el presupuesto. Una palabra cuesta dinero. Cuesta el dinero que me pagan a mí, cuesta el dinero que hay que pagar por el papel donde va impresa esa palabra. Cuesta el tiempo del editor que va a editar esa palabra. Mil palabras cuestan mil unidades de dinero», explica.
Los títulos de algunos de los libros de Alma Guillermoprieto -Al pie del volcán te escribo o Desde el país de nunca jamás- aluden a la literatura.
Está convencida de que la narrativa es esencial para el periodismo. Siempre lo ha sostenido. En una crónica escrita tres décadas después de su primera cobertura en la revolución sandinista, parafraseó al colombiano Gabriel García Márquez:
«Uno recuerda las cosas como cree que fueron (y, las más de las veces, como quisiera que hubieran sido) y luego las cuenta como mejor puede» (Gatopardo, 2008).
En 2013, en una mesa sobre nuevos medios y periodismo de investigación, volvió a decirlo:
«Nosotros no somos más que las historias que nos contamos a nosotros mismos de nosotros. Los que contamos historias no vamos a desaparecer».
Y en esta entrevista -realizada por la publicación de su libro Los placeres y los días (Almadía, 2015)- vuelve a sostenerlo: «La frase de García Márquez era perfecta. ‘Hay que saber contar el cuento bien contado’. La narrativa permite que una lectora no sólo vea que pasan hechos ante sus ojos, como el cintillo que pasa por debajo en los noticieros, sino que entienda. La narrativa nos pone en una situación emocional frente a un hecho. Y de esa emoción empieza a nacer una comprensión. Porque leer es más complicado que ver».
En 2010, Alma Guillermoprieto utilizó la red como una plataforma para contar, con el estilo que ella ha utilizado en medios impresos por casi cuatro décadas, la historia de los 72 migrantes centroamericanos asesinados en un rancho de San Fernando, Tamaulipas.
La escritora convocó a intelectuales y periodistas para retratar a cada una de las víctimas, y creó con ello un «altar virtual» que buscaba devolverles el rostro y biografía a las víctimas identificadas con un solo número: 72. Los lectores podían leer sus vidas y dejarles flores de manera virtual.
72Migrantes.Com no buscó ser rentable económicamente.
Generar los nuevos modelos periodísticos de este siglo, dice Guillermoprieto, ya no le corresponde a ella, quien reconoce que quizá no hubiera podido sobrevivir al periodismo actual de inmediatez informativa y multitasking.
«Siempre he sido una persona que hace una sola cosa obsesivamente. La tarea de la reportería actual exige hacer muchas cosas al mismo tiempo. Es complicado, pero ya ustedes irán viendo cómo resolver eso y cómo hay que hacer. Le toca a la gente joven empezar a desarrollar la nueva forma de hacer reportería y hacer medios», apunta.
Lo dice una maestra de periodismo que no tiene cuentas en Twitter, Facebook o Instagram; no tiene blog ni página personal. En media hora de encuentro, no es posible saber si utiliza un teléfono móvil pues, a diferencia del común de las personas, en ningún momento interrumpe para revisar si tiene mensajes.
Entre una entrevista y otra, lo único que pide es un café expreso.
Al margen de la plataforma en que se exponga el periodismo, Guillermoprieto identifica bien el gran pendiente del oficio en América Latina: la falta de investigación. Un problema que atribuye a factores como el desconocimiento sobre las herramientas que tienen los periodistas a su alcance, como las leyes de acceso a la información, y a los prejuicios en el gremio acerca de la existencia de fuentes dentro de las dependencias gubernamentales.
«No estoy diciendo que no haya periodistas corruptos que tengan fuentes en la Procuraduría, por ejemplo, digo que hace falta que periodistas no corruptos desarrollen fuentes en la Procuraduría. Se piensa que si uno tiene acceso al expediente de un caso, es señal automática de corrupción. Eso es un prejuicio.
-¿Cuáles son los pendientes del periodismo de investigación en América Latina?– se le pregunta.
–El periodismo empresarial. No hay periodismo que haga reportería real sobre las empresas y sus actos. Hace falta también el periodismo de investigación científico. Es urgente. Estamos en América Latina como bebés de chupete. Y los cambios nos los imponen sin que nosotros ni siquiera sepamos lo que nos están haciendo. Llega la tecnología, nos dicen: «es buena». Y lo asumimos porque no sabemos cómo funcionan las cosas. Ese periodismo científico es urgente.
-¿Por qué no ponemos el ojo en esos temas?
-Primero, porque no hay dinero para hacer esas coberturas; luego, porque hay un prejuicio grande en los mismos medios, entre los mismos editores y reporteros de que la ciencia es aburrida e incomprensible; además, el gran público no tiene una formación científica básica que le permita acceder a un nivel de información científica, porque también la escuela se está descuidando. Todo se confabula para que los grandes cambios de la ciencia ocurran en Estados Unidos, China, Japón, Noruega y nosotros sin producir ciencia ni investigar sobre ciencia.
«Si la vida fuera siempre terrible, nadie la querría vivir». Bajo ese argumento, Alma Guillermoprieto compiló en Los placeres y los días algunos de los «deleites y alegrías» escritos en tres décadas de caminar el continente y tomar notas con su mano izquierda.
Se refiere a la gente envuelta en un conflicto con la capacidad para armar una rumba repentina, a quienes se juntan a cantar, a las personas que cuentan chistes y regalan sonrisas en entornos sombríos.
Basada en esa ambivalencia de las experiencias que ha recogido en el continente americano, la autora reúne en su noveno libro crónicas y ensayos escritos como paréntesis entre sus coberturas de las armadas o las disputas por el poder en América Latina.
«Eso es lo que nos hace también humanos queribles. Son esos momentos de decir tonterías o de sentarse alrededor de la mesa a comer lo poquito o mucho que haya, pero juntos. Por eso son importantes las alegrías y por eso me importó también sacar este libro, para recalcar eso, y para decir: ‘yo también me ocupo de esto’. En mis crónicas quiero reflejar el mundo. Y si el mundo fuera sólo tragedias, nadie querría vivir», insiste.
La autora califica los textos del libro como escapadas que se da sin ninguna culpa; algunas, solicitadas por medios estadounidenses; otras, a iniciativa propia, en un rango que abarca desde 1983 hasta 2008.
«Son momentos de respiro. Yo, como cualquier persona que trabaja horrores, también puedo decir: ‘¡Aaahh, qué a gusto! Ahora que estoy tan a gusto, ¿qué miro?'».
Y la mirada que Guillermoprieto comparte en Los placeres y los días es sobre la dicha que genera en las personas comer harinas; el júbilo que despiden los músicos cubanos Celia Cruz o los integrantes del Buena Vista Social Club; los vuelos sobre el cuadrilátero que regalan las cholitas bolivianas, vestidas con las ropas tradicionales de su etnia aymara para practicar la lucha libre, o el encanto que produce el tango en Buenos Aires a una periodista que antes de dedicarse a su oficio imprevisible repitió la «rutina maravillosamente predecible de la danza».
La cocina es un elemento importante en sus textos. Durante dos años, mantuvo la columna El último de los placeres, en la revista Nexos.
Aún recuerda el arroz que comió en Nicaragua en su primera cobertura. En sus trabajos, como el que escribió sobre Perú en 1993, describe la situación socioeconómica de las naciones donde trabaja.
-¿Qué significa la cocina para usted?
-El gusto. El placer. Los espacios de la gran intimidad. Los espacios donde la gente busca mucho la alegría. Los espacios que están llenos de carencias también. Necesitamos comer para vivir. Es un elemento de la vida imprescindible. Y al mismo tiempo es ocasión de fiesta, de carencia o de tragedia. Por eso me interesa.
-¿Qué platillo no le aburría nunca comer?
-Ay… yo me aburro siempre tan pronto de todo… Siempre que llego a México, la sopa de fideo es indispensable, y el caldo de pollo -hace una pausa y agrega con una sonrisa- ¡el caldo tlalpeño! Es… perfecto. Tiene todo lo que tiene que tener y no le sobra nada.
(Entrevista: Andro Aguilar – Fotos: Iván Serna – Fuente: Diario Reforma – México – reforma.com)