La historia y los pergaminos de Brasil jugaban en contra de Perú, cabalmente un sólido adversario al que ni con morteros podría hacerlo caer. Eso ocurre cuando la diferencia es tan abismal que ganarle a un rival tan agrandado es pretender levantarse la novia del que tiene la billetera repleta contra el sencillo de un aspirante pedigüeño.
El primer tiempo fue infame, Brasil dueño y sintiéndose como si fuera un peso pesado ante un peso mosca podía descargar en cualquier momento el golpe que mandaría a la lona al contrincante arrogante que tenía todos los boletos en contra.
Si Perú perdía ante Brasil nadie se molestaría. Quién podría discutir la superioridad del Scratch, era lo lógico y de ese modo no quedaba otra que el retorno de la Copa América Centenario con un tema raspando la garganta. Estaríamos en carrera de haberle ganado a Ecuador tras ir arriba 2-0 en el marcador y ceder el empate 2-2.
Total el final sería insospechado. El desenlace tendría otro aparcadero, un cambio de timón tan inesperado como un pleito de la calle en el que chico tiene un golpe de suerte y derriba al bravucón.
Y así llegó el epílogo de un partido que con un final feliz para el equipo peruano. Un desenganche de pureza deslumbrante con taco de Paolo Guerrero a Polo y éste en la jugada distinta para superar a Filipe Luis y el pase a Raúl Ruidíaz para vencer a Alisson.
Encima del jolgorio llegó la polémica, el árbitro no cobra nada. Los brasileños reclaman mano. Ruidíaz se hace el loco. ¿Fue mano? Fue mano pero el árbitro no vio nada.
El juez de línea tampoco vio mano, el comisario menos. Nadie vio nada y ante esa duda llega la sentencia: Fue gol, así la mano de Ruidíaz tocara el balón en su viaje al arco brasileño previo muslo, fue gol.
Los árbitros consultados dicen que el error del árbitro es parte de juego. De ahí que todo queda consumado. Fue mano, fue gol, y Perú jugará contra Colombia en cuartos de final.