Drinot: “El gran reto es entender y explicar el fujimorismo”

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El historiador Paulo Drinot, de 43 años, es considerado por sus pares peruanos como uno de los abanderados de la renovación de la disciplina. Acaba de lanzar en español el libro La seducción de la clase obrera. Trabajadores, raza y la formación del Estado peruano, y analiza, con mirada a largo plazo, los resultados de las elecciones presidenciales en su país, que han llevado a la presidencia a Pedro Pablo Kuczynski. Formado en Historia Moderna en la Universidad de Oxford, es profesor de Historia Latinoamericana en la University College London y a fin de año publica, como editor, un libro sobre cómics y memoria en América Latina.

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¿A qué tipo de élites corresponden Kuczynski y Keiko Fujimori, que comparten el poder en Perú?

Según el esquema teórico que usé en el libro, de Michel Foucault, el poder soberano se enfoca en disciplinar los cuerpos y establecer control sobre las poblaciones y el territorio; el poder gubernamental, en cambio, busca proteger la población, mejorarla. En un curso de teoría sociológica llegamos a la conclusión de que Fujimori era el poder soberano, y Kuczynski —con los otros grupos que terminaron apoyándolo— representaba más un proyecto gubernamental porque buscaba cambiar la sociedad para que mejore, mientras Fujimori ofrecía satisfacer la demanda de seguridad y desarrollar una política de miedo, en cierto modo.

Usted sostiene que algunos rasgos racistas de inicios del siglo XX permanecen intactos en quienes ejercen el poder…

Un hito importante del Gobierno anterior [de Alan García] fue su discurso del perro del hortelano [alusivo a los pueblos indígenas peruanos], que ya no aparece articulado en esos términos pero sigue vigente en la élite tecnocrática empresarial. La idea es que hay sectores de la población que son un obstáculo al progreso del país, y tienen que ser sujetos a un tipo de disciplina antes que a un dominio gubernamental que los haga útiles a la sociedad.

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Algunos ministros de este Gobierno mantienen esa lógica…

Exacto, porque explica los problemas de manera muy simple: al decir que si no somos desarrollados es porque estamos llenos de recalcitrantes que anteponen a la modernidad sus creencias ancestrales y retrasadas, al desarrollo basado en la explotación minera y los hidrocarburos. Esos discursos ya no son respaldados por un racismo científico como a comienzos del siglo XX, pero la élite los sigue expresando y son internalizados por sectores que no son de la élite. La gran pregunta es por qué ese tipo de visiones raciales subsisten, y en ese sentido el Perú es parte de algo mucho mayor: estas ideas también las vemos en Europa y EE UU, el indio de Perú es el inmigrante en Estados Unidos o en Europa, el chivo expiatorio es un ser racializado.

En la campaña electoral, la candidata Fujimori dijo ser la voz del pueblo, que suele corresponder con un tipo racial…

Un elemento importante del fujimorismo es el mito del cholo emprendedor, la versión peruana del self made man, pero con una dimensión racial porque refleja la estructura de clase racializada peruana, donde la élite tradicionalmente era blanca. El mestizo que a través de su propio esfuerzo se iguala es una figura muy útil para el fujimorismo porque pone el énfasis en el esfuerzo personal. No plantean que el Estado o la sociedad ayuden a que las personas superen sus exclusiones o se replantee la estructura social jerarquizada, sino que el éxito viene del esfuerzo personal. Es un discurso que podemos asociar con el neoliberalismo que comienza a construirse en el primer Gobierno de Alberto Fujimori y ha calado de manera fuerte en un sector importante.

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¿Qué destaca de los resultados del balotaje?

La elección partía de la idea de que en el Perú no había izquierda ni voto de izquierdas: la elección está comenzando a romper ese sentido común porque se ha constituido el Frente Amplio. Y en la segunda vuelta la idea era que ese partido no podía endosar el voto, pero no es tan así. Cuando Verónika Mendoza apoyó a Kuczynski, la situación empezó a cambiar sorprendentemente de un día para otro. Hace ya varias elecciones que está claro que el sur vota por el antisistema, pero esta vez no ha sido anti. Eso es un cambio interesante. El otro clivaje que analistas como Alberto Vergara han planteado es la costa y el norte: donde los beneficios del modelo económico son más claros, y la conflictividad del modelo extractivista no se manifiesta de la misma manera, lleva a un voto más claro hacia el fujimorismo. El gran reto para las ciencias sociales es entender el fujimorismo. No hemos hecho el esfuerzo de estudiarlo y es un gran error porque no hemos podido explicar el fenómeno en estas elecciones y en el transcurso de los últimos 20 años. Está claro que el modelo del clientelismo tradicional no es suficiente para generar ese voto.

¿Qué elementos de desigualdad del siglo XX continúan?

Las desigualdades tradicionales como la clase, y desigualdades económicas muy grandes, pero también hay diferencias regionales con una costa que se ha beneficiado del crecimiento económico y otras partes del país que no. El país ha tenido un proceso de crecimiento económico innegable, pero la riqueza y las prácticas de consumo ponen de relieve las diferencias que siguen existiendo. La crisis económica de los ochenta y el impacto del conflicto armado tuvieron el efecto de igualar al país, las personas tenían un referente común. Ahora el país avanza en direcciones distintas y en velocidades distintas.

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Y las regiones están más atrás…

Pero en ese sentido se parece mucho a otros países de América Latina. Desde ciertas perspectivas, Perú aparece como ejemplo de lo que hay que hacer, pero no es ninguna panacea.

(Entrevista: Jacqueline Fowks – Diario El País, España – Fotografías: Juanjo Fernández / Diario El País y La Mula).

 

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