Hoy, 6 de julio, se celebra el Día del Maestro. Se trata de una fecha especial para recordar a las personas que comparten con nosotros sus conocimientos.
Estoy muy agradecida con los diversos Maestros que he tenido, desde la Miss Bertha en el nido hasta los responsables de las últimas capacitaciones a las que he asistido. Noble y dedicada labor la de los educadores que se dedican, con vocación y entrega, a sembrar más dudas que certezas en sus alumnos. Porque de eso se trata, ¿no? De enseñar a los alumnos a pensar por sí mismos, a soñar, a cuestionar y a desarrollarse cada vez más, no solo como profesionales, sino también como seres humanos. Recuerdo con especial cariño a la señora Aponte, profesora de Matemáticas del colegio, que no dudaba en tomar tiempo de la clase para hacernos ver un error, con lo que pretendía que fuéramos mejores personas. Muchos minutos de pie, mientras ella nos aconsejaba o reprendía, consciente de que su principal labor no era instruirnos sino educarnos.
No todos los profesores son iguales ni todos llegan a calar hondo en el recuerdo y la gratitud de sus estudiantes. Pero algunos sí lo logran y ellos, muchas veces, cambian nuestras vidas.
Pero hay otras personas que también hacen la función de Maestros, sin que lo hubiéramos esperado: un compañero de trabajo, un colega, los amigos. Sus buenos consejos y su ejemplo son regalos que nos llegan, a veces inmerecidamente. Entre estos Maestros, nuestros padres juegan un papel esencial. En mi caso, ellos han sabido darme muchas lecciones, la mayoría de ellas a través del ejemplo. Una de las que no olvido ocurrió un 24 de diciembre por la noche, cuando mi hermano Eduardo y yo éramos niños y ya estábamos listos para ir con ellos a la casa de mi abuela a recibir la Navidad. De pronto, hubo un estruendoso sonido en la calle. Al salir, pudimos ver que dos hombres habían sido atropellados y abandonados en plena pista del Paseo de la República. La motocicleta en la que viajaban estaba tirada a un lado de ellos. De inmediato, mis padres llamaron a la ambulancia y, mientras llegaba, socorrieron a los hombres, abrigándolos con mantas y poniendo objetos de seguridad en la avenida para disminuir el riesgo de que se volvieran a accidentar. Durante todo el tiempo, les hablaban. Recibimos las campanadas de la medianoche con ellos. Eduardo y yo también recibimos una de las mejores lecciones de humanidad que pueda recordar.
Las expresiones artísticas también pueden ser Maestras: un libro, una exposición de pintura o escultura, un concierto, nos trasladan a otras realidades (ficcionales) que nos pueden enseñar mucho sobre la naturaleza humana. Cervantes, Shakespeare, Molière y tantos más nos han enseñado tanto como los mejores cursos que hayamos tomado.
En el Cine también tenemos grandes Maestros. No solo me refiero a los que hacen su labor con conocimiento y genialidad, sino también -y especialmente- a los que realizan películas cuestionadoras, valientes; obras que nos dan una nueva perspectiva, con las que sentimos que algo ha cambiado en nuestro interior. Creo que es imposible no conmoverse con Amour (2012) de Michael Haneke y el acercamiento al amor de pareja en los tiempos difíciles o con El hijo de la novia (2001) de Juan José Campanella, sobre el cumplimiento de un sueño. Tampoco podemos permanecer indiferentes ante películas sobre el fanatismo religioso, como Ágora (2009) de Alejandro Amenábar o sobre el grado de perversidad a los que una persona puede llegar, como en Primicia mortal (2014) de Dan Gilroy. Situaciones creadas –ficción- de las que podemos aprender mucho.
¡Gracias a los diversos Maestros que nos da la vida!