Por lo general, el reproche que se hace a los políticos es que en campaña electoral prometen cosas que no piensan cumplir o que se les olvidan cuando están gobernando. Sus promesas son como las de los enamorados, a los que no les parece mucho asegurar que conseguirán la luna para el ser amado: después llega el matrimonio, la rutina, el realismo… y la necesidad de ahorrar, porque la pensión no está asegurada. Por eso incluso a quienes estábamos más entusiasmados por la elección de Barak Obama para la presidencia de USA nos resultó exagerado y francamente inoportuno el premio Nobel de la Paz anticipado que se le concedió. No es que dudásemos de la sinceridad de sus propósitos -al menos yo no dudé- sino de la posibilidad efectiva de cumplirlos. La verdad es que contó con una oposición republicana tan obstinada y feroz que no lo tuvo fácil. En efecto, Obama logró a medias su proyecto de una sanidad pública para quienes no gozaban de ella (la mayoría del país), legalizó definitivamente a muchos inmigrantes aunque también tuvo que expulsar a muchos más y fracasó en todos sus intentos por diversas vías legales de cerrar la cárcel de Guantánamo, aunque la aligeró cuanto pudo de reclusos.
La cuestión racial, una llaga que continúa abierta desde la guerra de Secesión, no mejoró sustancialmente sino que en muchas ocasiones pareció incluso agudizarse. Conseguidos o no, sin embargo, todos los proyectos del presidente Obama fueron dignos de un país grande en su fuerza pero que pretende ejercer también un liderazgo moral de los países democráticos. Por tanto el premio Nobel fue sin duda prematuro pero, hecho un balance general de su presidencia, creo que estuvo sobradamente justificado.
El caso del presidente Trump es radicalmente opuesto. También su agresiva campaña electoral, llena de críticas poco respetuosas y de elogios a lo menos respetable, igual que sus declaraciones de principios recogidas finalmente en su discurso en el acto de investidura, sus nombramientos de plutócratas y perros rabiosos, sus amenazas a vecinos como México, etc… todo ello también despierta sinceras esperanzas en gran parte de los ciudadanos de Estados Unidos: pero no la esperanza de que logre cumplir sus promesas, sino la de que NO logre cumplirlas. A pesar de su actitud absolutista, de Rey Sol con mala sombra, todos sabemos que la presidencia de Estados Unidos puede ser obstaculizada por muchas instancias desde el Congreso al Tribunal Supremo, pasando por el Senado. Pese a la mayoría republicana en esas cámaras, Trump no cuenta con su apoyo incondicional porque muchos de su propio partido esperan que no lleve a cabo sus planes más radicales. También ellos comparten la “esperanza negativa” de los votantes adversos. En última instancia, algunos confían en que este presidente sea un mero fanfarrón, que cuando llegue la hora de la verdad se achante y no se atreva a llevar a cabo las enormidades que le hemos escuchado. Yo no me fiaría: Trump parece tan contento consigo mismo que tenemos razones para estar poco contentos los demás.