Andrés Zevallos de la Puente, el pintor de Cajamarca

 

Andrés Zevallos de la Puente, el pintor de Cajamarca, cumplió cien años el último diciembre. Durante toda esta última semana, lo estuve recordando y pensé en llamarlo por teléfono, pero sabía que Andrés sale muy temprano de casa y se pasa todo el día en su taller.

Me avisan sin embargo que hace una hora ha fallecido. Me pregunto por ello donde están los toros que pintó y las azucenas, los manzanos y las multitudes, las siembras y las cosechas, las danzas y los cóndores, las mujeres, los hombres y los niños, el verano y el invierno y el atardecer y el olvido.

Y entonces me respondo que todo quedará en sus colores y que todos quedaremos en ellos, y que para los hombres del futuro todos seremos un invento de Andrés Zevallos de la Puente. Como ya es un invento suyo la inmensa y encantada Cajamarca.

Lo recordaré con esta historia que el año pasado escribí acerca de él.

El tío Lino y Andrés Zevallos de la Puente

Pastoreaba su ganado el tío Lino en una pampa cercana a Contumazá cuando un toro bravo se le abalanzó. Correr no lo podía salvar porque el animal era más veloz. Entonces, nuestro amigo se lanzó a una laguna y comenzó a nadar.

Después de haber recorrido unos doscientos metros, volvió la vista y descubrió que el feroz mamífero también sabía nadar y estaba a punto de alcanzarlo. Y sin embargo, eso tampoco podía intimidarlo.

Avanzó nadando hasta una catarata, se asió del chorro más fuerte y por allí comenzó a trepar hacia la cima donde se creyó por fin a salvo… En realidad, no lo estaba. El toro se había colgado del mismo chorro y también trepaba en busca de su víctima.

Tal vez se dijo: Los seres humanos pueden más que los brutos (aunque no en tiempo de elecciones), desenvainó su filudo machete y de un tajo cortó el chorro de agua. Desde allí cayó el toro que luego emprendió veloz escape.

De Lino León, se sabe poco. Los relatos orales acerca de él acontecen en un tiempo inmediatamente anterior a la guerra con Chile. De todas formas, hay familias en Cajamarca y otros departamentos del norte que lo ubican como seguro antecesor. Por mi parte, entiendo que fue tío de mi padre, el doctor Eduardo González León, y por lo tanto, su parentesco me honra.

A mi parecer, el más ilustre de los recopiladores de estas historias es el pintor Andrés Zevallos de la Puente. La prosa con que las narra es tan viva que a veces parece añadir invento al invento y nos hace preguntarnos si no se trata del propio tío Lino reencarnado.

Andrés -hoy, uno de los pintores mayores de América Latina- ha soportado el precio que se paga por tener imaginación en el Perú. Era un profesor principiante en el colegio San Ramón cuando perdió casi todo lo que tenía en la vida. Su también joven esposa falleció de un momento a otro. Por su parte, Andrés se quedó sin trabajo.

Eran los días de la dictadura de Odría. Un grupo de soplones fue al colegio para buscar maestros apristas o comunistas (igual que ahora sólo que con otros pretextos) y, por supuesto, un artista es siempre un sospechoso. Lo echaron.

Tenía que mantener a sus hijos y se puso a trabajar como camionero. Y así recorrió kilómetros y kilómetros de la costa y la sierra en los cuales supongo que vería las imágenes de su futura pintura. Han pasado los años y, luego de un segundo matrimonio, tiene una familia encantadora y numerosa como es numerosa y asombrosa su obra pictórica.

Todo eso me hace preguntarme si Andrés Zevallos de la Puente existe en verdad o si es una fantástica creación de Cajamarca, y en los tiempos futuros, la gente se preguntará quién inventó a quien, si Andrés al tío Lino o el tío Lino a Andrés.

 

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