MADRID.- Como otros grandes novelistas de su época, Émile Zola tuvo una faceta, más desconocida, de autor de cuentos, que le permitió sobrevivir, un género con el que practicó la literatura del detalle pero también la crónica periodística y cuyo conjunto ha reunido en un volumen la editorial Páginas de Espuma.
Un autor que, como novelista, no necesita carta de presentación, pues algunas de sus obras son clásicos de la literatura («Thérése Raquin», «Nana» y la saga «Los Rougon-Macquart») pero que produjo también muchos relatos breves que han sido ordenados de una forma literaria y vital para ofrecer al lector una visión de este Zola menos conocido.
Mauro Armiño, dos veces Premio Nacional de Traducción y un experto en la literatura francesa decimonónica, ha sido el encargado de traducir al español la producción completa en narrativa breve del autor francés, considerado el padre del naturalismo, en un libro que supera las mil páginas y que presentado hoy en Madrid.
Balzac, Dumas, Flaubert, George Sand, Maupassant y Émile Zola (1840-1902) vieron como su producción de relatos breves era publicada por una potente prensa, en la que, junto a las noticias y los sucesos del día, se ofrecía a los lectores textos literarios.
En el caso de Zola, explicó Armiño, tres fueron los pilares en los que se basó esta producción: cuentos trágicos, otros más «amables» y los que eran básicamente crónica periodística.
Algunos de ellos «muy potentes» y uno «excepcional», en opinión de este experto, que es el titulado «Por una noche de amor», publicado en 1877 en L’Echo Universal e inspirado en Casanova.
La primera etapa de Zola como cuentista transcurrió entre 1859 y 1864, años en los que publicó sus relatos breves en la prensa y que luego recogió en el volumen «Cuentos a Ninon», una musa ficticia.
Posteriormente, Zola pasó a escribir artículos sobre la actualidad política, que combinaba a veces con relatos de trama ligera y breve extensión, hasta 1872, cuando se le prohibió colaborar en la prensa parisina por un artículo irónico sobre el gobierno, recuerda Armiño.
Y es que, sostiene este experto, «la novela realista francesa decimonónica vive y se hace gracias al periodismo».
Diez años más tarde de «Cuentos a Ninon», Zola volvió a recoger en un volumen, bajo el título «Nuevos cuentos a Ninon», catorce textos en los que confiesa los golpes recibidos a lo largo de ese tiempo.
En estos cuentos se refleja la evolución desde el lirismo juvenil de su libro anterior a un realismo con el que denuncia la crueldad que la sociedad ejerce sobre los miserables y los desposeídos.
Cuando en 1872 se le prohibió colaborar en la prensa parisina, Zola tiene ya claro que su vocación no es la periodística y durante tres años desaparece su producción de relatos y cuentos hasta que se le ofrece una posibilidad de volver a colaborar en 1875 en la revista rusa Messanger de L’ Europe.
Allí aparecerán doce novelas cortas que recogerá en los volúmenes «El capitán Burle» y «Näis Micoulin», cada uno con seis relatos.
Una vez concluida su colaboración con esta revista, en los doce años que le restaron de vida, Zola no volvió apenas sobre el género narrativo breve, ocupado como estuve en sus grandes novelas, señala el responsable de la edición.
Zola alcanzó una dimensión humana, literaria y política que se reflejó en su funeral: 50,000 parisinos le despidieron en el cementerio de Montmartre, pero, recuerda Armiño, más que al novelista admiraban al hombre que con el caso Dreyfys «había abanderado el enfrentamiento con la parte más conservadora de la sociedad francesa».
Alfred Dreyfus, un capitán de origen judío acusado de alta traición, fue detenido, condenado a cadena perpetua y deportado por un error judicial, y sobre su caso Zola escribió «Yo acuso».
Un caso que le convertiría, afirma Mauro Armiño, en «el gran paladín de la izquierda», eso sí, «sin serlo».