Hay un refrán árabe que dice: “Mi padre montaba un camello. Yo conduzco un automóvil. Mi hijo vuela en un jet privado… y su hijo montará un camello”. Esta metáfora oriental describe la actual situación del mercado del oro negro: cada vez se encuentra menos petróleo.
Para descubrir un yacimiento nuevo (y para su posterior explotación) se necesita más dinero que en el pasado. Y encima las reservas encontradas acostumbran a ser, en volumen, más pequeñas. Así lo reconocía hace algunos días la Agencia Internacional de la Energía (IEA) en un informe.
En el 2016 se descubrieron el equivalente de 2.400 millones de barriles anuales (lo que representa menos de un mes de consumo a escala global). Para encontrar una cifra similar hay que remontarse a los años cuarenta del siglo pasado. Es un monto muy inferior a lo que nos tenían acostumbrados las petroleras en los últimos quince años, cuando cada año salían a la luz unos 9.000 millones de barriles anuales.
Al mismo tiempo, el volumen de los yacimientos petroleros aprobados en vista de su explotación cayó en el 2016 hasta 4.700 millones de barriles, un 30% menos que el año anterior. No es sólo una cuestión de cantidad, sino también de número. El año pasado, según la consultora Ihs Markit, hubo 174 descubrimientos. Hasta el 2013 el promedio oscilaba entre 400 y 500, es decir más de uno nuevo cada día.
Repsol el pasado mes de marzo encontró en Alaska un yacimiento de 1.200 millones de barriles
Si se tiene en cuenta que se tardan entre cinco y siete años para explotar la producción (y sólo uno de cada cinco pozos es viable desde un punto de vista comercial), esto significa que dentro de una década podría haber carencia de suministro. O incluso antes. Tras conocer los datos de la IEA, el consejero delegado de Total, Patrick Pouyanne reconoció que “a este ritmo la oferta de petróleo será insuficiente a partir del 2020”.
Pero ojo: no sólo se encuentra menos crudo porque se está acabando (la energía fósil, ya se sabe, es un recurso limitado).En realidad, aún queda petróleo por descubrir. De hecho, cabe recordar que Repsol el pasado mes de marzo encontró en Alaska un yacimiento de 1.200 millones de barriles, el mayor descubrimiento en tres décadas.
El problema es que el coste de las inversiones necesarias para buscar nuevo crudo es elevado (por ejemplo, ahora hay que ir a inspeccionar hasta en aguas muy profundas) y, con las actuales cotizaciones del barril de petróleo, los números no salen. Las petroleras ya no pueden lanzarse en exploraciones demasiado onerosas (por ejemplo, en el Ártico, donde la gran mayoría de las empresas se ha echado atrás).
Según la consultora Wood Mackenzie estas compañías, que en el 2014 se gastaban en promedio 100.000 millones de dólares en sus búsqueda de barriles, en el 2016 redujeron su presupuesto a 40.000 millones, es decir menos de la mitad.
Esta semana las cotizaciones de petróleo han vuelto a hundirse. El barril de Brent se sitúa en la actualidad alrededor de los 49 dólares, el nivel más bajo desde el mes de noviembre. La revalorización que se había producido tras el recorte de la oferta anunciado el pasado otoño por el cartel de países exportadores de la OPEP ha quedado cancelada. Esto testimonia la inexorable pérdida de influencia del cartel.
Es cierto que hasta ahora sólo Arabia y Kuwait han cumplido a raja tabla con el recorte. Pero el motivo del declive es otro: la técnica del fracking (fracturación hidráulica) en Estados Unidos está otra vez en auge. Al haberse perfeccionado, es más conveniente, incluso en los precios actuales (por ejemplo, la explotación de Permian en Tejas es rentable… ¡con el barril en 40 dólares!).
Respecto al 2014, el coste de extracción de este tipo de crudo no convencional enquistado en las rocas es un 50% más bajo, con la ventaja de que, en pocas semanas (a diferencia de un pozo tradicional), su producción es operativa.
Esta industria aporta ahora el 20% del total de la oferta, una cantidad suficiente para inundar el mercado, bajar los precios, reducir las exploraciones y dejar la OPEP en evidencia. Hasta que algún día, vuelvan los camellos.
PierGiorgio M. Sandri