Es costumbre que, tras la toma de posesión, los Presidentes de los Estados Unidos se reúnan con los líderes de los países miembros de la Alianza Atlántica. Se trata, por regla general, de encuentros informales, que poco o nada tienen que ver con las sofisticadas “cumbres” de jefes de Estado, destinadas a esbozar los planes de actuación de la OTAN. Sin embargo, parece que el actual inquilino de la Casa Blanca está dispuesto a cambiar las reglas de juego. No sería esta la primera vez; Donald Trump se empeña en imponer su peculiar estilo.
El encuentro celebrado esta semana en Bruselas debía haber tenido un carácter meramente simbólico. En principio, se trataba de inaugurar la nueva sede de la Alianza Atlántica, un edificio modernista, cuya arquitectura contrasta con las hasta ahora austeras instalaciones que albergaban la secretaría de la agrupación militar. ¿Simple cambio de piel? ¿Mirada hacia el futuro? Lo cierto es que la OTAN no va a desaparecer, como lo hizo en su momento el Pacto de Varsovia, brazo armado de Moscú durante la guerra fría.
No, la Alianza Atlántica no parece dispuesta a seguir los pasos de su ex rival. Al contrario, la estructura militar contempla una posible expansión al ámbito extra europeo. Esta es, por lo menos, la opción defendida por el aliado transatlántico, que desea un mayor involucramiento de los europeos en Oriente Medio, Asia y África, regiones azotadas por la lacra del terrorismo. Esta fue una de las propuestas formuladas en Bruselas por el Presidente norteamericano que, tras haber “regañado” a sus aliados por el escaso interés a la hora de sufragar los gastos de la Alianza – la famosa contribución del 2 por ciento del PIB destinada a la defensa – se apresuró a invitarlos a participar “activamente” en la lucha contra el Estado Islámico, símbolo del terrorismo yihadista. Los europeos, que participan ya directamente en los operativos bélicos de Oriente Medio, parecen poco propensos a incrementar su presencia en la zona. Sin embargo, contemplan una mayor cooperación en materia de logística e inteligencia. ¿Un brindis al sol?
Si bien durante su campaña electoral de 2016 Trump tildó a la OTAN de organización “obsoleta”, su opinión cambió radicalmente hace apenas un mes, tras entrevistarse con el Secretario General de la Alianza, Jens Stoltenberg, quien llegó a persuadirle de la ventaja que implica contar una organización de defensa fuerte. “Dije que la OTAN era obsoleta, ya no pienso que sea obsoleta”, manifestó el Presidente sin parpadear. No será éste su primer ni su único zigzagueo en política internacional.
Lo cierto es que la Alianza puede ser útil no sólo para combatir el “terrorismo árabe”, auténtica bestia negra de Trump, sino también para reforzar la presencia militar occidental en Europa del Este, donde polacos, rumanos y bálticos emplean invariablemente el mantra “¡vienen los rusos!”. De hecho, tanto Bucarest como Varsovia abogan en pro de una consolidación del flanco oriental de la OTAN, que implicaría también la adopción de una postura unitaria de la Alianza y la UE con respecto a las relaciones con el Kremlin. Ello supone un aumento sustancial de la ayuda económica (y no sólo) para Ucrania, Georgia y Moldova, países que han solicitado la adhesión a la OTAN.
El primer encuentro de Donand Trump con sus ex obsoletos aliados finalizó con algunos – pocos – resultados concretos. Sin embargo, sirvió para despejar el horizonte de las relaciones diplomático-estratégicas entre Europa y Norteamérica, que habían experimentado una crisis aguda a finales de 2016.
El inquilino de la Casa Blanca descubrió la verdadera faz de sus socios europeos. Por su parte, los “obsoletos” lo despidieron con un gran suspiro de alivio al comprobar que el “paraguas protector” del tío Sam sigue abierto. Pero de ahí a decir que las aguas han vuelto a sus cauces hay un abismo…