CUSHILLOCOCHA.– En la triple frontera de Brasil, Colombia y Perú, en plena Amazonía, los indígenas ticunas buscan alternativas al cultivo de la coca que les convirtió en mano de obra del narcotráfico y desplazó sus costumbres ancestrales.
El cacao y la fariña, una harina gruesa de yuca, tradicional de nativos de la Amazonía, son algunas alternativas económicas impulsadas entre los ticunas peruanos por la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida), cuya meta es que dejen de cosechar hoja de coca, materia prima de la cocaína.
Sin embargo, aún son minoría los que optaron por los cultivos alternativos, pues las mayores ganancias continúan en la coca, y son muy tentadoras para una población sumida durante años en la pobreza de uno de los rincones más remotos y olvidados de la geografía peruana, según comprobó Efe en una vista a la zona.
La inyección económica del narcotráfico fue tan grande en ciertas comunidades de ticunas que cambió absolutamente su aspecto y funcionamiento, como ocurrió en Cushillococha, un caserío de más de 600 familias, asentado a orillas de una azulada laguna cercana al río Amazonas, en la provincia peruana Mariscal Ramón Castilla.
En esa aldea ya no hay rastro de las grandes y ovaladas casas donde habitaban los ticunas antes de que su territorio fuera repartido entre tres países, y en cambio abundan modernas viviendas de ladrillo y cemento con antenas parabólicas para ver televisión por satélite en pantallas planas.
«Los cazadores dejaron de cazar, los pescadores dejaron de pescar y los agricultores abandonaron la yuca y el plátano para plantar la coca. Hasta se daban el lujo de ir a comprar pescado al mercado de Caballococha, la capital de provincia», contó a Efe Haroldo Linares, coordinador de la oficina de Devida en esa ciudad.
En Cushillococha todos sus miembros plantaban coca hasta que hace dos años llegó el Proyecto Especial de Control y Reducción de Cultivos Ilegales en el Alto Huallaga (Corah) para erradicar las plantaciones, con la sorpresa de que eliminó más de 15.600 hectáreas en la provincia, cuando solo esperaba destruir 3.000 hectáreas.
Devida se encontró con un poblado en «shock» económico, con «gente muy descontenta y en algunos casos desesperados porque no tenían ninguna fuente de ingresos», recordó Linares.
En ese contexto algunos ticunas volvieron a sembrar yuca, por lo que Devida promocionó la elaboración de fariña con la instalación de 80 módulos en ocho comunidades de la provincia Mariscal Ramón Castilla, y logró convencer hasta ahora a 322 familias para que siembren cada uno una hectárea de cacao.
Los módulos permiten tostar la harina en menor tiempo, con menos leña y humo, lo que evita irritaciones en sus ojos, y aumenta su producción, cuyo excedente es vendido en mercados de Colombia y Brasil entre 3 y 5 soles (0,92 y 1,53 dólares) por kilo, según explicó a Efe Antonio Curico, productor de fariña.
A pesar del esfuerzo que implica desenterrar la yuca, cortarla, ponerla en agua, esperar a que fermente, prensarla, tamizarla y finalmente tostarla, Curico aseguró que merece la pena.
Entre los que optaron por el cacao está Américo Fernández, de 65 años, quien explicó a Efe que tras la erradicación quiere mantenerse en actividades legales, pero lamentó que el Estado no les dé incentivos económicos mientras esperan los alrededor de dos años que el árbol del cacao tarda en dar frutos.
Con la recuperación de estas actividades, el alcalde de Cushillococha, Hernando Canchari, aseguró a Efe que ahora solo el 30 % de sus habitantes se dedica a la coca, aunque el organismo estatal calcula que son bastantes más.
Según la autoridad local, la violencia desapareció de su poblado, pero el día posterior asesinaron a una persona de un disparo en la cabeza en un presunto ajuste de cuentas.
Para que desaparezcan todos los cultivos ilícitos, Canchari abogó por desarrollar también piscicultura, forestación, infraestructura y turismo, un tejido económico con oportunidades variadas que seduzca a los indígenas más fieles a la coca. EFE
Fernando Gimeno/EFE