MADRID.- Cuando la voz del peruano Juan Diego Flórez cambió «un poco» después de años siendo el único capaz de cantar como marca la partitura a Rossini, se sintió «un poco perdido» y pasó «una pequeña crisis», pero encontró «el camino» y ahora está «muy satisfecho» de cómo canta. «Me divierto», asegura.
El tenor acaba de publicar su primer disco dedicado al «mágico» Mozart y adelanta en una entrevista con Efe que ya está «en conversaciones» para hacer «La Clemenza di Tito», «Idomeneo» y «La flauta mágica«.
«Para mí, Mozart ha sido un compositor cercano desde que empecé con 17 años en el conservatorio. A los 18 formé parte del coro de ‘La flauta mágica’, aunque la idea inicial era que hiciera un rol secundario, pero decidieron no arriesgar», recuerda riéndose.
Ha cantado «constantemente» las arias de su disco, «Mozart» (Sony), en recitales pero le sigue «faltando escenario», porque siempre le han llamado para el bel canto: «Mozart es para mí un compositor mágico, aunque no tenga para el tenor esas piezas de virtuosismo extremo que tienen otros como Rossini», resume.
«Cuando era más joven, cantaba todo de Rossini y podía hacer exactamente lo que estaba escrito en la partitura. Eso me llevó a la fama porque muy pocos podían hacerlo. Todo estaba bien, pero, cuando mi voz cambió un poco, me encontré un poco perdido, una pequeña crisis. Sin embargo, encontré el camino y ahora estoy muy satisfecho con cómo canto», revela.
Técnicamente, asegura, puede hacer todo lo que se imagina en su cabeza porque su formación es «muy sólida», aunque nunca acabe de estar completamente y absolutamente satisfecho, «porque siempre hay un ideal«.
«Si la técnica no está bien, si no puedes hacer todo lo que está en la partitura, no puedes comunicar, y el público nota que estás incómodo. Me divierto, y eso solo pasa cuando puedes dar tu arte como quieres», recalca.
Su voz y su preparación le permiten hacer «cosas muy diferentes», pasar de un «Barbero de Sevilla» a un «Werther» o empezar un concierto con Mozart y seguir con Rossini, «algo muy raro», y todo ello «sin estar fuera de estilo», dice.
Le gusta mucho jugar al fútbol y, cuando da buenos pases, siente una satisfacción parecida a la que nota cuando da un buen recital: «Cuando haces las cosas bien, sabes que el público va a reaccionar, y la emoción se nota en el aire».
Se ha programado la vida para dar un concierto a la semana y viajar moderadamente, para no estar lejos de sus hijos, de 6 y 3 años.
Aun así, además de sus recitales, lo próximo que le espera es en enero «Los cuentos de Hoffmann», en febrero el «Orfeo» de Gluck en La Scala de Milán (Italia); en abril «Lucia di Lammermoor» en Múnich (Alemania); en mayo «Rigoletto» en Viena, donde vive; «Ricciardo e Zoraide» en Pésaro (Italia) y en noviembre «La Traviata» en Nueva York.
A pesar de su agenda, sigue arañando tiempo para dedicar a su programa social Sinfonía por el Perú, que proporciona educación musical a miles de niños desfavorecidos, aunque, precisa, «no se trata de crear músicos sino buenas personas».
«Tenemos varias metas. Ahora hemos formado una orquesta central, que financia una fundación internacional. Queremos unas becas mínimas y nuestro sueño es crear una academia grande, en la que quienes tienen más disposición para la música puedan dedicarse a ella».
El próximo año hará una gira por Latinoamérica que, de momento, abarca Chile, Argentina y, «seguramente», Colombia.
El próximo 9 de noviembre ofrecerá el concierto que tuvo que suspender el 18 de octubre en beneficio de los damnificados por el terremoto de México: «No me encontraba bien, sabía que no iba a rendir y quiero hacer las cosas como ellos se merecen».
Y eso que «lo más pesadito» para él, afirma, son los aeropuertos: «Los aviones son lo peor para un cantante. Y no, no tengo ‘jet’, los tenores no llegamos a tanto», se ríe de nuevo.
EFE/Foto: granteatronacional.pe