Ratko Mladic, el carnicero de Bosnia

 

El Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY) ha condenado al exgeneral serbobosnio Ratko Mladic, el carnicero de Bosnia, a cadena perpetua por el genocidio de la población en Srebrenica, así como por otros crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos durante el conflicto armado, que se extendió entre 1992 y 1995 en los Balcanes.

De los once cargos que pesaban contra Mladic, ha sido declarado culpable de diez de ellos, incluido el del genocidio de Srebrenica, el más importante, y ha sido eximido del cargo de genocidio por buscar el exterminio de toda la población musulmana.

El presidente del TPIY, Alphons Orie, quien ha leído el veredicto, ha afirmado que Mladic intentó crear territorios “étnicamente limpios” de musulmanes y le ha responsabilizado como máximo responsable militar del ejército serbio, de lanzar una “empresa criminal” para aterrorizar a la población civil de Sarajevo durante el largo asedio a la capital bosnia.

Mladic estaba acusado de dos cargos de genocidio por la masacre de Srebrenica en la que militares bajo su mando asesinaron a más de 8000 niños y hombres en los primeros días de julio de 1995, matanzas que continuaron durante todo el conflicto armado.

También pesaban en su contra cinco cargos de crímenes de lesa humanidad -persecución, exterminio, asesinato, deportación y por actos inhumanos- y cuatro de crímenes de guerra -asesinato, terror, ataques ilegales contra civiles y toma de rehenes-.

El general serbobosnio, de 74 años de edad, fue detenido en Serbia en mayo de 2011 tras haber pasado más de una década como fugitivo. Desde entonces, ha intentado numerosas frenar el proceso judicial en su contra, esgrimiendo, entre otras cosas, motivos de salud.

En 2016 el TPIY ya había condenado a 40 años de prisión por genocidio y crímenes de lesa humanidad al antiguo líder de la República Srpska de Bosnia Radovan Karadzic.

Conocida esta sentencia, he repasado la hemeroteca y considero que mantiene actualidad este artículo que publiqué el 18 de diciembre de 2012:

Sobre el balance del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia
«Les victimes serbes ignorées par la justice internationale» (escrito por Pierre Hazan, Le Monde, 14 de diciembre de 2012). Un amigo corresponsal en Francia me señala ese titular. Sabe que como periodista me tocó ocuparme de los Balcanes y que -desde entonces- nunca perdí el interés por el desarrollo histórico de aquella parte de Europa, espejo verdadero de la mayoría de los nacionalismos. En ese artículo se considera la liberación de los generales croatas Ante Gotovina y Mladen Markač, condenados en primera instancia a 24 años de cárcel, como la ruina de la credibilidad del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY).

Los crímenes de los que eran acusados tenían que ver con la ofensiva croata que empujó a más de 200.000 serbios a huir de territorios en los que habían vivido ancestralmente, en la provincia croata de Krajina. Las razones jurídicas del tribunal se pueden leer en «The Appeals Chamber Judgment of Gotovina and Mladen Markač» (escrito por Joseph W. Davids, en The (New) International Law, 3 de diciembre de 2012). Por el contrario, hay que subrayar que además del fiscal, dos de los cinco magistrados del tribunal expresaron su rechazo de la absolución en votos particulares.

Víctimas ignoradas y responsables convertidos en héroes
Pierre Hazan, vinculado al Grupo Internacional de Contacto relativo al conflicto vasco, subraya que la absolución subsiguiente, el 29 de noviembre de 2012, de Ramush Haradinaj, ex primer ministro kosovar y antiguo comandante del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK, según sus siglas en albanés), se contrapone también a la condena a perpetuidad (el 12 de diciembre) del general serbo-bosnio Zdravko Tolimir, brazo derecho de Ratko Mladic. Todo esto sirve a numerosas voces hoy para denunciar o sugerir la parcialidad del TPIY. Sin embargo, la justicia no consiste en igualar a cualquier precio responsabilidades no siempre iguales.

Y tampoco es cierto lo que se afirma con frecuencia: que sólo los serbios fueron condenados por crímenes contra otros pueblos de la ex Yugoslavia.

El hecho es que todos –TODOS- los incluidos en la lista establecida de perseguidos y prófugos por el TPIY han sido capturados y procesados. Nunca faltaron para ellos las garantías procesales adecuadas. Casi un tercio era de origen croata, albanokosovar o bosnio, no serbio. 126 de 161 de la lista ya han tenido sentencia; el resto la espera o está siendo juzgado. El último fugado fue arrestado en julio de 2011: Goran Hadžić, presunto corresponsable de la matanza de enfermos en el hospital de Vukovar. ¿Hay que recordar ahora que ya se repitió mil veces que los más señalados responsables militares y políticos NUNCA serían juzgados? Ratko Mladić está en la cárcel y su juicio continúa. Lo mismo sucede con Radovan Karadžić. Slobodan Milošević murió por un problema cardiaco en prisión, después de rechazar tratamiento médico adecuado y de que insistiera en auto medicarse.

De modo que creo que hay que considerar tanto ese aspecto –positivamente- como la parte más negativa: los absueltos por el TPIY siempre han sido recibidos como héroes en sus respectivos puntos de origen (Croacia, Kosovo o Belgrado): el recibimiento de Gotovina y Markač en Zagreb, el de Haradinaj en Prístina, deben preocupar tanto como la acogida ofrecida a su regreso a la expresidenta de la República Srpska, Biljana Plavšić, quien está en libertad y solo cumplió 2/3 de su relativamente reducida condena. Si se habla de víctimas ignoradas, es peligroso insistir únicamente en una parte. Desgraciadamente, así funciona con frecuencia el discurso mayoritario en aquella región de Europa. Y de ahí surgen periódicos ajustes sangrientos.

Situaré las sentencias de Haradinaj, Gotovina y Markac, también chocante para dos de los jueces del tribunal, en otro terreno: ¿sus contenidos invalidan totalmente al TPIY? ¿El bombardeo de Dresde en la II Guerra Mundial invalidó las acusaciones por el holocausto? Es terrible que se plantee ese dilema. Pero ese planteamiento sin más, el de que las víctimas serbias han sido ignoradas, es un discurso que se ha repetido en una cierta prensa, sobre todo en Francia y Rusia. Llamativamente, esas fueron potencias aliadas de la Serbia histórica, mientras Croacia y Eslovenia pertenecían al ámbito de influencia germánico-austriaco. Es curioso como esas viejas realidades siguen plasmándose en noticias actuales. Incluso sugerir lo contrario es espinoso. Porque si lo llevamos al terreno contrario, ¿se debería haber liberado al jefe de los servicios de inteligencia serbo-bosnios durante la matanza de Srebrenica, el citado Zdravko Tolimir, coautor de la mayor matanza en Europa desde la II Guerra Mundial, para probar y recobrar la credibilidad del TPIY? Para contestar en palabras de Robert Kaplan («Los fantasmas balcánicos»), hay que recordar que Yugoslavia fue «una historia de sutilezas que se resistía a ser condensada en las páginas de los periódicos».

Un pasado de tumbas muy pobladas
En ese sentido, el trío «víctimas-serbias-ignoradas» puede ser certero, pero se convierte asimismo en una clave fundamental, que sirve a determinados sectores del nacionalismo (serbio, croata, kosovar, etcétera) para preparar nuevos brotes de sangre a partir de injusticias sufridas (de verdad) por los suyos. De modo que la demanda de que se haga justicia completa, se convierte en un elemento fundamental para revivir los dramas legendarios del pasado. La historia es siempre injusta, dicen, con el pueblo serbio.

Y el mecanismo balcánico, no sólo serbio, parece funcionar según una ley que parte del «olvido injusto» de «nuestras» víctimas para reforzar las bases del futuro heroico de «nuestro» pueblo (póngase el nombre del que se desee). Todo intercalado con períodos de paz en los que se vuelve a cocer el relato de las injusticias (ciertas) sufridas por los pueblos protagonistas. «Las tumbas de nuestros héroes están más pobladas que nuestras ciudades», dijo en los años 30 el escritor serbio Jovan Ducic.

En mi período de enviado especial a Kosovo, años 1998 a 2000, también sufrí temporalmente una especie de arrebato o «propósito de enmienda informativa», que me condujo a jornadas en las que me proponía elaborar noticias más centradas en las víctimas serbias, para compensar la tendencia entonces general a referirse a los incendios y muertes de los albano-kosovares. Aquello le deja a uno más tocado de lo que puede confesarse. La victimización / diabolización termina allí -periódicamente– en un baño de sangre. Esos son los hechos que se apoyan siempre en precauciones y matizaciones.

En 2010, por ejemplo, el parlamento de Serbia, aprobó pedir disculpas por la matanza de Srebrenica. Lo hizo a instancias de la Unión Europea, pero hubo 127 votos a favor en una cámara de 250 diputados. Y el texto aprobado añadía una reclamación añadida para que croatas, kosovares y bosnios pidiera -a su vez- perdón «por las víctimas serbias».

De modo que regreso a aquel tiempo terrible –como un condenado- para recordar que «Yugoslavia no se deterioró de repente, sino metódicamente, paso a paso a lo largo de la década de los ochenta, empobreciéndose, degradándose, alimentando el odio año tras año» (Kaplan). Los tribunales deberían castigar todas las injusticias, pero quizá no sirvan para extinguir todas las brasas de determinados odios.

Y el problema en los Balcanes, más que en otras geografías quizá, es que siempre quedan víctimas por reivindicar y que pocos parecen dispuestos a cerrar el capítulo anterior. Desde luego, mucho menos, a recordar que el principio de la tragedia «histórica» de esas víctimas tiene que ver –principalmente- con sus propios dirigentes políticos. Y con una ideología nacionalista que funciona como espiral irresistible hasta que logra urbanizar una parte de los territorios en disputa mediante la construcción de populosos cementerios.

Tribunales y herencias ideológicas
El Tribunal de Nüremberg quizá fue limitado, incluso injusto desde algunos puntos de vista; pero no en su generalidad. Los culpables del castigo sufrido por el pueblo alemán (de los desplazamientos de las poblaciones alemanes del Este, de bombardeos inmisericordes como Dresde o de las centenares de violaciones en el Berlín recién ocupado por los soviéticos) fueron -en primer lugar- sus propios líderes y el virus del nazismo. ¿Ignoró el tribunal de Nüremberg a las víctimas alemanas? ¿No procedía la desnazificación? Ante los conflictos balcánicos más cercanos, hay que hacerse las mismas preguntas sustituyendo Nüremberg por TPIY y desnazificación por desmontaje paciente «de las sutilezas» de los odios nacionalistas.

Todas las víctimas son víctimas y a muchas, serbias u otras, no se les hará justicia. Nunca al cien por cien. Lo peor es que las víctimas reales sirven siempre allí –y en menor medida en otros lugares de Europa- para alimentar victimismos legendarios que –a su vez- generarán nuevas víctimas verdaderas en el futuro. Un futuro que el escritor serbio Vuk Stefanonovic Karadzic, llamó hace décadas «el tiempo en el que cada uno vengará la sangre de sus antepasados».

Sin que tengamos que aceptar la argumentación jurídica de los casos Gotovina y otros, tampoco se puede considerar negativo el balance global del TPIY. Y creo que existe una responsabilidad mayor, múltiple y de otro orden: deshabilitar total, ideológica, políticamente, a los nacionalismos étnicos. Ese es el problema principal de origen. El malhadado autor serbio Danilo Kis («Una tumba para Boris Davidovich») se refería a ello sencillamente como «la peste psicológica». Las víctimas de esa plaga lo vuelven a incubar un día y otro, inconscientemente, en masa y no siempre desde una ignorancia generalizada.

 

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