Los peruanos Georgina Cabrera y Juan Morillo llegaron a Pekín en 1978 para enseñar español y, durante su paso por China, el matrimonio logró revolucionar el encorsetado sistema educativo chino con métodos rompedores que permitieron a sus alumnos aprender de una manera más libre.
Ahora, cuarenta años después, la pareja decide decir «hasta luego» y mudarse a Madrid, tras haberse convertido en embajadores de la lengua y la literatura en español en China, donde, gracias a la labor de profesores anónimos como ellos, el español goza actualmente de gran popularidad.
El comienzo no fue fácil. Aterrizaron en la capital poco después la muerte de Mao Zedong, padre de la China comunista, y vivieron en el mítico Hotel La Amistad, el único autorizado a alojar a extranjeros durante muchos años.
Se incorporaron en el departamento de español de la Universidad de Estudios Extranjeros, donde se encontraron con un sistema de enseñanza rígido basado únicamente en la gramática, y sin materiales de texto o bibliotecas para sus alumnos. Por eso, tuvieron que innovar.
La profesora Georgina Cabrera empezó a proyectar películas en español en sus clases, aunque tenía que ingeniárselas para que la universidad, que controlaba todos los materiales que se divulgaban allí dentro, las permitiera.
«Tenía que ver minuciosamente qué cosas podían herirles la sensibilidad. Poco a poco el decano también fue comprendiendo y me dejaba carta libre para que proyectara las películas que yo creía que los alumnos tenían que ver», cuenta a Efe Cabrera.
En aquel momento, China se encontraba en un momento de apertura y reforma, pero con una realidad muy diferente a la de Occidente.
«Me traje algunos libros de Perú. Cuando uno de los profesores me pidió algo de lectura, le di ‘Cien años de soledad’. A los tres días, me lo devolvió y me dijo: aquí no se lee pornografía, está prohibida», recuerda entre risas la profesora.
Pese a ello, asegura no haberse sentido reprimida en su trabajo, aunque reconoce que eran conscientes de sus limitaciones y tampoco pretendían lanzar discursos de índole política. «Tampoco quería decir que nos autocensuráramos, en absoluto», añade.
El profesor y escritor Juan Morillo también recuerda cómo en algunos centros realizar cambios era imposible, aunque en otros sí lo consiguieron.
«La gramática era necesaria, pero introducimos la base cultural de la lengua: conocimientos de historia, literatura, de sociología… todo lo que significa la base cultural de una lengua. Entonces, eso no existía aquí en China«, explica a Efe el escritor de obras como «Ardiendo en la batalla».
Empezaron a organizar actividades fuera de las aulas. Por ejemplo, estudiando «La Colmena», de Camilo José Cela, el profesor se dio cuenta de que los estudiantes desconocían qué era un Café.
«Se los expliqué y lo llevamos a la práctica: creamos «El Café de los jueves». Quedábamos e invitábamos a hispanohablantes para que los alumnos hablaran y se sumergieran en el ambiente lingüístico», dice.
Morillo tampoco olvida el día en que contó un chiste en clase. «Nadie se rió. Uno de los alumnos me dijo: ‘Profesor, es que usted no nos ha dicho quién es el sujeto'».
Aunque guardan muy buenos recuerdos, tampoco olvidan los momentos más duros vividos en China, como la represión de Tiananmen en 1989, cuando se cree que murieron entre cientos y miles de personas.
«Fue muy doloroso. Yo participé activamente en el movimiento. Todos los días iba a la Plaza Tiananmen en bicicleta, muchos alumnos míos estaban acampados allí», recuerda Cabrera.
«Yo disfrutaba de ese ambiente, veía que por fin los alumnos podían hacer algo, romper el statu quo. Pero cuando vino lo que vino después, no me lo podía creer», cuenta, y confiesa que estuvieron a punto de marcharse de China, aunque finalmente decidieron quedarse por sus alumnos, profesores y amigos.
Durante las últimas cuatro décadas, han formado a una generación de chinos, entre ellos diplomáticos, catedráticos o empresarios, para los que el español ha sido clave en su carrera profesional.
El reconocido hispanista chino Dong Yansheng explica que cuando los dos docentes llegaron al país, el hispanismo se encontraba en una fase de adolescencia pero «con sus esfuerzos y dedicación, contribuyeron a impulsarlo hacia su juventud y adultez».
«Todos los hispanistas les debemos mucho», asegura.
Por eso, un centenar de personas asistieron al homenaje celebrado en el Instituto Cervantes de Pekín, con la colaboración con la Embajada de Perú, para despedir a estos dos embajadores del español.
«Aprender la cultura nos va a acercar», dice Cabrera, que sigue animando a los jóvenes hispanohablantes a aprender chino para romper barreras y lograr una verdadera comunicación intercultural. EFE