Elliot Túpac no tiene título pero es el rey de los letreros. Aquellos que anuncian una fiesta chicha, esos que indican que ya llegó el poder wanka, los otros que invitan a un tono con el astro Clavito y su chela. Y no era así y ahora está observando la vieja ciudad de Lima desde su estudio en la esquina de los jirones Cailloma con Ica y ya pasó su buen tiempo. El recinto luce líneas modernas, espacios de una plástica reverberante y de diseños brillantes y sesgos elegantes. Y ahora se traslada a Barranco, en ese rincón de la bohemia limeña también tiene sus espacio donde destacan, obvio, sus pinturas, sus afiches, sus rótulos.
“Soy afichista no soy artista”, me dice. Y por supuesto que no le creo. Que no haya estudiado en Bellas artes, no le quita que viva dedicado a la creación virtuosa. Él lo sabe ahora que me está explicando que la cultura chicha tiene colores fosforescentes pero que son naturales. Elliot Túpac es el diseñador, y artista tipógrafo que inspirado en los bordados wankas y los colores del Valle del Mantaro, puso de moda sus carteles, banderolas y que ha hecho decir a los especialistas que se trata de un “Arte Chicha”. Sí, con mayúsculas. Y Elliot ha puesto sus reparos. El término genéticamente está bien construido, no así su uso, que –según el artista—tiene un tufo peyorativo.
Elliot Urcuhuaranga nació hace 36 años. El nombre lo eligió su padre, don Fortunato, porque quería que su hijo se llamara como alguien importante. En este caso, como el poeta T.S. Eliot. A otro de sus hijos le puso Edison, como el inventor, y a un tercero Elvis, como el rockero. Quería que todos sus hijos, que en total son ocho, llegaran lejos, mucho más lejos que él. Por lo pronto, Elliot –Así lo rebautizaron en el municipalidad– ha recorrido toda Sudamérica con sus carteles de inspiración chicha. También ha diseñado la cubierta de la revista inglesa Creative Review, la cartelería del último Mistura y del festival chileno Lollapalooza.
Como le contó a la revista Aren, al principio, su padre, como presidente regional de los artesanos de Huancayo, no quería que su hijo fuera artista porque preveía un camino desgraciado y pedregoso. Quería que Elliot fuera abogado porque los artistas, él pensaba, llevaban el pelo largo y vendían cuadritos por la calle. “Me mandó lejos y me puso la cruz”, recuerda Elliot. “Qué artista ni ocho cuartos, a estudie usted una buena carrera”, le sentenció. Hoy, Elliot se reconoce como ese dinamitero que irradió con sus formas y colores la escenografía limeña.
Elliot ingresó a la Universidad San Martín y eligió la carrera de Comunicaciones. Desde siempre fue un alumno extraño, no llevaba cuadernos, llegaba a clases con cuatro hojas bond dobladas en el bolsillo. Jamás fue desaprobado, pero no quería ser periodista, ni fotógrafo. No se veía trabajando en una redacción u oficina donde le ordenaría lo que a él no le gustaba. Quería ser como los Wankas, un inconquistable. Entonces un día en el almuerzo le propuso a la familia introducir el cartel chicha en otros ámbitos. Le gustaba también la publicidad y entonces se dijeron por qué no vendemos la idea a las tiendas, a los mercados y dieron en el clavo. A todos les agradaban esos letreros y avisos.
Elliot cuenta que cuando decía: “yo trabajo haciendo carteles chicha” sus amigos en la universidad se burlaban. Era un trabajo mal visto, una estética que de cholos. Elliot lo sabía. Lo chicha era una idea con la que se identificaban a los serranos y aquello no era para la gente elegante. Esa fue su batalla, imponer su estilo en otras esferas fuera de las fiestas. Y jamás dudó de ese valor artístico, por ello él sabía que pronto ese estilo iba a inundar las portadas de las revistas, las galerías de arte y los museos, sí, como las pinturas que admiraba de niño.
Para entender los carteles que hace Elliot Túpac habría que remontarse a los años noventa, a un pequeño taller de serigrafías en Huachipa. Don Fortunato diseñaba e imprimía los carteles fosforescentes y de letras sólidas que anunciaban las fiestas de Vico y su grupo Karicia, de Chacalón o de Los Shapis. Elliot era el brazo derecho de Don Fortunato en el taller, pero más le gustaba las revistas coleccionables y las publicaciones de arte que compraba por un Sol en las librerías del jirón Quilca y en la feria de Amazonas. Admiraba a Miguel Ángel, a Leonardo Da Vinci. Quería ser pintor, quería dibujar y pintar como los renacentistas.
Don Fortunato no tenía título universitario pero a raíz de un juicio por un terreno heredado, tuvo que aprenderse el Código Civil, tuvo que pelear por sus tierras. En la casa de la Carretera Central se recordaba siempre, como inspirados en los antiguos pobladores del Valle del Mantaro, los Wankas. Y ahora en Lima, se vivía como en el Valle del Mantaro, escuchando huaynos y mulizas, oyendo al Picaflor de los Andes y a Flor Pucarina. Luego, el acercamiento a los artistas, lo llevó a ser locutor de radio. Y ya Elliot lo acompañaba pero ahora lo confiesa, no era lo suyo. Aquel era otro mundo.
La primera empresa familiar, Urcuhuaranga Publicidad se convirtió, gracias a Elliot, en Viusa Producciones, un nombre más marketero que pretendía seguir trabajando con los carteles chicha pero que intentaría abrirse paso en otros mercados: “Mi papá no quería, yo todos los días lo convencía para articular los carteles más al tema publicitario y así nos dividimos el trabajo. Mi padre sería el relacionista público, mi hermano estaría en el área de producción, y yo me encargaría de la parte creativa. Ese fue el tiempo del despegue. Nuestro trabajos poco a poco se fue convirtiendo en un elemento cotidiano de la ciudad, al que se le daba valor y valía en sí mismo”.
De autodidacta Elliot empezó a pulir su técnica. Primero en computadora y luego a mano alzada, procurando siempre mejorar la composición, el volumen, el peso de las fuentes. Quería que todo fuera pulcro, perfecto, que sus grafitis parecieran stickers pegados en la pared. En los últimos años ha pintado muchos murales, casi siempre complementadas con dibujos de gasfiteros: Y así reza en uno de los tantos folletos en el extranjero: “La técnica de impresión típica de los carteles populares de Lima, además del desarrollo del diseño de tipografía (Lettering) para el cartel en base a las guías de Elliot Tupac. Como producto final de un cartel impreso en base a tintas negras y flúor, tal como los utilizados para promover a las bandas de cumbia en la capital de Perú”.
Un día lo fueron a entrevistar, después llegó una invitación para Chile y luego tuvo que viajar al congreso de Trimarchi, en Mar del Plata, una de las convenciones de diseño gráfico más importantes de Latinoamérica. Entonces de pronto ya estaba de conferencista en un auditorio de mil personas donde todos habían ido a escuchar sobre la historia del cartel chicha: “En ese momento podía disertar sobre la idea de la peruanidad. Pintaba frases como “Cholo Soy”, “Cómo será no ser peruano” o “Lima no es el Perú”. Reivindicaba lo nacional. Y después me puse a construir mensajes más cívicos. “Tu indiferencia también contamina”, para hablar cobre la contaminación ambiental y “Antes soñaba” que era un texto para animar a mis paisanos”.
Elliot sabe que su tarea recién ha comenzado. Que como su primera muestra individual en la galería Pancho Fierro en el 2011, el tema estético que nació en su humilde casa de Huachipa, no tiene fronteras. En Producciones ya no solo se hacen serigrafías chichas, ahora se dedican a la impresión digital de las llamadas gigantografías. Y Elliot sabe que aquellos primeros logros del provinciano que viene a la capital con solo el trabajo como capital hoy es una nueva corriente tipográfica que han heredado los jóvenes diseñadores y tipógrafos peruanos evidenciar una estética popular que es el signo de esta nueva capa social que le ha dado una característica distinta a la capital.