El destacado periodista César Hildebrandt y su emotiva despedida de la entrañable Chachi Sanseviero, propietaria de la librería «El Virrey», quien falleció este miércoles. A continuación transcribimos el texto de su columna Matices en el semanario Hildebrandt en sus trece.
Muerte de Chachi
Se ha muerto Chachi Sanseviero. La queríamos porque era librera y uruguaya adoptiva, aunque paraguaya de origen. De paraguaya tenía el alma encabritada y de uruguaya por contagio, los libros. Los que vendía junto a su creador, el irónico e inolvidable Eduardo Sanseviero. Porque si algo saben hacer en Uruguay, aparte de parrillas ganaderas, son librerías. Las tienen por montón en Montevideo y hace poco, en un viaje breve, estuvimos en una que Onetti pudo amar de no haber muerto en 1994 porque da a la rambla de Pocitos, al océano trucho del río de La Plata, porque es grande y variada y porque tiene una cafetería estupenda que se llama “El oro del Rhin”, local ahijado de la mítica confitería alemana fundada en 1927 en la esquina de Américo Vespucio y Millán.
Fui un frenético comprador en “El Virrey”. Y siempre estaban allí Eduardo y la Chachi, y más tarde sus hijos. Me refiero a la librería que quedaba en Dasso, a la vuelta de todas mis esquinas. Escogía, compraba, conversaba y a veces me encontraba con gente respetable. Gente sin apuros, que no hojeaba los libros sino que apostaba a la intuición, al enamoramiento instantáneo, a la seducción de una portada, un autor, un tema prometedor.
Un día, tomando un café en un restaurante que quedaba en la esquina, discutí con el librero más famoso de Lima. Eduardo me reprochaba mi censura al gobierno de García, que él consideraba de izquierda porque acababa de estatizar la banca. Yo le dije que respetaba su opinión pero que el problema era que García ya era, a esas alturas, un farsante y un reducidor de dineros públicos. El librero parecía echar chispas. El tupamaro teórico que se enfrentó al gobierno casi milico de Bordaberry y llegó a Lima en 1973 asomaba en cada poro. Nuestra relación nunca fue la misma a partir de esa escena.
Chachi era otra cosa. Era de izquierda pero estaba más interesada en la camaradería de los libros, en el club de los que vivíamos adorando palabras, disputándonos los libros raros, sumergiéndonos en los sueños y pesadillas de los locos. Porque eso somos los lectores: gozadores del infierno, novios de todos los becerros de oro construidos con palabras, lobos solitarios comiendo nuestra ración de imaginación y belleza para no morir de cotidianidad.
Había en “El Virrey” una sección que estaba a cargo de un hijo de Eduardo y que contenía los tesoros más altos del emporio. Allí gasté pequeñas fortunas y me hice de libros empastados con la gracia de los siglos XVIII y XIX. Allí encontré un día, al azar, como suceden todos los encuentros dignos de ser recordados, un libro titulado “Ocupación de Arauco”, editado en Santiago de Chile en 1870. Me deslumbró la dedicatoria: “Al señor general Mariano Ignacio Prado, de su seguro servidor y amigo Cornelio Saavedra”. Saavedra era el autor militar de la sangrienta conquista del sur de Chile y fungía de accionista de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, por cuyos intereses se declaró la guerra de 1879. ¡De hallazgos como este había intentado llenar mi vida!
Un día la echaron a Chachi del local de Dasso y se mudó a Miraflores. La familia se había separado con la violencia que producen los venenos del legado y las insidias de las notarías y al nuevo local fui muy poco. Algo se había muerto para mí en esos anaqueles.
Ahora se ha muerto la Chachi, que construyó su cáncer calada tras calada.
Mi casa la evoca involuntariamente. Porque mi casa es una librería donde tengo una sala, un jardín y una cama. Y porque nada me ha hecho más feliz, más pleno, más volátil, más risueño y más desgraciado que los libros. Soy un pálido discípulo de mis lecturas. Estuve en todo el mundo y recorrí barros de otros linajes y husmeé a gente remotísima gracias a los libros que, siempre echado, leí como un endemoniado. Por los libros es que soy, socialmente hablando, un fracaso. Por ellos viví las mil peripecias que no llegaron a agotarme. Soy los libros que leí.
Adiós, Chachi. Nos vemos. Guárdame la colección que te pedí alguna vez.