Mundial 1994: Un Rolls Royce a Saed Owairan por su gol a lo Maradona

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SAN PETERSBURGO/Rusia.- A nadie de fuera del mundo del fútbol, y dentro de él a pocos excepto los enciclopedistas de este deporte, les suena el nombre del saudí Saed Owairan, pese a que esté inscrito con letras de oro en la memoria de los mundiales de fútbol.

Su gol frente a Bélgica, el 29 de junio de 1994 en Washington, un portento de potencia y regate, brilla aún hoy como el sexto mejor anotado en la historia de la Copa del Mundo, a la altura del que ocho años antes marcó Diego Maradona en México.

Corría el minuto cinco del último partido del Grupo F, y en el estadio RFK de la capital norteamericana, la Bélgica de Vicenzo Scifo y la debutante Arabia Saudí, que disfrutaba de su primera fase final, se jugaban la vida bajo un sol abrasador y una temperatura propia del desierto.

Un rechace de la defensa árabe a apenas diez metros del balcón del área saudí favoreció a Owairan, que levantó la cabeza y en un arranque de lucidez decidió arrancar en velocidad en dirección a la portería que entonces defendía Michel Preud’homme.

Ni Michel de Wolfni ni Rudi Smidts, ni ninguno de los tres jugadores belgas que salieron a su paso fueron capaces de alcanzarle ni de arrebatarle el balón en una carrera en zigzag de más de 60 metros y apenas 12 segundos que concluyó con un tiro cruzado desde el punto de penalti a la escuadra derecha del meta del Malinas y del Benfica.

El tanto no solo le reportó el título personal del «Maradona de los árabes», sino que sirvió además para que Belgica, que llegaba al último partido como primera de grupo y favorita, regresara a casa y para que los saudíes se apuntaran la hazaña de clasificarse para segunda ronda en su primera aparición.

Días después caerían derrotados en Dallas (3-1) ante la Suecia de Martin Dahlin y Tomas Brolin y comenzaría para Owairan una espiral que le llevó de habitar el cielo a sufrir el infierno de la cárcel.

Recibido como un héroe nacional y árabe, la régimen saudí le regaló un Rolls Royce y le cubrió de oro al tiempo que sesgaba de cuajo su carrera profesional.

Elegido mejor jugador de África en 1996, numerosos equipos de Europa, Asia e incluso Estados Unidos llamaron a sus puertas para que dejara el equipo de toda su vida, el Al Shabab, e iniciara su aventura futbolística en el extranjero.

Pero las estrictas normas de su país impedían en esa época que emigrasen sus jugadores y Owairan, entonces con 26 años, se vio obligado a quedarse en casa en medio de la fama pero también de la frustración.

El primer incidente se produjo apenas unos meses después: fue advertido y fuertemente multado por marcharse dos semanas de vacaciones a Marruecos sin permiso del club.

El mes de ayuno sagrado o Ramadán de 1996 fue arrestado por el cuerpo especial de la Policía moral en Arabia Saudí después de que se descubriera que había bebido en compañía de mujeres en un local del reino.

Fue condenado a seis meses de cárcel y a un año de suspensión para jugar al fútbol, una condena que el mismo admitió acabó con su carrera.

Concluida la pena, Owairan -con sobrepeso, pese a que se le permitía entrenarse en solitario, y problemas psicológicos-, regresó a Al Shabab y fue convocado por Carlos Alberto Parreira -el hombre que dirigió a los saudíes en 1998- para la fase final del Mundial en Francia.

Pero allí, con treinta años y las miradas del mundo de nuevo en sus veloces y ágiles piernas, su estrella futbolera se apagó definitivamente: apenas jugó dos partidos y los saudíes cayeron en primera ronda tras perder con Dinamarca, empatar con Sudáfrica y ser goleados por Francia.

Convertido en asesor y comentarista de diferentes medios de comunicación árabes, semanas atrás nombró a su sucesor: «Mohamad Salah puede darle brillo a la copa del mundo», afirma el hombre que se atrevió a emular a Maradona.

EFE

 

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