Fuegos artificiales, diecisiete bailarines, veintiséis músicos en un escenario de cuatro plantas y un muro de pantallas gigantes ha sido el espectacular envoltorio con el que Beyoncé y Jay-Z han vestido un concierto en el que los auténticos protagonistas han sido ellos dos y su reconciliación como pareja.
Música, espectáculo y vida privada se han fusionado en Barcelona, en un cóctel poderoso que ha deslumbrado a las 47,000 personas que se han reunido en el Estadi Olímpic, en la única parada española de la gira mundial «OTR II».
Beyoncé es la reina no oficial de América y Jay-Z el rapero que más dinero gana, pero juntos son algo más que dos artistas que mueven masas y que tienen decenas de temas en las listas de éxitos, son una pareja cuyos problemas sentimentales están en boca de todos y que ellos utilizan como materia prima de su música.
Especialmente en esta gira, que llega después de dos discos en los que ambos hablaban de las infidelidades de Jay-Z y de la crisis de la pareja.
Es la gira de la reconciliación y del triunfo del amor, algo que ha quedado claro desde el primer momento, ya que el concierto ha empezado con una frase en la gran pantalla: «esto es la vida real», seguida de imágenes de la pareja (rebautizada en la proyección como la reina y el gángster) en la cama, el día de su boda y con su hijos.
Tras este preámbulo, que el público ha recibido con gritos de emoción, el griterío se ha vuelto ensordecedor cuando las pantallas se han abierto y de entre ellas ha salido la reina y el gángster cogidos de la mano cantando «Holy Grail».
Los dos han seguido interpretando a dúo «On The Run Part 2», ella moviendo la cadera insinuante y el golpeando al aire con gestos de rapero.
https://youtu.be/8XNDEaA6YMM
En «Bonnie and Clyde» cada uno ha recorrido una de las dos largas pasarelas situadas entre el público, Jay-Z con un traje blanco y un enorme colgante dorado y Beyoncé con un ajustado vestido corto, que el público ha analizado con especial atención porque hay rumores de embarazo, algo que su vientre plano parece desmentir.
Música y vida personal otra vez mezclados, para satisfacción de los ‘fans’ a los que les gusta saberlo todo de sus ídolos y de los ídolos que hacen de su vida privada parte del negocio.
En «Drunk in Love», Beyoncé ha recorrido sola la pasarela y ha demostrado que no necesita a Jay-Z para comerse el escenario. De hecho, a lo largo de todo el concierto, las apariciones de ella han sido más aplaudidas que las de él porque, aunque Jay-Z en Estados Unidos es un dios, en España sigue estando muy por debajo en popularidad de la diosa de su mujer.
El chico malo y la diva se han ido alternando sobre el escenario, interpretando éxitos de diferentes discos porque, aunque el motivo aparente de la gira es la promoción de «Lemonade», de Beyoncé, y «4:44», de Jay-Z, dos horas de concierto dan para mucho, sobretodo al ritmo frenético en el que se han sucedido en este concierto, que ha reunido más de treinta.
El momento álgido de Jay-Z ha sido cuando ha interpretado «Niggas in Paris» y «Beach Is Better» sobre una enorme plataforma móvil, desde la que ha logrado hacer saltar a todo el Estadi.
Beyoncé ha tenido muchos más momentos de ebullición: como cuando ha reivindicado el feminismo en de «Run the World (Girls)», cuando ha lucido vozarrón en «Don’t Hurt Yourself» o cuando ha aparecido al frente de un ejército de bailarinas en «Formation».
Ha dejado para el final grandes éxitos como «Crazy in Love», «Déjà Vu» y «Freedom» y, tras esta fuerte dosis de Beyoncé a solas, la pareja ha vuelto a aparecer unida y más enamorada que nuca para interpretar «Forever Young» cogidos de la mano y con un cartel al fondo con la frase «Esto es amor real». Lástima que después han aparecido los créditos en la pantalla, como en las películas de ficción, porque ya nos lo habíamos creído.
EFE/Rosa Díaz
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