Coctelera: Un entretenimiento con hechos imprevisibles de grandes personajes

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COCTELERA es el nuevo titular de una serie de secuencias informativas en que narraremos hechos imprevisibles, ocurrencias, anécdotas de personajes reconocidos, además del ya consabido rincón del  humor. Disfruta de manera amena nuestras entregas diarias porque nos debemos a ti amable seguidor.

Mario Vargas Llosa, el peruano del realismo duro, el de sangre en las manos, el que expone a gritos la realidad, no solo de Perú sino también del resto de Latinoamérica. De 80 años, el ultimo que tenemos aún en pie, pero como todo gran autor, jamas cae.

«MEDIO POETA, MEDIO MARICÓN»

 

Esta es una foto de Vargas Llosa con doce años, usando por primera vez una máquina de escribir en el Colegio Militar Leoncio Prado, donde habría de situar su primera novela «La Ciudad y los Perros». Todo se inició cuando llegó a casa después de un largo día de juegos a la edad de diez años. Su padre, a quien no había visto durante años, estaba en la sala para contarle de un colegio, su padre como excusa le había dicho a su esposa que lo veía «Medio poeta, medio maricón«.

QUIEN HUELE LA MUERTE, MÁS SABIO SE VUELVE

Mi abuela solía decirme ese dicho. Yo creo que Gabriel García Márquez olía la muerte, por ello mando una carta a Mario Vargas Llosa tan solo 4 semanas antes de fallecer.

Aquí un fragmento corto:

«Me despido a mi puño y letra, no es una disculpa, es un adiós. Pronto serás el último de lo que Jorge inició, creo que hubo un consejo que jamás te di y es el de no caer, he visto en lo periódicos cómo te abuchean pero no dejes que te afecte, haz ganado el Nobel, has escrito una de las novelas favoritas de mi hijo, eres grande Mario, no se te olvide».

NO SOY GABO

«“Un día iba en un avión a Canarias y una azafata me dijo que un pasajero me admiraba mucho y quería conocerme. Acepté. Él se acercó conmovido y me dijo: ‘No sabe lo importante que han sido usted y sus libros en mi vida’. Y ahí vino la cuchillada: ‘Cien años de Soledad ha sido muy importante’. No me atreví a decepcionarlo y decirle que yo no era García Márquez».

VIVIR EN PARÍS

Para superar las «grandes pellejerías económicas» que pasó a su llegada a París, Vargas Llosa ejerció como profesor de español y como periodista en la extinta radio-televisión francesa RTF y en la Agencia de Noticias France Presse (AFP).

Pero además trabajó recogiendo periódicos que vendía a peso y en labores de carga y descarga. «Descargábamos costales de patatas. Lo peor era la carne, porque olía», recuerda. El escritor peruano tuvo las mismas dificultades financieras a su llegada a París y los mismos arrendatarios que Gabriel García Márquez, la familia Lacroix.

MARIO SABE MÁS SOBRE GARCÍA MÁRQUEZ QUE EL PROPIO GABO

Se podría decir que Vargas Llosa sabe más sobre García Márquez que el propio García Márquez dada sus continuas referencias a su carácter, su personalidad y su relación con el entorno. «Creo que tenía un sentido muy práctico de la vida que descubrió en ese momento en que se manifestó a favor de Cuba», señaló sobre esa etapa en que el escritor comenzó a ser fotografiado con Fidel Castro. «Gracias a eso se libró del baño de mugre que recibimos todos los críticos del sistema. Es la izquierda la que tiene todo el control de la vida cultural en todas las partes del mundo».

GARCÍA MÁRQUEZ: ATRAVESANDO UN PUEBLO FANTASMA

Ocurrió un episodio del que, solamente en este momento, me doy cuenta que probablemente es un episodio decisivo en mi vida de escritor. Nosotros, es decir, mi familia y todos, salimos del pueblito de Aracataca, donde yo vivía cuando tenía ocho o diez años. Nos fuimos a vivir a otra parte, y cuando yo tenía quince años encontré a mi madre que iba a Aracataca a vender la casa esa de que hemos hablado, que estaba llena de muertos.

Entonces yo, en una forma muy natural, le dije: «Yo te acompaño». Y llegamos a Aracataca y me encontré con que todo estaba exactamente igual, pero un poco traspuesto, poéticamente.

Es decir, que yo veía a través de las ventanas de las casas una cosa que todos hemos comprobado: cómo aquellas calles que nos imaginamos anchas se volvían pequeñitas, no eran tan altas como nos imaginábamos; las casas eran exactamente iguales, pero estaban carcomidas por el tiempo y la pobreza, y a través de las ventanas veíamos que eran los mismos muebles, pero quince años más viejos en realidad.

Y era un pueblo polvoriento y caluroso; era un mediodía terrible, se respiraba polvo. Es un pueblo donde fueron a hacer un tanque para el acueducto y tenían que trabajar de noche porque de día no podían agarrar las herramientas por el calor que había. Entonces, mi madre y yo, atravesamos el pueblo como quien atraviesa un pueblo fantasma.

GABO CON EL VIEJO Y EL MAR

Cuando salí del periódico El Heraldo, de Barranquilla, me fui para La Guajira un tiempo, con un maletín, a vender libros de medicina, y la enciclopedia Uteha. Así andaba por los pueblos, Aracataca, Fundación, El Copey, Valledupar, La Paz, Villanueva, San Juan del Cesar, Fonseca, Barrancas, Riohacha, La Guajira adentro, no vendiendo nada, y leyendo, de noche, la enciclopedia. Estando un día en Valledupar, con un calor espantoso, en un hotel, me llegó la revista Life, enviada por esos locos de Barranquilla: allí estaba El viejo y el mar, que fue como un taco de dinamita.

 

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