Iwasaki: Los sucesos del Perú colonial del siglo XVII, un anticipo del fin del mundo

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Perú fue muy sensible a la pequeña glaciación que afectó al planeta en el siglo XVII al registrar 36 terremotos, 15 fenómenos de El Niño y dos erupciones volcánicas, lo que en la Lima colonial de la época se interpretó como un anticipo del fin del mundo.

Es una de las conclusiones del estudio «¡Aplaca, Señor, tu ira!», del historiador y escritor peruano Fernando Iwasaki, y publicado simultáneamente en España y América por Fondo de Cultura Económica.

Profesor de la Universidad Loyola de Andalucía (sur español), Iwasaki ha dedicado veinte años a la investigación de este periodo.

Estrés apocalíptico

Según explica a EFE, el estudio se centra en la Lima colonial, «una ciudad que en el siglo XVII vivió una singular efervescencia de santidad y un estrés apocalíptico».

El historiador explica estos dos fenómenos con «la cosmovisión geocéntrica-escolástica que interpretaba el universo a través de la Teoría de las Esferas y que durante el Barroco disfrutó de rango teológico».

Los consiguientes estragos de aquella pequeña glaciación «certificaron el estatuto diabólico del mundo y el derrotero miserable, finalista y escatológico de la existencia que tuvieron los pobladores de Lima, persuadidos de que estaban asistiendo al fin de los tiempos».

«En aquel contexto apocalíptico podemos identificar hasta treinta y ocho personalidades fallecidas en olor de santidad, de las cuales cinco fueron elevadas a los altares», como Santa Rosa de Lima, canonizada en 1671, cuenta el historiador.

De la docta ignorancia a la locura lectora

La investigación de Iwasaki dedica una atención especial a los libros, las lecturas y la ingente producción retórica de la época.

«Porque el Barroco – explica – creía en la ‘docta ignorancia’ y en la inutilidad del conocimiento humano para la salvación eterna, certezas que iluminarían con una luz diferente la ‘locura lectora’ del Quijote, tal como han demostrado los estudios de Roger Bartra y Fernando Rodríguez de la Flor».

Al revisar el Barroco limeño, Iwasaki ha advertido la presencia de las mismas expresiones de ese imaginario en la Península Ibérica.

Y concluye que «existió una globalización del Barroco hispánico y sus principios fueron asumidos por las colonias y la metrópoli, la plebe y las élites, los eruditos y los ignaros, los clérigos y los seglares, porque todos compartían una misma lectura simbólica del mundo trufada de dogmas, supersticiones y disparates».

El autor reivindica a las «víctimas de la Inquisición» porque «la ortodoxia católica entronizó la santidad como supremo ideal del imaginario barroco y, al mismo tiempo, criminalizó la heterodoxia y la ‘falsa santidad’, casi siempre femenina, por lo que muchas mujeres padecieron la represión inquisitorial».

Del Santo Oficio a Hannah Arendt

Iwasaki ha extrapolado el concepto de ‘banalidad del mal’ de la filósofa judío-alemana Hannah Arendt a «la tupida estructura burocrática del Santo Oficio», ya que «desde el comisario más encumbrado hasta el último de sus delatores, todos consideraban legítimo infligir castigos, tormentos y denigraciones a los reos».

Porque para el imaginario barroco, los pecados de una minoría e incluso de un único pecador podían tener «devastadoras consecuencias cosmológicas como terremotos, sequías, epidemias o invasiones de piratas».

El historiador va más allá al afirmar que «el imaginario barroco funcionaba como algunas teorías e ideologías contemporáneas, porque suponía un poder omnisciente, poseía su propio sistema inmunológico contra la disidencia y tenía una estructura sistémica que lo conectaba absolutamente todo, desde la muerte de los papas hasta los nacimientos de siameses, pasando por las guerras santas».

Posverdad y leyenda urbana

El historiador asegura que «siglos antes de que se acuñaran conceptos como ‘posverdad’ o ‘leyenda urbana’, si una monja de Cholula (México) aseguraba que la pérdida de las cosechas en Málaga (España) era consecuencia del paso de un cometa sobre Guayaquil (Colombia), la jerarquía eclesiástica lo admitía.

Y, además, la sociedad barroca hispánica lo aceptaba resignada a escala global desde Murcia (España) hasta Manila, pasando por Cusco (Perú), Veracruz (México) y Nápoles (Italia)». EFE

 

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