Tim le enseñó a Julio César Uribe no creerse un super yo-yo

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Desde niño, Julio César tuvo una idea fija, una obsesión: triunfar en base a su habilidad con la redonda. Ese era el espolón que le hincaba las costillas, que le acicateaba el alma  para empujarlo a ganar, porque sabía que tenía las armas para batirse a duelo muchas veces solo contra un mundo hostil y racista.

A Julio César Uribe, tempranamente, en su edad de corcho, le gustaba jugar adelantado como cuña bien metida en el espinazo de la línea defensiva contraria, aunque recostándose más por la izquierda. Pero el diamantito todavía estaba crudo.

Necesitaba un maestro que supiera refinarlo, guiarlo, sacar a la luz sus mejores dotes, puesto que, de la misma forma en que  algunos son brutos con diamante, Julio era un diamante en bruto a quien había que  pulir, y además ponerlo en salmuera porque no aceptaba consejos del entrenador ni del director del colegio, ni del Papa.

Eso sí, asimiló algunas cosas de uno de sus primeros maestros, el gran Alberto Gallardo: la vida sana y sin excesos, la persistencia, la diligencia, la práctica constante, el olvidarse del público adverso y las puyas malintencionadas. También le insistió y machacó incansablemente, sobre lo útil que es jugar para el equipo.

EL TÍO TIM

En la historia de Julio César Uribe hubo un antes y un después de Tim.

Antes de conocer al tío, sólo le prestaba oídos al Jet Gallardo, pero sólo se los prestaba por un ratito nomás, porque luego desconectaba los audífonos. Cuando llegó don Elba de Paula Lima, el querido tío Tim, lo vio hacer filigranas, soltó el puchito, lo pidió para la selección y luego encendió otro. Y tuvo un amago de incendio cuando vio que Julio César era un amarrabolas que sólo se la entregaba a sus compañeros en los entretiempos. Y se la cantó, como tenía que ser, en primera:

“Hey, garoto, para tu santo te voy a regalar una pelotinha, pero ahora desata esa que tienes amarrada al pie, levanta la cabeza y dásela al compañero que esté suelto”.

Tim le abrió los ojos y las puertas hacia la gloria. A pesar de la terca resistencia de Julio, el tío del puchito lo encaminó a arrancar desde el ombligo del campo, a repartir y compartir la pelota, a abrir panorama, a desmarcarse, a buscarla y no arrebatarse cuando se la negaban, a no jugarla en pared con su espejo, a no sentirse super yo-yo. Y sobre todo a no computarse el Centro de Recepciones “Julio César S. A.”

MONTEVIDEO

Luego de pulirlo y sacarle brillo, el tío Tim pudo por fin  mandarlo a la pelea franca, no a la de mentiritas. Y el diamante en bruto se convirtió en el Diamante Negro que triunfó en canchas de América y Europa. Pero su prueba de fuego la aprobó con grado de excelencia en el Centenario de Montevideo, en las eliminatorias para el Mundial de España 82. Máspoli era el DT de los charrúas y conocía a los peloteros cholos.

–  Aquí los vamos a ahogar – dijo don Roque Gastón. Muchachos, les metemos un par de patadas y nos los comemos en asado.

Aquella tarde Uribe los puso de vuelta y media; aplicó su fulbito en cancha grande e hizo paredes sin plomada ni escuadra. Le salieron todas las huachas, las cucharitas, los tacos, las pisadas. Y no contento con ello, en un rapto de inspiración inventó otras: el paso de Chaplin, el del esqueleto, el de Michel Jackson y todos los del merengue, el festejo y la salsa dura, coronando su actuación con un gol de zurda. Y la selección peruana ganó 2 a 1.

DE LOS MEJORES DE AMÉRICA

A Julio César se le ha acusado de muchas cosas, pero no se podrá negar que el Diamante Negro figura en el cuadro de honor de los mejores número 10 con la divisa color cielo del Sporting Cristal y de los seleccionados peruanos de todos los tiempos, por sus triunfos resonantes aquí y en el extranjero.

Y para los envidiosos que aún siguen regateándole méritos, agarren esta flor: en la década de los ochenta fue considerado por la prensa internacional -léanlo tres veces- entre los tres mejores jugadores de América, junto a Zico y Maradona.

Fuente: esquina celeste.pe/Foto: archivo CV

 

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