“Han convertido mi casa en una cueva de ladrones. ¡Corruptos!”: dijo encolerizado Jesús de Nazaret al encontrar el patio del Templo de Jerusalén invadido por vendedores de ganado y mesas de cambistas.
Acto seguido, el pacífico y dulce maestro formó un látigo con varias cuerdas y a golpes hizo salir al ganado y a los comerciantes. Lo cuenta el evangelio de Juan (2, 13-25).
La suya era una actitud política que ofendía los sectores dominantes de la sociedad, quienes, por eso, comenzaron a buscar una sinrazón cualquiera para acabar con él. Unos días más tarde, lo crucificaban.
En el Perú no habrían esperado tanto. El cardenal Pedro Barreto ha usado una frase para denunciar a los corruptos que dominan el Congreso de la República y, de inmediato, los aludidos han pedido su cabeza.
Pero los aludidos no son tan solo ellos sino todas las mafias criminales que se han hecho dueñas de las instituciones del Estado y, junto a ellas, TODOS los presidentes del país desde 1990, que están encausados por corruptos y criminales.
Si hay semianalfabetos que compraron la candidatura y llegaron al Congreso falseando certificados de educación y que luego procedieron a sabotear proyectos, articular leyes anticonstitucionales, blindar criminales y comerciar con las obras públicas, ¿qué debe hacer cualquier peruano que quiere vivir en un país civilizado?
¿Callarse? ¿Sumarse a las mesnadas de los indecentes y los timoratos? ¡No, por favor! ¿Y los sacerdotes? ¿Deben presenciar en la calle y la TV el crimen e ir corriendo a la parroquia a rezar el rosario?
Quienes creemos en un Estado laico y no confesional, preconizamos que los sacerdotes, pastores y rabinos no participen en la política partidaria, pero eso no quiere decir que deban callar y ser sordos, ciegos y mudos cuando la justicia está siendo puesta en peligro.
En condiciones como esa, o denuncias o eres un encubridor. O dices la verdad o eres un cobarde. O levantas el dedo y empuñas el látigo como el Jesús iracundo del templo o te vas a conciliar con los perversos y dices que los derechos humanos son una cojudez y que las mujeres tienen culpa de las violaciones porque son un escaparate.
Gracias, monseñor Barreto, por enseñarnos a ser cristianos y valientes. Sepa usted que, en situaciones tan ominosas como las que vive la patria, pensamos como usted y somos hartos los que estamos hartos.