No te sientas mal. Hay varios argumentos científicos que apoyan y explican tu afición a los programas de cotilleo
Hubo tiempos en que se le conocía como la “caja boba”. Ahora se le llama telebasura. Los críticos se esmeran en encontrar las razones para tales adjetivos. Es posible que no les falte justificación. El problema se da aquí y en otras latitudes. Tenemos el caso de lo que ocurre en España. Gabriel Sánchez, reconocido periodista ibérico trató el tema años atrás. Y dijo entonces:
“Señor Aznar: no somos telebasura. Respetamos su opinión; pero, si nos viera, nosotros somos personas que enseñamos cosas. Hemos dibujado las camisetas, tocado castañuelas…” En mayo de 2003, Malena Gracia y Yola Berrocal dirigían estos alegatos al por entonces Presidente del Gobierno mirando a una cámara situada en el techo de Hotel Glam, el reality show en el que participaban. La telebasura copaba casi toda la programación. El jefe del ejecutivo había concedido una entrevista a Onda Cero en la que le preguntaron sobre el fenómeno. Sí: sólo exagero un poquito si afirmo que la cosa ya había pasado a ser casi un asunto de Estado. Paradigmáticamente, esta defensa sigue siendo recordada como uno de los grandes momentos de eso, de la telebasura. Merece la pena transcribir completamente su discurso:
“– Somos personas normales que cada día ríen, lloran… ¡Ay! No somos basura. – Y somos católicas: hay que creer en Dios. Dios existe y está con nosotros. Yo en mi habitación tengo un crucifijo que era de mi abuela. – Y nos encantaría saludarle, darle la mano a usted y a su mujer, Ana Botella”. ¿De verdad alguien, por muy alto que tenga su gusto, es capaz de resistirse a esbozar una sonrisa tras contemplar semejante escena? Muchos no. En concreto, los casi cuatro millones de personas que cada gala del programa reunía frente al televisor”.
Sánchez hizo la referencia, pero no se quedó ahí en la nota que publicó en el diario El País, precisando: “Por resumir, la telebasura es un subgénero televisivo que muestra sin pudor y con exageración la esfera íntima y privada de las personas que participan en el mismo. Dicho de otro modo: es la retransmisión en televisión de contenidos que tratan sobre las vergüenzas del género humano; aquellos temas que, en casi cualquier otro contexto, no serían sacados a la luz. Es cuando entra la televisión de por medio cuando se deforma la situación: famosos y anónimos destapan sus intimidades a cambio de fama o dinero –sinónimos en muchas ocasiones. Aquí entrarían los programas de corazón, los reality shows, los talk shows, talent shows… casi todo lo que termine por show. Pero, ¿por qué algo tan unánimemente sancionado como ‘lo que no se debe ver’ siempre ha cosechado audiencias tan elevadas?”
En lenguaje directo y como para que no queden dudas, Gabriel agregó: “Por muy sorprendente que pueda parecer, es una parte de nuestro instinto de supervivencia lo que nos hace reaccionar con interés frente a los datos morbosos que nos ofrecen estos programas de televisión. Dicho de otro modo: en las primeras etapas de evolución del ser humano, cuando éramos cazadores, la obtención de información era lo que decidía en muchas ocasiones estar vivo o muerto. Saber si ciertos animales peligrosos habitan una zona de noche, conocer si en un terreno crecen ciertas plantas comestibles o tener la certeza de que beber el agua de algún río provocaba enfermedades… toda información útil para sobrevivir era el bien más buscado y preciado. Antes de la llegada de la televisión a las sociedades contemporáneas, este instinto por obtener información había evolucionado en forma de tertulias en las plazas de los pueblos: sus habitantes comentaban a modo de chascarrillo las intimidades y aspectos personales de sus vecinos, con el fin de advertir estados de ánimo o prevenir sobre ciertos comportamientos. Para ilustrarlo con algunos ejemplos: si alguien sabe que uno de sus vecinos acaba de tener una bronca con su esposa, ese alguien no le sacará el tema y sabrá que tiene que tratarlo de forma que no se altere, puesto que está susceptible por esa situación personal”.
Conocedor de su realidad que en mucho se parece a la nuestra, Sánchez explica que la telebasura: “Es una evolución de ese instinto: conocer las situaciones personales de la gente nos ayuda a movernos más cómodamente en un contexto, situación o ambiente; afortunadamente, saber o no esa información no debería ser determinante para seguir con vida, pero sí para movernos con más comodidad y precaución a la hora de tratar con los demás; también saber con quién debemos y con quién no nos debemos relacionar. El chismorreo es una forma social de aprendizaje afectivo”.