La historia de japoneses en Perú comenzó hace 120 años con el Sakura Maru

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La historia de la inmigración japonesa a Perú, una de las comunidades más dinámicas del país y que cuenta con más de 100,000 descendientes, empezó hace 120 años con la llegada del barco Sakura Maru con los primeros 790 japoneses en busca de trabajo en las haciendas azucareras de la costa peruana.

Esos migrantes abrieron un camino de éxito e integración en el continente americano, cuyos aportes son destacados en la política, la cultura, el mundo empresarial y la afamada comida peruana, que expresa claramente su vinculación con el país del sol naciente.

Japón eligió a Perú como el destino para sus ciudadanos en plena era Meiji porque fue el primer país en Latinoamérica con el que establecieron relaciones diplomáticas y el imperio buscaba «occidentalizar» a sus jóvenes agricultores en una lejana tierra en Sudamérica que vivía un auge de sus cultivos.

Los primeros inmigrantes, todos hombres, llegaron a Perú un 3 de abril de 1899 con un contrato para trabajar por cuatro años en las haciendas azucareras en los valles costeros, desde Lambayeque en el norte hasta Cañete en el sur.

Desde esa fecha hasta la entrada de Japón en la segunda Guerra Mundial, en 1941, alrededor de 30.000 japoneses cruzaron el océano Pacífico hacia Perú, inicialmente con un contrato laboral y con la expectativa de volver a su país y después por el llamado de sus familiares y amigos como inmigrantes libres.

Los primeros japoneses «venían con un contrato de 4 años y la verdad que muchos de ellos no regresaron, sea por enfermedad, muerte, o porque no pudieron porque en esa época un viaje al Japón tomaba 40 días, no era una cuestión fácil», rememoró a Efe el presidente de la Asociación Peruano Japonesa, Abel Fukumoto, nacido en Perú de padres japoneses.

«Muchos no regresaron nunca, otros regresaron muy tarde», como el padre de Fukumoto, que esperó unos 40 años para regresar a su país natal.

«Mi mamá nunca regresó a Japón, ella se casó por foto con su esposo, vivió acá, tuvo sus hijos, y nunca pudo regresar. Pero la verdad que le gustaba tanto el Perú, que no fue tan duro», recordó el directivo.

La vida de los primeros inmigrantes en Perú fue, para muchos, de comodidades y abundancia comparada con la que llevaban en Japón y pese a que sus primeros trabajos fueron de peones y labores domésticas.

En apenas unos años, la comunidad japonesa ya era propietaria de bodegas, fondas, peluquerías y otros negocios pequeños en las ciudades.

«Salieron del campo a la ciudad, no a Lima necesariamente, pero sí a las ciudades grandes del norte, porque principalmente llegaron a las haciendas que estaban al norte de Lima, desde Ancón hasta Lambayeque, y al sur hasta Cañete», recordó Fukumoto.

Esos pequeños negocios se convirtieron en manos de las nuevas generaciones de japoneses-peruanos en grandes corporaciones, como las de las familias Miyasato y Furukawa, y las granjas dieron lugar a la avícola San Fernando, empresas que ahora son referentes nacionales del mundo de los negocios.

La guerra mundial frenó esa evolución y muchas fortunas y negocios desaparecieron, afectados por deportaciones masivas y confiscaciones causadas por la ruptura de las relaciones diplomáticas de Perú con los países del Eje.

«Realmente la historia de la inmigración hay que dividirla en dos partes, antes de la guerra y después de la guerra, antes hubo mucho esfuerzo, mucho trabajo, hubo progreso, pero eso se truncó con la guerra», anotó Fukumoto.

En ese periodo, los japoneses y sus descendientes en Perú, conocidos como nikkei, abrazaron la resignación para evitar caer en el rencor y salir nuevamente adelante en un país que, a pesar de todo, les ofrecía un futuro.

Fukumoto, que pertenece a la segunda generación en la comunidad nikkei, asegura que sus padres nunca le hablaron de los sufrimientos que padecieron por la guerra y, por lo tanto, nunca tuvo ese sentimiento de que había algo malo ante lo que reaccionar.

Una probable explicación al éxito nikkei en Perú es que la mayoría de ellos provienen de Okinawa, «una tierra muy cálida, con playas preciosas y una comida excelente», que alberga un pueblo «muy alegre».

Los okinawenses «son personas muy amigables, tal vez eso los hace más felices y más longevos», anotó el dirigente para explicar la famosa longevidad de la comunidad peruano-japonesa.

Ante el aniversario de la llegada del Sakura Maru, Fukumoto apuntó que la mejor forma de rendir homenaje a esos viajeros es contribuir al desarrollo del Perú, una nación que los acogió y admitió, y donde se sintieron «tan bien recibidos» desde el inicio.

EFE

 

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