Si uno se empeña en escuchar a los demás −sobre todo a quienes son más distintos o parecen tener opiniones más opuestas− y en aprender de ellos, se crece por dentro y a menudo se establecen relaciones intelectuales y afectivas formidables
Durante un reciente viaje a Guatemala, la documentalista Jacin Luna me hizo llegar el clip de cinco minutos de la entrevista con Michael Sandel en la serie “Aprendemos juntos” del BBVA que aparecía en El País uno de esos días. Ya el título de aquella entrevista con el afamado profesor de filosofía política de Harvard resultaba muy atractivo: “Hoy la gente solo escucha opiniones que refuerzan lo que ya cree”. Merece la pena reproducir el pasaje central de esa entrevista aunque sea un poco extenso:
«Vivimos en una época polarizada donde parece que hay muy poca base para una política del bien común. Y una de las características más perjudiciales de la polarización es que la gente solo escucha opiniones que refuerzan lo que ya cree y esto hace que el diálogo sea muy difícil. Casi hasta el punto de que el diálogo y el discurso democrático genuino es un arte perdido. Es un arte perdido porque la gente ha perdido la fe hasta en la posibilidad de debatir con personas que no están de acuerdo con ellos.
Existe el temor de enfrentarnos, de generar conflicto y rabia, o incluso de que esto conduzca a la coerción, a la imposición de los valores de la mayoría sobre la minoría. Y debido a esto, tendemos a evitar el debate sobre valores en política. Creo que es una de las razones por las que el discurso público de las sociedades democráticas de todo el mundo parece ahora tan vacío y tan hueco. Es vacío y hueco porque casi tememos hablar con nuestros conciudadanos sobre grandes cuestiones como la justicia, la ciudadanía y el bien común porque tememos no estar de acuerdo.
[…] Creo que nuestras instituciones educativas deben desempeñar un papel importante en la creación de estas normas y hábitos de diálogo civil. […] Creo que en lugar de esperar a que los partidos políticos y los políticos nos salven, necesitamos vigorizar el discurso público haciendo que el sistema educativo y los medios de comunicación hagan un trabajo mejor».
Estoy tan de acuerdo con este enfoque de Michael Sandel que envié el enlace a mis alumnos por correo electrónico animándoles a ver la entrevista breve (y la versión completa, si les apetecía) y hacerme llegar sus comentarios. Por ahora solo me han escrito dos estudiantes manifestando su acuerdo con Sandel, pero a la vez sintiéndose derrotadas de antemano, incapaces de cambiar esa situación que incluso entre los jóvenes hace a menudo imposible el diálogo y bloquea la reflexión.
Por ejemplo, Lirios, una valiosa alumna levantina, me escribía: “Cada vez resulta más complejo exponer una opinión y que sea escuchada, aunque no se comparta. En seguida hay quien se da por ofendido. Y realmente es una pena que no existan −porque no se fomentan− espacios donde sea viable esa discusión cívica que propone Sandel. Donde todo es café, donde todo vale, nada merece la pena y para eso es mejor quedarte en casa con tus opiniones y no salir al espacio público donde por decir «flor» ya has ofendido a alguien”. Por su parte, la alumna argentina Agustina me escribe: “Me ha pasado tanto en Argentina como en España encontrarme en un debate con personas de mi misma edad y darme cuenta de que repiten las mismas tres frases que la gente les dijo que debían repetir y que no importaba lo que les dijera que no podían salir de sus posiciones”.
Les he contestado a las dos animándolas a crear a su alrededor espacios de escucha y de conversación inteligente y amable: es cuestión de apagar los móviles, de disponer de tiempo y quizá de abundante cerveza. Parafraseando a Hegel, me gusta repetir que las personas de ideales hacen de sus ideas realidades. Si uno se empeña en escuchar a los demás −sobre todo a quienes son más distintos o parecen tener opiniones más opuestas− y en aprender de ellos, se crece por dentro y a menudo se establecen relaciones intelectuales y afectivas formidables.
Me parece que temen expresar sus opiniones porque no desean que de la diferencia de opiniones se pase a la discusión, que en castellano resulta siempre algo enojoso −frente al inglés “to discuss” que equivale a “comentar”−, ya que en las discusiones priman las emociones sobre las razones.
Estoy persuadido de que esta es una de las misiones más importantes de la Universidad: enseñar a dialogar, a escuchar las opiniones de los demás y a expresar con libertad y creativamente el propio parecer. Una universidad ha de constituir un espacio en el que todas las opiniones puedan expresarse con tal de que se haga respetuosa y razonablemente. Ese es el espíritu de la disputatio medieval: es claro que no todas las opiniones son igualmente verdaderas, pero, si han sido formuladas seriamente, en todas ellas hay algo de lo que podemos aprender. No solo la razón de cada uno es camino de la verdad, sino que también las razones de los demás sugieren y apuntan otros caminos que enriquecen y amplían la propia comprensión.
Jaime Nubiola, en filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com.