Jaime Bayly: Yo que fui tu enemigo, te voy a extrañar… La plata sí llegaba sola

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Jaime Bayly dedicó todo su programa a Alan García y reveló detalles de sus encuentros y desencuentros con el expresidente. A continuación reproducimos las palabras que le dedicó durante la emisión televisiva:

Alan García fue largamente mi enemigo durante décadas, luego nos reconciliamos y fuimos brevemente amigos o quizás solo aliados, pero nos perdonamos los agravios del pasado. Fui a visitarlo a la Casa de Gobierno, cuando era presidente por segunda vez vino a cenar a mi casa y lo primero que tengo que decir sobre el suicidio de Alan García es que me dio mucha pena, me entristeció profundamente que su vida terminara de esa manera tan repentina y trágica, que Dios se apiade de su alma y le conceda eterno descanso.

No me he alegrado con su muerte, no no me alegro yo con la desdicha y la miseria y el oprobio de quienes en su día fueron mis enemigos, soy una persona suficientemente feliz para no desearles a mis enemigos tamañas desventuras.

Me parece que Alan García estaba derrotado, le habían hecho un jaque mate. Él, que supo sortear escollos verdaderamente imposibles de remontar, que no había pasado una sola noche en la cárcel, estaba en vísperas de ser conducido a un calabozo. La policía se presentó en su casa con una orden de detención preliminar, lo iban a detener sólo diez días preliminarmente, pero la percepción general era que de allí no salía libre fácilmente y que podía pasar el resto de su vida con un poco de mala suerte en la cárcel y morir en una mazmorra, por eso se ha quitado la vida Alan García.

Él ha preferido el suicidio que es una forma de ejercer la libertad, de ejercer la voluntad humana hasta las últimas consecuencias, de gobernar el cuerpo y el espíritu hasta el final aun autodestruyéndolo, ha preferido eso a la indignidad, la humillación de ir a la cárcel.

Algunos enemigos rencorosos de Alan García dirán que el Perú hubiera sido una mejor sociedad viéndolo en la cárcel, que él se lo merecía largamente, que las pruebas eran irrefutables y que aquélla hubiera sido una lección moral para los próximos políticos que quieran llegar a la Presidencia. Yo hubiera preferido que no se matara, yo hubiera preferido que enfrentara estoicamente a la justicia como enfrentó con gran resistencia, con no poca tenacidad, la larga travesía por el desierto cuando tuvo que vivir exiliado durante la dictadura de Fujimori.

Yo hubiera preferido que él se enfrentara a la justicia, pero no estaba yo en sus zapatos y probablemente él pensó: «No quiero morir en la cárcel, no quiero cumplir 70 años el próximo 23 de mayo en la cárcel, y cumplir 80 años en la cárcel y obligar a mi mujer y a mis hijos a que vengan a visitarme en un presidio, en un correccional. Es una indignidad, es una humillación, es una indecencia, quiero exonerarme a mí y quiero eximir a mi familia de ese viaje al infierno». Entonces hay que tener cierta compasión, creo, con el suicida.

El suicida es un individuo que sufre, un cuerpo doliente, y además probablemente alguien que sufre de severos trastornos mentales y Alan sufría de eso y por eso nos enemistamos el año 85, han pasado 34 años, yo tenía 20 y él tenía 35 años y estaba en vísperas de ser presidente del Perú, y yo que era bipolar, pero no lo sabía, le pregunté a Alan García si estaba medio loco y si lo habían sometido a la cura del sueño, y las dos cosas eran ciertas, que él estaba medio loco y yo también y que éramos dos bipolares más o menos incurables y por eso él no me perdonó. Él lo negó y dijo que era un golpe bajo y me sacó de la televisión tan pronto juramentó como presidente del Perú. Habló con el dueño del canal en el que yo trabajaba y le dijo: «A Bayly lo sacas», y el dueño me llamó y me dijo: «Mira no te quiero despedir, pero a partir de ahora solo puedes hablar de política internacional». Yo le dije: «Genaro, eso no puede ocurrir, yo no puedo seguir hablando solo de política internacional, no puedo aceptar esa censura, renuncio». Y estuve 5 años largos, los 5 años que duró el primer gobierno de Alan, fuera de la televisión y casi fuera del Perú.

Fuimos largamente enemigos, pero yo le había perdonado los agravios del pasado y nos habíamos reconciliado. Alan desarrolló una curiosa amistad con mi mamá, eran amigos, se llamaban, hablaban por teléfono, mamá le pedía favores Alan, se los concedía, y eso también eliminó cualquier vestigio de rencor que pudiera anidar en mí contra él por lo que me hizo o no me hizo el año 1985 del siglo pasado, estamos hablando de hace casi 40 años, no tiene ya sentido aferrarse a esas cosas.

Su primer gobierno si tuvo aciertos no lo recuerdo, fue verdaderamente catastrófico, fue peor que malo, fue peor que paupérrimo. Sin embargo, su segundo gobierno lo redimió de ese fracaso y luego al verlo recuerdo su orgullo, su vanidad, su ego imperial, y yo creo que el orgullo le jugó una mala pasada, el orgullo lo intoxicó. Le hacía falta un poquito de humildad para ir a la cárcel, había que ir humildemente aun si él se cree inocente, creo que en la cárcel habría aprendido muchas cosas de la vida de la condición humana, del tránsito pasajero por acá y me entristece que se haya privado de ese aprendizaje doloroso y de la vida de este viaje y de la condición humana. Creo que le faltaron en este momento humildad y sabiduría para resistir todo aquello que él veía como una conspiración injusta. A mí me ha entristecido mucho la noticia de su suicidio, no me ha alegrado y no, no, no me contenta saberlo muerto de esa manera.

Ya nuestros últimos encuentros eran muy cordiales y me alegro de que ambos tuviéramos la grandeza de perdonarnos y de olvidar los rencores y enterrar los agravios del pasado.

A finales de la segunda presidencia de Alan García vino a cenar a mi casa y en aquella reunión se habló de todo un poco. Hablamos de mis dudas para ser candidato a la Presidencia. Yo le pregunté: «¿Tú cómo puedes vivir con el sueldo de presidente?, es un sueldo muy bajo yo gastó muchísimo, mis hijas se van a ir a estudiar a EEUU, no me va a alcanzar el sueldo de presidente». Y él, en un tono distendido y como amigos, en un clima de confianza e intimidad acompañado de su pareja Roxana, me dijo: «No seas cojudo, hombre, la plata llega sola». No lo dijo de una manera digamos fea, delictuosa, no me estaba diciendo sé presidente y roba, simplemente me quiso decir cuando tú llegas a las cumbres del poder seguramente luego escribes un libro y te pagan un montón, te pagan más por las conferencias. Quizás esa fue la explicación benévola que yo, muerto Alan, prefiero dar ahora, pero la frase me pareció tan buena que escribí una columna, un pequeño relato contando ese encuentro y esa escena. El título de esa columna era «La plata llega sola».

Los nueve años que siguieron a la publicación de esa columna «la plata llega sola» es una frase que persiguió y atormentó al pobre Alan.

Yo me arrepiento de haber escrito esa columna y de haber contado las cosas que en privado hablamos Alan y yo, me parece que estuvo reñido con el honor y con la caballerosidad de que lo que se habla en una escena privada no debería luego ser contado en público y me parece que yo traicioné la confianza que Alan tuvo en mí esa noche. Y con los años me he sentido mal de haberlo hecho. Y a estas alturas y estando él ya en otra dimensión, teniendo otra identidad, le pido disculpas, no debí hacerlo, no debía hacerlo, estuvo mal que lo hiciera. Claro, también soy un escritor y el escritor lo cuenta todo, sobre todo lo que no se debe contar, sobre todo lo que se quiere esconder debajo de la alfombra, me parecía una frase deliciosa.

La frase lo persiguió como un fantasma el resto de su vida, sobre todo cuando salpicó el escándalo de Odebrecht y la plata llegaba sola por todos lados. Tenía razón, la plata llegaba a sola, Barata y Odebrecht me ofrecieron un millón de dólares, o sea sí llegaba sola.

Alan García, donde quiera que estés, descansa en paz, yo que fui tu enemigo… te voy a extrañar.

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