PARÍS.- El 23 de abril de 1919 los parlamentarios franceses adoptaron la jornada laboral de 8 horas en un clima de tensión proletaria. Un siglo más tarde, en plena revuelta de los «chalecos amarillos», el presidente francés, Emmanuel Macron, se dispone a anunciar un aumento del tiempo de trabajo.
El «totem» de las 8 horas laborales ha sufrido diversas evoluciones en Francia, hasta el punto de que en cien años el tiempo anual pasado en el trabajo se ha reducido un cuarto.
La adopción de la quinta semana de vacaciones o la imposición paulatina a principios del ese siglo de las 35 horas semanales han llevado a que, al año, los franceses trabajen de media algo más de 1.500 horas, frente a las 1.900 de mediados del siglo pasado.
A eso se suma que los franceses entran tarde en el mercado laboral, que la edad de jubilación es de las más tempranas, que tienen más días festivos y que los contratos a jornada reducida implican menos horas que en otros países desarrollados.
Resultado: Francia es el país en el que los trabajadores acumulan menos horas por año dentro de los de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Según este organismo, en Francia la media está en 630 horas trabajadas por habitante y año, frente a las 697 de España, las 722 de Alemania, las 826 de Estados Unidos, las 905 de México y las 1.064 de Corea del Sur, récord de la organización.
Es en ese contexto en el que Macron estima que los franceses deben trabajar más. El presidente, que tuvo que retrasar el anuncio de sus medidas el pasado lunes a causa del incendio de Notre Dame, las desvelará el próximo jueves en una conferencia de prensa.
Ante sí, tiene tres posibilidades: eliminar un día festivo, retrasar la edad de jubilación o acabar con las 35 horas semanales.
Esta última opción es la menos probable, porque Macron se ha mostrado en contra, mientras que prolongar la vida laboral sería también muy impopular.
Todo apunta a que Macron se pronunciará por quitar un día festivo, la medida que generaría menos ingresos para financiar las medidas sociales que el presidente ha anunciado para calmar la protesta de los «chalecos amarillos«.
En Francia hay en la actualidad once días festivos, frente a los ocho del Reino Unido, los 9 de Alemania, los 14 de España y los 15 de Japón.
Cualquiera de esas medidas puede provocar un descontento social que se sume al de los «chalecos amarillos».
Macron puede así verse ante el mismo escenario que sus predecesores de un siglo antes, cuando ante la presión obrera optaron por la jornada de las 8 horas.
Francia acababa de salir de la primera Guerra Mundial y el movimiento obrero, muy fuerte antes de la contienda, recuperó el brío que había dejado apartado durante el conflicto.
La reivindicación de las 8 horas de trabajo al día era el siguiente paso tras haber logrado en 1848 la jornada de 12 horas, en 1900 la de once y en 1906 la obligatoriedad de un descanso semanal.
El sindicato CGT, que había sido fundado en 1895, se apresuraba a convocar una huelga general el 1 de mayo de 1919 con esa reclamación.
Al frente del gobierno, Georges Clemenceau decide atajar esta medida para evitar el ascenso del movimiento obrero, cada vez más próximo a las tesis bolcheviques.
En su discurso, defendió la regla de los tres tercios: 8 horas de trabajo, 8 de ocio y 8 de descanso.
Francia no quería, además, quedar por detrás de otros países, como Alemania, Polonia, Austria o Checoslovaquia, que en pleno proceso de nacimiento de la Organización Mundial del Trabajo, habían ya adoptado esa medida para hacer frente a las tesis que emanaban de Moscú.
Hasta ese momento, la ley establecía la semana laboral de 72 horas para las empresas que solo emplearan hombres y de 60 en aquellas en las que trabajaran mujeres y niños.
Como el domingo era el único día no laborable, se instauró así la semana de 48 horas, que estuvo vigente en Francia hasta que en 1936 se incluyó un segundo día no laborable y, por tanto, las 40 horas semanales.
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