No fue un domingo cualquiera, para mí no fue tampoco un domingo de fútbol (por más que me había preparado para ver y comentar el Perú-Colombia). Esta mañana una noticia triste ingresó abruptamente en mi agenda. Un amigo, pero más que eso, un mentor, falleció. Como siempre le dije, aún en incontables momentos de celebración, Don Ernesto Chávez Álvarez nos dejó.
Para que una muerte sea noticia no siempre es necesario que sea un crimen o una tragedia insólita. Hay personas que desde su rincón del mundo hacen también noticia.
Así pasa cuando un periodista, que a pesar de su afán de comunicar la noticia y no ser parte de ella, ha dejado tras de sí una estela de un trabajo intachable. Con una trayectoria que incluye haber sido director de medios, redactor de primer nivel, luchador por los derechos laborales de sus colegas periodistas, líder sindical y ser considerado el mejor cronista del género policial en nuestro Perú. Ese es el caso de Ernesto Chávez Álvarez, que falleció el domingo nueve de junio.
Yo conocí a Ernesto Chávez dentro de la redacción del diario digital Crónica Viva, medio de comunicación de la Asociación Nacional de Periodistas del Perú. Rápidamente nos hicimos amigos, lo cual nunca ha sido extraño en mí pues siempre he tenido amigos de todas las edades. Sin embargo, para mí, Ernesto era Don Ernesto. No que a él le gustara el formalismo sino que su docencia fuera de las aulas, ahí enmedio del trajín diario, me requería ese mínimo de respeto. Mi amistad tuvo también esa dimensión de guía y discípulo, pero siempre nos dimos tiempo para la tertulia y su brote de bohemia que rodea al periodismo.
Yo puedo testimoniar sin ninguna duda, que soy periodista de opinión por lo que Ernesto Chávez, o Chavetón, como lo llamábamos cariñosamente sus compañeros de Crónica Viva, me enseñó. ¿Cuántas veces Don Ernesto tuvo la deferencia de corregir mis incipientes y erráticas primeras columnas? Lo hacía porque creía en mí. Todavía recuerdo su consejo de escribir una columna sobre las vedettes de antaño, un tema que personalmente no le veía mucha salida, pero siguiendo el consejo del mentor escribí la opinión. Al final, gracias al instinto periodístico de ese viejo periodista, conseguí más de 40 mil lectores. Ese mismo Ernesto Chávez que marcaba tendencia con una columna sobre herboristería que él llamaba simplemente mi «nota de las hierbitas».
Las anécdotas de Ernesto Chávez eran de primera, tengo una muy presente sobre el nazi Klaus Barbie. El SS conocido como «El Carnicero de Lyon» escapó de la Europa liberada y se refugió entre Perú y Bolivia. Ernesto me contó que en las calles del centro de Lima se topó con el mismísimo Barbie y llegó a retratarlo. Ese día en el diario Expreso, del cual Chávez era director, mandó en primera plana la exclusiva «Barbie en Lima» y le pidió a uno de sus colaboradores que buscara una buena foto. Se fue a su oficina hasta casi la medianoche, y su sexto sentido lo motivó a ir a revisar la portada final antes de la impresión. Descubrió, afortunadamente a tiempo, que en vez de la foto del nazi habían colocado una imagen de la muñeca Barbie. Finalmente, logró enmendar el error ajeno.
Así era mi amigo Don Ernesto, campechano, tremendamente inteligente y muy agudo para sus comentarios y humor. Uno de los periodistas que se asimilo muy bien a el arribo de las nuevas tecnologías. Él mismo buscaba, vídeos y enlaces para modernizar sus columnas. Un consejero permanente y generoso. Mi última conversación con Ernesto Chávez fue el año pasado, día en que la Asociación Nacional de Periodistas le confirió su máximo honor La Pluma de Oro. En aquel homenaje, Don Ernesto (que había sido varias veces miembro del Comité Ejecutivo de la ANP) me dijo que ahora yo como nuevo integrante del CEN tenía que tomarle la posta en esta responsabilidad gremial. Ahora, tengo claro que ese compromiso es un legado para con mi buen amigo.
Don Ernesto Chávez, siempre presente. Inolvidable e imprescindible en mi vida.