La razón de la sinrazón

 

No se trata del Quijote, burlándose de su propia locura, sino de las razones que esgrimen los congresistas, de casi todas las bancadas, que para aferrarse al cargo, intentan demostrar, a estas alturas, que ellos son honestos, patriotas y que el país está por encima de sus apetitos personales.

Y lo hacen, valga Dios, cuando la imagen del Congreso está degradada, porque ellos, aunque se califiquen como “demócratas”, son los únicos responsables del descrédito de una institución que es sinónimo de república y de democracia.

Es tan importante el Congreso, que si se les llama a los congresistas “padres de la patria” no es por el abultado vientre de algunos de ellos, ni por la sonrisa hipócrita de otros. Es porque la república, en la mayoría de los países, nació en un cabildo abierto, donde los ciudadanos acuerdan darse la libertad y organizarse como república. Y, eso es lo que sucedió el 15 de julio de 1821 en el Perú.

Pero entre ese cabildo abierto y el actual congreso, no sólo hay casi 200 años de historia pasada, sino, y esto es lo importante, una evidente diferencia entre los que reunieron para dar nacimiento a un nuevo país, y los de hoy, que no saben ni porque están ocupando un escaño. Por eso, para el ciudadano de a pie, llamarlos “padres de la patria”, suena como un insulto a la democracia.

Porque estos congresistas viven preocupados por incrementar sus ingresos vía sueldos, gastos de representación y otros beneficios. Por esta conducta, para quienes los eligieron, hoy han perdido el respeto, y, según las encuestas, no deben continuar ocupando un escaño por el periodo para el cual, la ciudadanía los eligió.

Porque, sin ánimo de ofenderlos, habría que estar como el Quijote, “con la razón que enflaquece” para aceptar, que quienes hoy se sienten “los padres de la patria”, incluidos personajes como Mamani, Bartra o Becerril, merecen continuar en el cargo, para el cual, han demostrado a todas luces, están incapacitados moralmente.

El país está en el filo del precipicio, y son tres años que estamos en esta situación. Y, en lugar de hacer un alto y permitir una renovación, se niegan aceptar la verdad, sabiendo, que hoy, el ciudadano está más atento al comportamiento de sus “representantes” y percibe que cualquiera que sea elegido será mucho mejor que los que hoy ocupan un escaño en el congreso.

Y no se trata de cambiar por cambiar. Han demostrado, con exceso, la incapacidad para entender que el Perú está por encima de sus apetitos personales y, de manera especial, del resentimiento de los perdedores, aunque sea por un voto, como ocurrió en las elecciones del 2016.

El fujimorismo, dolido en el orgullo de su candidata, la hija del dictador que está en la cárcel, organizó todo para hacer la vida imposible a la nueva administración. Y lo logró, hay que reconocerlo, llevando al país a una situación en la que la institucionalidad más representativa, que es la presidencia de la república, se bate casi al borde del abismo.

Y, ha contado con el apoyo cómplice del Apra, por lo menos en el sector sumiso a los dictados –y caprichos- del ex presidente García Pérez. Es en esta situación, que el paso audaz, por cierto, del Presidente Martín Vizcarra, busca poner un salvavidas a la república, antes de que el caos y la ingobernabilidad, genere una interrupción de la vida democrática.

No se puede descartar, que este sea el objetivo final de quienes apuestan por demoler lo poco que queda de institucionalidad. No se ha avanzado en ninguna de las reformas propuestas. Se han desnaturalizado otras.

Una fotografía final: un ejecutivo frágil, casi sin autoridad; un legislativo, desprestigiado por sus propios actos; y, lo peor, un poder judicial, donde todo da a entender, que «los cuellos blancos», sigue campeando en los pasillos del Ministerio Público y de la Corte Suprema.

 

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