BETHEL/Estados Unidos.- Los conceptos de unidad y libertad se vuelven a escuchar sin descanso estos días en la pequeña localidad de Bethel, en el estado de Nueva York, donde se celebra el 50 aniversario de Woodstock, uno de los festivales de música más aclamados de la historia.
«No puedes duplicar algo así, ¿sabes? Es difícil explicar con palabras la experiencia», cuenta a Efe Jeff Bakewell, uno de los testigos de aquel encuentro sin igual y que junto a decenas de curiosos ha acudido al pequeño monumento que conmemora lo acontecido el 15, 16 y 17 de agosto de 1969.
Esos días, más de 400,000 jóvenes se reunieron para ver a estrellas de la música como Jimmi Hendrix, Joan Baez, Janis Joplin, Carlos Santana, The Who, Sly & The Family Stone, Crosby, Stills, Nash & Young y Blood, Sweat & Tears.
«Nadie anticipaba tanta gente», recuerda Bakewell, que apunta que, una vez se llegaba al lugar del festival, «era imposible salir». Fue tal la avalancha humana que descendió sobre Bethel que las carreteras quedaron completamente bloqueadas.
Y es que la convulsa década de los sesenta, marcada por la Guerra de Vietnam, los constantes problemas raciales, y el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy y el líder de derechos humanos Martin Luther King, unieron a las nuevas generaciones en una repulsa conjunta a la violencia y la intolerancia, que culminó en Woodstock.
«La libertad, el ser uno mismo. Nadie se metía con nadie -apunta el estadounidense-, todos trabajamos juntos, compartíamos. (…) Nunca vi ni una sola pelea». Un comportamiento ejemplar en mitad de un festival que se complicó hasta el extremo por las lluvias torrenciales y la falta de agua, comida y alojamiento.
Como Bakewell, ciudadanos de todo el mundo han acudido, como si de un santuario se tratara, a la misma enorme pradera en la que se celebró el festival y que ahora forma parte de un complejo cultural llamado «Bethel Woods Center for the Arts».
Venidos de Francia, Luxemburgo, Bélgica, Brasil o Irlanda, y ataviados con flores, prendas coloridas y el reconocidísimo «tie-dye» que decoraba las camisetas de un buen número de hippies, los nostálgicos no escatiman en esfuerzos para asistir a las tres noches de conciertos con los que se marca el medio siglo del festival.
Rogerio Cazzeta, por ejemplo, ha viajado desde la brasileña ciudad de Porto Alegre para ver a Ringo Starr, Carlos Santana y John Fogerty pese a que sólo contaba con 4 años de vida cuando sucedió Woodstock.
«Siempre soñé con esto pero pensé que nunca iba a suceder», dice Cazzeta, que regenta una tienda de discos desde hace 3 décadas y que desde los 13 años viene coleccionando la música de todos aquellos artistas que participaron en el recital.
«Woodstock refleja un espíritu de amor y unidad que, con los tiempos que corren, debería extenderse al resto del mundo», apunta.
Y entre las cientos de fotos y recuerdos que se acumulan en el museo del «Bethel Woods Center for the Arts», se encuentra frente a uno de los antiguos autobuses que se utilizaron en el festival Jeannie Whitworth, que no sólo presenció el evento, sino que fue una de las personas que trabajaron incesantemente para tratar de alimentar a los cientos de miles de jóvenes.
Tras 50 años sin volver al lugar de los hechos, Whitworth se emociona recordando, como todos los que allí estuvieron, la paz y armonía que se respiró esos días en Woodstock, a la vez que ofrece sabios consejos a las nuevas generaciones del siglo XXI.
«Creo que en la sociedad actual se juzgan unos a otros con demasiada rapidez, y no hay amor. Eso me entristece mucho», confiesa Whitworth, que describe a los jóvenes de hoy en día como «apagados» e «insensibles a la violencia».
«Un día van a mirar atrás y preguntarse ‘¿por qué no fuimos más empáticos los unos con los otros?'», opinó.
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