Nicolás Maduro y Juan Guaidó son, a simple vista, grandes enemigos políticos, pero cuando se observa detenidamente la batalla entre los jefes del Ejecutivo y el Legislativo otro rasgo destaca: la convivencia que han desarrollado ambos líderes pese a sus múltiples amenazas de acabar con el otro.
Atrás quedó la tensión del primer cuatrimestre, cuando cada uno jugó sus piezas más poderosas sin llegar al jaque mate, y ahora parecen encaminados a terminar este 2019 con la pugna estancada y con la depresión política que suele vivir Venezuela en el último trimestre del año.
«Ha habido la imposibilidad de cada una de las fuerzas de derrotar a la otra, un ‘statu quo’ donde ninguna de las fuerzas tiene la capacidad suficiente, al menos en la actualidad, como para imponerse a la otra», explica la profesora Yakeling Benarroche, especialista en análisis de entorno político.
Amagar y no fulminar
Esto no quiere decir que no haya habido movimiento de fichas; pequeñas acciones que cada bando ha tratado de vender a sus simpatizantes como epopeyas y que, según sus protagonistas, representan un paso más hacia la eliminación política del adversario.
La última gran apuesta de Guaidó fue el 30 de abril, cuando encabezó un pequeño y efímero levantamiento en Caracas que desencadenó en dos días de manifestaciones callejeras y alcanzó para mostrar el apoyo del 1% de los militares que se sumaron a su llamamiento aunque, según él, cuenta con un respaldo mayor dentro de las Fuerzas Armadas.
El jefe del Parlamento venezolano sabe que su apoyo más sólido reside en los países, liderados por Estados Unidos, que lo reconocen como presidente encargado y que han aprobado sanciones económicas y decisiones políticas para presionar por la salida del poder de Maduro.
El líder chavista, por su parte, resiste todo el bloqueo como solo se lo pudieron haber enseñado los dirigentes de la Revolución cubana, sus más grandes aliados.
Pero Maduro no solo aguanta las presiones, sino que también se vale del apoyo de todas las instituciones venezolanas, que sí reconocen su legitimidad, para cercar a Guaidó e ir restando caballos a su cruzada.
La Fiscalía, la Contraloría, el Supremo y la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) -un foro integrado solo por oficialistas y no reconocido por numerosos países- han señalado a Guaidó de estafador, insurrecto, asesino y traidor a la patria. Por ello, está incurso en investigaciones penales y se le considera un diputado sin fuero.
¿Cómo ha respondido el opositor? Presumiendo su libertad, esa que le ha servido para recorrer toda Venezuela y algunos países de Suramérica en los que fue recibido con honores de Estado y de donde regresó sin problemas pese a tener una prohibición de salida del país.
El diálogo se estanca
En ese estira y encoge, como ha ocurrido en el último quinquenio de crispación social y política, el Gobierno y la oposición se apuntaron a un proceso de diálogo con expectativas muy diferentes en cada lado y, por ende, otra vez las conversaciones finalizaron sin acuerdos.
«El Gobierno se para (de la mesa de diálogo) porque considera que no existe una amenaza real que pueda a ellos obligarlos a negociar nada. Tampoco el Gobierno puede imponer nada y cualquier solución que proponga implica su propia cesión de poder», sostiene Benarroche.
Además, según la experta, la relación de poder es asimétrica y favorable para Maduro, por lo que inclinar la balanza a favor de Guaidó requiere de «una amenaza creíble» contra la llamada revolución bolivariana, algo que la presión internacional no logra pero sí las oleadas de protestas antigubernamentales.
La última manifestación opositora que concentró al menos a diez mil personas en Caracas ocurrió el 1 de mayo, animada por el pequeño levantamiento militar, y desde entonces, Guaidó consiguió algunos millares de adeptos en el interior del país pero ninguno en el último trimestre.
Mientras tanto el país protesta a diario por múltiples razones. Los fallos eléctricos, la falta de agua o gas doméstico, la escasez de alimentos y medicinas y la crisis en general empujan a las calles a miles de personas que ya no atienden llamamientos políticos sino que reclaman mejoras sociales.
Esa es la lava que el antichavismo busca dirigir nuevamente y para ello ha anunciado una «gran» manifestación contra Maduro el próximo 16 de noviembre, en lo que parece el último intento de Guaidó por calentar la calle este año.
Espera e incertidumbre
Maduro, en cambio, cuenta los días para que termine este 2019 en el que le empezaron a llamar dictador por haber iniciado un segundo mandato que no es reconocido por buena parte de la comunidad internacional ni por sus opositores locales.
Además, el chavismo se muestra ansioso por celebrar las elecciones legislativas que corresponden en el 2020, pues ven ahí una oportunidad para acabar con la mayoría opositora que controla el Parlamento desde el 2016.
«Para Maduro podría ser una jugada maestra, si él la asume como la posibilidad de legitimarse a través de la elección de una Asamblea Nacional (Parlamento) que le sea totalmente afín», advierte la analista.
Este escenario está sujeto a las condiciones que regirán esas votaciones, un aspecto que Maduro y Guaidó tienen tan claro que han enfocado su pugna en sacar ventaja ante un eventual llamado a las urnas que, según el chavismo, podría ocurrir a partir el 1 de enero del año próximo.
La espera, como el estancamiento, sigue marcando a la Venezuela bicéfala.
EFE/ Héctor Pereira
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