Han pasado 70 años desde la catástrofe en Hiroshima. La bomba atómica marcó un antes y un después en la política mundial. Quienes sobrevivieron, que fueron de los pocos, viven su propio drama. Miyoshi Yoshie es una de ellas, quien quiere contar su historia para que una tragedia de esta magnitud no se repita jamás.
“Al principio, mi madre pensó que era una bomba incendiaria que había caído sobre nuestra casa solamente (en Hiroshima). Luego, cuando vio a la gente gritando y corriendo, supo que se trataba de otra cosa. Gritó a un vecino mayor al otro lado de la calle destruida: ‘¡Por favor, ayúdame!’. Después ella caminó hasta Itsukaichi, donde yo estaba (en la escuela). Mirando a mi madre que parecía un fantasma, con las vestiduras arrancadas, no podía creer que eso fuera mi mamá. Asustada, corrí lejos de ella. Creo que fue imperdonable, haber tenido miedo de mi propia madre”.
Así relató Miyoshi Yoshie sus recuerdos a su nieta, Kana Miyoshi. Tenía siete años cuando el 6 de agosto de 1945 la primera de las dos bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre Japón estalló sobre su ciudad, Hiroshima. Ese día se salvó porque estaba en la escuela de Itsukaichi, a unos 11 km de su hogar, la misma distancia que su madre recorrió a pie desfigurada por el efecto de la explosión. Aún se lamenta de haberse asustado por su aspecto. Pero ella no sería la primera ni la última en experimentar ese temor hacia las víctimas la bomba.
“Mi abuela es una hibakusha”, cuenta a RTVE.es la joven Miyoshi. Es una palabra japonesa que significa literalmente “persona afectada por una explosión” y en el país nipón designa al colectivo de los supervivientes del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. «Mi abuela dice que en ese tiempo existía el rumor de que ser hibakusha era algo contagioso», nos explica Kana. En palabras de la anciana: «Era pequeña, pero guardo la impresión de la gente ocultando los queloides (cicatrices de quemaduras) endurecidos en sus rostros, brazos y piel. Los supervivientes sufrieron discriminación, y también la practicaron (…) no parecían personas». Su madre, la bisabuela de Kana, le decía llorando: «Quienes no han conocido la bomba atómica en la vida real, no pueden entender qué es sentir realmente».
Del secreto militar a la censura, la desinformación y el estigma
«Tras la guerra, Estados Unidos ocupó Japón durante seis años. En ese tiempo la censura sobre armas nucleares y radiación fue total. Los japoneses tardaron mucho en saber toda la verdad sobre los efectos de la radiación. Además, tras la guerra, hubo una discriminación terrible hacia los hibakusha, la gente que sobrevivió a los ataques en Hiroshima y Nagasaki», aclara a RTVE.es el historiador norteamericano Robert Jacobs. En la Universidad de Hiroshima, Jacobs investiga los aspectos culturales y sociales relacionados con el uso de la tecnología nuclear.
El rumor que revoloteaba en la juventud de Miyoshi Yoshie era el eco de un miedo irracional, nos explica su nieta Kana: «Nadie quería casarse con un hibakusha porque pensaban que no podían tener hijos o que sus hijos heredarían las malformaciones producidas por la bomba». Y además, detalla Jacobs, «nadie quería contratarles porque pensaban que los hibakusha enfermarían con mayor frecuencia que otros trabajadores».
Pero los 11 kilómetros que separaban la escuela de su casa salvaron a la joven Yoshie de las deformaciones y del ostracismo social. «Ella no sufrió discriminación -señala su nieta- Nada en su apariencia indica que se trata de una ‘hibakusha'». Actualmente quedan entre 180.000 y 190.000 hibakusha vivos.
«Pájaros de papel» para dar voz
Para dar voz y sentido narrativo a este drama, la profesora Silvia Lidia González de la Universidad de Estudios Internacionales de Kanda (KUIS) dirige el documental Las voces de los pájaros de papel. Busca mostrar una perspectiva más amplia sobre lo que hay «debajo del hongo atómico» cuenta a EFE la académica mexicana.
El primer episodio del documental, que está en fase de edición y se podrá ver en el Instituto Cervantes de Tokio el próximo diciembre, da voz a «gente que no tuvo oportunidad de hablar» dentro del colectivo hibakusha.
«Los que dan voz al drama de los hibakusha pueden ser apenas 100 por ese miedo a la discriminación que ha mantenido a la mayoría en la sombra», explica González. El segundo episodio brinda los dictámenes del sector académico sobre las estrategias de desinformación que han rodeado «no solo a las armas atómicas si no también a la energía nuclear desde 1945».
Parte del germen de este documental viene del libro de González Hiroshima, la noticia que nunca fue, (Editorial Venezolana, 2004). El volumen es un exhaustivo estudio de cómo el silencio y la manipulación impuestos sobre los medios de comunicación en la época por los Gobiernos japonés y estadounidense impidieron que el primer ataque nuclear de la historia, «que debió ser la noticia de mayor impacto en el siglo XX», llegara a ser verdadera primicia.
Como hilo conductor del documental se ha optado por una historia que enlaza con un drama más actual: las reflexiones de una joven de Fukushima cuyo abuelo, un hibakusha de Hiroshima, desapareció engullido por el tsunami de marzo de 2011. «Hasta 2011 esta chica nunca había pensado realmente en lo que vivió su abuelo. Y ahora el miedo de la gente en Japón a lo nuclear ha retornado con Fukushima», una tragedia en la que González intuye «que también se ha ocultado información».
El conflicto de «lo nuclear»
«Los japoneses imaginan las bombas atómicas como el infierno en la Tierra», afirma Jacobs. «Piensan que los que lo vivieron experimentaron una situación indescriptible. Son absolutos defensores de la abolición de las armas nucleares», insiste.
Pero aunque en 1945 el secretismo militar estadounidense impuso la censura sobre la novísima tecnología, el renacer de Japón en las décadas siguientes fue testigo de una gestión eficaz de sus recursos energéticos, entre ellos las centrales nucleares.
Cada año, el 6 de agosto marca el aniversario de las explosiones atómicas y aflora la especial sensibilidad hacia este tema. Por un lado, vuelve a estar patente la atención que presta el estado a los hibakusha -existe una ley que ampara su reconocimiento y amparo- y por otro, es una oportunidad para que los grupos críticos con las políticas oficiales relacionadas con la energía nuclear se manifiesten.
Confluyen en el tiempo la controversia suscitada por la intención gubernamental de reactivar las centrales nucleares, todas ellas actualmente apagadas a raíz del accidente en Fukushima en 2011, y la polémica reforma promovida por el Ejecutivo del primer ministro, Shinzo Abe, que por primera vez en 68 años permitirá a las Fuerzas de Auto Defensa (Ejército) operar en el extranjero y defender a aliados en caso de ataque; tareas que pueden implicar el transporte de armamento nuclear subsidiario.
En este marco, en opinión del profesor Jacobs, «el gobierno japonés tiene un especial interés en que los japoneses sean percibidos como víctimas de la II Guerra Mundial en lugar de agresores. Por consiguiente, cuando hablan de los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, no mencionan lo que sucedió en la guerra antes de 1945 (…) Esto es un modo de evitar las referencias a las agresiones y atrocidades cometidas por Japón durante la II Guerra Mundial. No admiten contemplar los ataques nucleares dentro de un contexto histórico».
(Entrevista: Juanma Cuéllar – Fuente: rtve.es).