Tatyana Kasatkina (1), experta en Dostoyevsky, dice que los jóvenes actuales están redescubriendo a este grande de la literatura universal. ¿Y por qué? Porque Dostoyevsky les ofrece “modelos de comportamiento orientados a hacer que el hombre piense, exista y se relacione con el mundo de un modo nuevo”.
Los jóvenes –continúa explicando– se hacen, hoy como siempre, preguntas fundamentales, de este tipo: «¿Qué relación se da entre el hombre y el mundo, y cómo se construye esa relación? (…) ¿Qué produce en el mundo la aparición de un nuevo ser humano? (…) ¿Cómo cambiar el mundo? (…) ¿Qué significa ‘cambiar el mundo cambiando uno mismo’? ¿Y por qué debo ser yo mismo el instrumento de apoyo para producir un cambio y obtener un resultado que vaya mucho más allá de mi mero cambio personal? ¿Por qué el sacrificio de sí, el donarse totalmente (es decir, salir de los confines de uno mismo), no lleva a una reducción sino al contrario, a un incremento de mí mismo que coincide con mi realización? ¿Cómo puede el don de sí crear vínculos con los demás e influir en el mundo? (…) ¿Cómo poder darlo ‘todo’ cuando no se tiene ‘nada’?»
Buscando héroes
1. Sobre todo, subraya Tatyana, lo que les interesa a los jóvenes es “no cómo pensar sino cómo hacer”, porque perciben de manera práctica hasta el pensamiento, “y se preguntan instantáneamente qué acciones y modalidades de existencia derivan de una determinada concepción del mundo”.
Dostoyevski –señala esta profesora– estaba totalmente convencido de que “para cambiar radicalmente el mundo bastaba solo con una personalidad desarrollada”. Y quería inculcarles este conocimiento.
Para hacerlo de modo efectivo, Dostoyevsky recogía en su “Diario de un escritor” (1877) lo que alguien le había dicho:
“Ustedes, señores novelistas, siempre están buscando héroes (…), y cuando no los encuentran entre los rusos, se enfadan y la toman con el país entero. Permítame que le cuente una anécdota: en tiempos del difunto soberano, vivía un funcionario que primero había servido en San Petersburgo y después, creo, en Kiev, donde murió; a eso se reduce, por lo visto, toda su biografía. Y, sin embargo, ¿puede creerlo? Durante toda su vida, ese hombre modesto y silencioso sufrió lo indecible por el régimen de servidumbre, por el hecho de que en nuestro país un hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, pudiera ser esclavo de otro hombre como él”.
Haciendo un paréntesis, recordemos que en Rusia la servidumbre estuvo reglamentada entre los siglos XVII y XIX.
Pero prosigamos para saber lo que pasó con aquel hombre:
“Así que se puso a ahorrar una parte de su magro sueldo, privándose él mismo, y privando a su mujer y a sus hijos, casi de lo imprescindible; y cuando conseguía acumular algún dinero, compraba la libertad de algún siervo a su propietario; naturalmente, a razón de uno cada diez años. A lo largo de su vida logró redimir de ese modo a tres o cuatro personas y, cuando murió, no dejó nada a su familia. Todo eso sucedió sin publicidad, en silencio, sin que nadie se enterara”.
Concluía aquel relato con una valoración: “Un héroe un poco raro, por supuesto: un idealista de los años cuarenta’, nada más; puede que incluso ridículo e inepto, ya que se imaginaba que su desdeñable esfuerzo individual bastaba para acabar con ese mal; (…) ¡cuánta falta nos hace gente así! Siento un tremendo cariño por esos hombrecillos ridículos que están plenamente convencidos de que su microscópica acción y su perseverancia pueden contribuir a una causa común y no esperan a que se produzca una iniciativa y una campaña a gran escala”.
Y así Tatyana sintetiza el mensaje de Dostoyevsky:
“Un solo hombre que cambie simplemente él mismo encaminándose por el sendero de una vida verdadera, por el camino de su destino real como hombre, cambia, inevitablemente, todo el mundo y la humanidad entera. (…) Bastaría dejar de limitarse a rumiar la propia miseria e intentar darse cuenta de la necesidad que tienen los otros para descubrir al instante todo lo que podemos dar. (…)
Multitud de los primeros y grandeza de los segundos
2. En la última parte de su artículo, señala esta profesora una segunda razón por la que los jóvenes del inicio del tercer milenio perciben en Dostoyevsky algo de vital importancia:
“Es cuando reconocen su filosofía interior, a la que el autor añade una invitación concreta para ponerla en práctica, como hace él mismo toda su vida. De hecho, esta filosofía responde por primera vez de un modo no enigmático sino lógico y transparente a la pregunta qué significa ser realmente los primeros y qué quiere decir que realmente va primero quien es segundo”.
Vale la pena recoger su explicación entera:
“Dostoyevski muestra de un modo bastante directo (…) que todos somos los primeros por derecho de nacimiento. Todos somos reyes, ‘vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real’ (1 Pedro 2,9), y el primer puesto está garantizado para todos por el simple hecho de existir. Cada uno es protagonista de su propia vida. En definitiva, en el fondo se podría describir toda la historia del mundo como finalizada completamente para uno cualquiera de nosotros, o leerla partiendo de uno de nosotros, y verla cambiar en su desarrollo a causa de la propia aparición. Por ejemplo, se puede decir que la guerra de los cien años estalló para que la tatara-tatara-tatara-abuela de alguien pudiera conocer a su tatara-tatara-tatara-abuelo. Y eso es cierto para cada uno de nosotros”.
Pero entonces –se pregunta finalmente–, ¿en qué consiste nuestra grandeza, de dónde procede y cómo se puede manifestar?
Y la respuesta, convertida en propuesta:
“La excepcionalidad y grandeza de un hombre se muestran cuando este acepta el rol de ser segundo en la vida de alguien. Cuando superamos los límites de nuestra vida, esa en la que somos los protagonistas principales, los primeros. Es decir, cuando nos superamos a nosotros mismos, vamos más allá de nuestra historia y nos convertimos en participantes indispensables de la historia de otros, aceptamos el papel de personajes secundarios que ayudan al protagonista a realizarse al máximo de sus posibilidades. Cuanto más lleguemos en nuestra vida a ser estos secundarios, mucho más podremos influir en todo el movimiento de la historia de la humanidad, podremos ejercer una acción decisiva en el movimiento de la humanidad entera, que tiende a encontrar su forma ideal. Esta tarea de ser segundos es exactamente aquello con lo que Cristo identificó el objetivo de su venida cuando dijo que el Hijo del hombre ‘no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos’ (Mateo, 20,28)”.
Gentes corrientes: protagonistas de la historia
3. En efecto, y la argumentación de Tatyana es sugerente, porque servir es la manera de que esos «segundos» –que somos casi todos–, situados entre la gente corriente, podamos y debamos aspirar a ser héroes y reyes, en una perspectiva diferente.
Cabría decir que Dios crea y mantiene el mundo teniendo en cuenta la irrepetibilidad de cada uno y, en cierto modo –imposible de comprender por nosotros– cada uno somos –como Dostoyevsky intuye– la finalidad de todo lo que existe.
Así describe Dostoyevsky el mismo año, en otro texto –un bello cuento–, el inesperado descubrimiento de su protagonista: “Se me presentaba con claridad la idea de que la vida y el mundo parecían ahora depender de mí. Incluso podría decir que el mundo, en aquel momento, estaba hecho únicamente para mí” (El sueño de un hombre ridículo) (2).
Cabe situar el mensaje del gran novelista ruso en la perspectiva cristiana de lo que hoy llamamos el sacerdocio común de los bautizados (3). Por él, se lleva a plenitud la llamada de toda persona –creada a imagen y semejanza de Dios- a ser realmente protagonista, en sentido fuerte, de la historia.
En el Bautismo todos los cristianos somos constituidos miembros de Cristo y destinados a colaborar en el servicio de la salvación. Somos llamados a ser reyes, sacerdotes y testigos de Cristo en la propia vida. Y todo ello, contando con nuestra libertad. Un servicio que, a su vez, comporta la liberación del pecado y de sus consecuencias a nivel personal y social.
Ese servicio pasa por la vida ordinaria, por las relaciones con la propia familia, los amigos y compañeros de trabajo, y por la atención preferente a los más débiles. Ese es precisamente el camino para hacer de la propia existencia una historia fascinante, –aunque sea sencilla y pase inadvertida– en el marco de la historia de la humanidad.
También las gentes corrientes están llamadas a ser héroes y reyes. Por eso realmente va primero quien sabe ser segundo.
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(1) T.A. Kasatkina, La multitud de los números primos, en «Páginas Digital», 21-II-2020, reproduce y traduce un artículo del «Osservatore Romano», 5-II-2020: La moltitudine dei numeri primi.
(2) Cuentos de Fedor Dostoivski, trad. y prólogo de Bela Martinova, Barcelona 2011.
(3) Cf. R. Pellitero, El sacerdocio común de los fieles en la reflexión posterior al Concilio Vaticano II, en “Annales Theologici” 33 (2019) 319-353.
Fuente: https://www.ideasclaras.org/