Apenas a kilómetro y medio del Palacio de Gobierno de Lima existe una comunidad indígena muy particular, que ejemplifica las duras e implacables condiciones de la cuarentena obligatoria por el COVID-19 para millones de peruanos sin recursos ni servicios básicos.
Solo cinco minutos en automóvil desde la Plaza Mayor sirven para zambullirse de lleno en la cruda realidad de Cantagallo, el reducto donde subsisten un grupo de 250 familias de la etnia amazónica shipibo-konibo que hace unos 20 años llegaron a Lima para asentarse a orillas del contaminado río Rímac.
A pesar de estar tan cerca del poder político concentrado en el casco histórico de la capital peruana, los alrededor de mil habitantes de Cantagallo viven ahora mismo sin luz, el agua la toman de dos caños que emergen de la tierra y tampoco tienen desagüe.
«Es una comunidad muy luchadora. Vino en busca de oportunidades en educación, salud y trabajo y se ha autogestionado social y económicamente sin el apoyo del Gobierno. Así ha luchado en el espacio que se ha ganado por derecho», relató a Efe orgullosa la presidenta de la Asociación de Artesanos Shipibos Residentes en Lima (Ashirel), Karina Pacaya.
PROMESAS INCUMPLIDAS
La llegada del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad del COVID-19, y la consecuente cuarentena obligatoria ha hecho que este grupo de shipibos originarios de la amazónica región de Ucayali, en el este de Perú, se acuerde todavía más de las constantes promesas incumplidas de vivienda digna de diversos estamentos del Estado desde hace más de seis años.
En esa infructuosa espera un incendio arrasó la hacinada comunidad en 2016 y hace seis meses reconstruyeron sus casas con lo que tenían a mano. Reocuparon ese gran descampado de escombros tras esperar sin éxito más promesas que se esfumaron.
«De aquí nos querían sacar, y al volver hemos ganado nuestro derecho de posesión. Siguen queriendo sacarnos, pero sin un documento no nos vamos a mover», afirmó a Efe el presidente de la Asociación de la Comunidad Urbana Shipibo-Konibo de Lima Metropolitana (Acushikolm), Wilson Valle.
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«Han hecho un estudio diciendo que el suelo tiene mucha contaminación de plomo y arsénico, un pretexto para sacarnos. En 20 años nadie se ha muerto aquí por eso. Ya no nos van a engañar. Ya no confiamos en el Gobierno», añadió.
Valle, que en shipibo se llama Kaimeni (el hombre que no cesa de hacer cosas buenas) se conformaría con un título de propiedad y un desagüe. «El resto lo haremos nosotros ladrillo a ladrillo. No queremos ser mendigos ante el Estado. Somos un pueblo indígena y luchador», recordó.
VULNERABLES ANTE LA PANDEMIA
Sin nada más que cuatro maderas como paredes y un trozo de uralita como techo, las familias de Cantagallo se han visto confinadas en diminutas casas sin las condiciones mínimas de higiene, al carecer de desagüe y, por lo tanto, de una manera de librarse de sus aguas residuales.
«Sabemos que, para no contagiarnos, tenemos que lavarnos a cada rato y eso requiere mucha agua, pero la contaminación sigue porque no tenemos desagüe. No hay donde botar el agua usada. Con eso mojamos la calle», contó Pacaya, cuyo nombre en shipibo es Roninbiri (anaconda brillante).
Mientras la artesana conversa sobre la mesa donde elabora pulseras con motivos del arte shipibo como el kené, su hija lava los platos del almuerzo en una tina de plástico con un poco de agua que luego lanzará por la puerta a la tierra, como el resto de las familias.
«Con esta epidemia estamos en una situación muy crítica, más que cualquier ciudadano de clase alta o media que está en su piscina y con todos sus servicios básicos totalmente garantizados», añadió Pacaya sin quitarse su mascarilla de la boca.
Sin baños en sus casas deben recurrir al aseo de un mercado ubicado a unos 300 metros, pero al que no pueden ir durante las noches, cuando rige el toque de queda en el país.
ESTOICOS Y CON MUCHO ARTE
Dos casas más allá está Olinda Silvano, la artista más reconocida del arte shipibo, en pleno trabajo de pintar sobre una tela una escena costumbrista de tres mujeres elaborando artesanías a la que acompaña con la leyenda «Eara xobo bane tai» (Quédate en casa), uno de los lemas para animar a la gente a respetar la cuarentena.
Mientras perfila las letras, Reshinjabe (mujer de plumas de colores), como le gusta que le llamen en su lengua, recordó a Efe que ha preferido permanecer con su gente a pesar de que en sus numerosos viajes al extranjero para difundir el arte shipibo le han ofrecido incluso una vivienda con taller para ella sola. «No quiero tener nada que no me haya ganado con mi esfuerzo», apostilló.
Con ese humilde espíritu atávico de resistencia que parecen llevar en sus genes, Cantagallo mantiene estoico su reclamo de que dignifiquen sus viviendas con los servicios básicos.
Sin embargo, no por estar en la ciudad, Cantagallo es diferente al resto de indígenas de Perú, pues en la Amazonía solo el 13,4 % de las 2.703 comunidades nativas censadas tiene acceso a la red pública de agua potable y apenas el 7,7 % cuenta con desagüe.
La mayoría toma el agua de los ríos, que puede contener metales pesados producto de la minería ilegal, entre otras actividades, y a pesar de todas esas dificultades los nativos han acatado en masa la cuarentena e incluso han cerrado sus territorios, conscientes de que el COVID-19 puede causar estragos en ellos.
EFE