Maureen O’Hara, cien años de una pelirroja para la eternidad

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LOS ÁNGELES.- Suele ser injusto que a una actriz se la recuerde por sus atributos físicos, pero en el caso de Maureen O’Hara, que mañana cumpliría cien años, su impacto en joyas como «How Green Was My Valley» (1941) o «The Quiet Man» (1952) es comparable al que dejó en el público con su cabello pelirrojo y sus ojos verdes.

Actriz fetiche de John Ford y compañera inseparable de John Wayne, O’Hara fue una figura espléndida del Hollywood clásico.

Pero además pasó a la posteridad como «la reina del Technicolor», ya que con la progresiva desaparición del blanco y el negro en el cine su melena pelirroja y sus vivos ojos verdes se comían cada una de las escenas en las que aparecía.

Irlanda, la tierra en la que nació O’Hara el 17 de agosto de 1920 y a la que permaneció estrechamente unida durante toda su vida, conmemora estos días el centenario de la artista con algunos actos ligeramente trastocados por la pandemia del coronavirus.

Por ejemplo, el Museo Foynes Flying Boat & Maritime (Irlanda) celebrará el lunes un evento de homenaje que se podrá seguir por internet y en el que se mostrarán vestidos y otros objetos personales pertenecientes a la actriz.

La pregunta es legítima: ¿qué pinta un tributo a una estrella de Hollywood en un museo sobre aviones y vuelos transatlánticos?

Y la respuesta lleva directamente a Charles Blair, que fue el tercer marido de O’Hara, que era un apasionado de la aviación, y que murió en un accidente de hidroavión en 1978.

Como recuerdo a su esposo, O’Hara inauguró este museo en 1989 y dejó ahí una parte muy valiosa de su colección personal, incluido el Óscar honorífico que recibió en 2014 (la única estatuilla que consiguió de la Academia de Hollywood).

Asimismo, a lo largo de agosto se ha celebrado una nueva edición del torneo de golf Maureen O’Hara Blair que alberga cada año el club irlandés Glengarriff y que, en esta ocasión, tendrá actividades especiales por el centenario de la estrella.

AL LADO DE DOS JOHN

Maureen FitzSimons, por su nombre original, fue descubierta por Charles Laughton, quien facilitó su debut con 19 años en «Jamaica Inn» (1939) a los mandos de Alfred Hitchcock.

Después llegaría «The Hunchback of Notre Dame» (1939), pero su carrera despegó definitivamente al abrigo del maestro del cine John Ford con «How Green Was My Valley» (1941).

Especializada en papeles de mujeres duras y con carácter, su pareja ideal en la gran pantalla fue otro John, en este caso Wayne, con quien se midió en «Rio Grande» (1950), «The Wings of Eagles» (1957) o, sobre todo, «The Quiet Man» (1952), todas ellas bajo las órdenes de Ford.

Pero su carrera no se limitó a sus papeles con Ford y Wayne.

Para Henry King trabajó en «The Black Swan» (1942) y con Jean Renoir colaboró en «This Land Is Mine» (1943), mientras que en «Our Man in Havana» (1959) se puso a disposición de Carol Reed y en «The Deadly Companions» (1961) contribuyó al debut en la gran pantalla de un entonces novato en el cine Sam Peckinpah.

En 2004 publicó su autobiografía bajo el título «‘Tis Herself».

O’Hara falleció el 24 de octubre de 2015 a los 95 años, cuando estaba a punto de cumplirse el primer aniversario de la ceremonia en la que la Academia de Hollywood le dio su Óscar honorífico.

En esa gala, la actriz apareció en silla de ruedas y dio un discurso en el que recordó a Laughton, Wayne y Ford antes de regalar un proverbio irlandés al público presente como despedida.

«Que el camino se eleve para encontrarlos, que el viento esté siempre a su espalda, y que el sol brille cálidamente sobre su cara», cerró. EFE

Maureen O’Hara y John Wayne en el film The Quiet Man (El hombre quieto)

 

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