Han pasado casi quince años desde que un grupo de indígenas de la etnia amazónica Shipibo-Konibo se asentara sobre un antiguo vertedero de basura en la ribera del río Rímac, pero hoy aún continúan viviendo en precarias condiciones con la esperanza de ser reubicados.
La comunidad de Cantagallo da la impresión de ser un rincón de la amazonía peruana, con sus mujeres vestidas a la usanza tradicional de sus pueblos, aunque también es notoria la pobreza de las casas de madera, los caminos cubiertos de basura y el mal olor que brota de la tierra, según constató Efe.
Las razones que llevaron a 250 familias provenientes de la región selvática de Ucayali, en la zona oriental de Perú, a migrar y terminar viviendo sobre un relleno sanitario son diversas y permiten conocer casos como el de uno de los dirigentes de la comunidad Ricardo Franco, quien llegó huyendo del embate del terrorismo.
«Mis padres me trajeron aquí a raíz de la violencia que sufrían nuestros dirigentes, los Apus, y la comunidad indígena en general» recordó Franco a Efe.
«Muchas veces nos dicen ¿por qué no se regresan a sus comunidades? ¿por qué reclaman tanto?», afirmó Franco, quien reivindicó la libertad que tienen «como cualquier peruano» de elegir dónde vivir.
Otra de sus habitantes, Manuela Fernández Maina, contó a Efe que fue una de las primeras mujeres en llegar a Cantagallo y aunque no recuerda su edad, comenta que ha tenido diez hijos y cinco nietas que no pueden trabajar porque sufren de problemas de salud.
A las familias que se asentaron en Cantagallo por la violencia política se sumaron otros shipibos que llegaron en el 2000 para participar en la Marcha de los Cuatro Suyos, convocada para protestar contra la segunda reelección del entonces presidente Alberto Fujimori.
La comunidad continúa viviendo hoy en casas precarias de madera, sin servicios básicos de agua potable y desagüe, y rodeada por un ambiente plagado de moscas atraídas por la humedad y la basura.
A pesar de ello, sus habitantes no consideran la posibilidad de volver a Ucayali: «Allá no hay empleo, la educación es de muy baja calidad, todo eso nos obliga a buscar una mejor vida, es por eso que la mayor parte de las comunidades están saliendo de sus lugares de origen, porque no llega el empleo», comentó Franco.
Un ejemplo de la abismal diferencia en el nivel de la educación es el del dirigente, quien en la escuela de su comunidad aprendió a leer «más o menos bien» en castellano en sexto grado, mientras que en Lima sus hijos leen «desde los seis, siete años».
La comunidad fue trasladada hace unos años a la zona baja del cerro cuando la anterior gestión municipal, de la izquierdista Susana Villarán, anunció el proyecto Vía Parque Rímac, que abarcaba el terreno de Cantagallo en la creación de un parque de 25 hectáreas de áreas verdes.
«Con la gestión anterior acordamos que para permitir que la obra avanzara seríamos reubicados temporalmente para luego ser trasladados definitivamente a otro lugar», aseguró Franco.
Sin embargo, la actual gestión municipal, que comenzó en enero el conservador Luis Castañeda, ha anunciado que ya no hará esa obra, lo que ha puesto en alerta a los shipibos, que insisten en ser trasladados definitivamente a otra zona de la ciudad.
En una reunión que tuvieron esta semana, los representantes de la Municipalidad de Lima se comprometieron a facilitar los documentos del fondo de fideicomiso que se iba usar en la obra en un plazo de diez días con la finalidad de aclarar con qué dinero serán trasladados y se construirán sus nuevas viviendas.
Mientras esto sucede, estas 250 familias ven pasar las aguas marrones del contaminado río Rímac, que les hacen recordar a los caudalosos ríos selváticos, y mantienen la esperanza de poder encontrar un futuro mejor para sus hijos en una ciudad que aún no los acepta plenamente.EFE
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