Por Jorge Yarce
En el periodismo, en ocasiones, se dicen verdades a medias que acaban por ser mentiras. No porque el periodista se lo proponga, sino como un resultado de la precipitación, de la falta de análisis y criterio para distinguir, del afán de figurar y del deseo de ser el primero en decir las cosas. Se hacen afirmaciones difamatorias (recordemos que lo que se atribuye a alguien puede ser verdadero pero toda persona tiene derecho a la buena fama). Su palabra es la palabra humillada de que habla Jacques Ellul.
A fuerza de bombardear a los oyentes, televidentes o internautas, con noticias tremendistas, conturbadoras o violentas, se puede alterar la realidad de las cosas, de modo que lo blanco acaba siendo negro, los hijos aparecen enfrentados a los padres, los alumnos a sus maestros, los jueces son influidos en sus sentencias por el ruido de los medios y los ciudadanos terminan por desconfiar de la autoridad o rebelarse contra ella.
La palabra, un don precioso de la persona, es el arma del periodista, a través de la cual puede comunicar verdad, opinión, o falsedad, mentira o manipulación de los hechos. Es como un cuchillo en manos de una criatura, que puede ser bueno para cortar el pan, pero si lo usa mal, para ella puede ser fatal. Eso ocurre cuando la palabra es humillada por la prensa.
La palabra puede ser lo más simple (sonido vacío) o, como decía Tomás de Aquino, “verdad tronante” que construye mundos, que denuncia situaciones, que cambia comportamientos. Palabra que inquieta, que conturba, que causa daño cuando no ha sido comprobada, verificada con los hechos y con las personas afectadas y con todas las fuentes de la noticia.
La prensa humilla la palabra cuando la banaliza, la trivializa, la hace vehículo de la pasión, del odio, de la violencia o del consumismo. En una parte del periodismo actual parece que la imagen predominara sobre la palabra. Se cree a ciegas que “vale más una imagen que mil palabras”, lo cual no es tan cierto porque la palabra aporta el juicio sobre la realidad. Ella permite aclarar la confrontación entre la verdad y la mentira. No se pueden, pues, separar imágenes y palabras. La responsabilidad de la prensa es sobre las dos. La imagen nos da una globalización de golpe que necesitamos analizar con la palabra. La imagen toca el inconsciente, pero la palabra, a través del consciente la filtra, le quita la incertidumbre, le da precisión.
Los periodistas expresan, a veces, palabras que son dardos mortales para alguien o que crean confusión en el público. A veces lanzan palabras contundentes sobre hechos que requieren un mayor contexto y explicación a través de los razonamientos. Ha venido haciendo carrera un periodismo light: no comprometerse, aritmética de opiniones, no tocar el fondo de los asuntos, no averiguar demasiado, adentrarse en el mar de la superficialidad, de las suposiciones, de la búsqueda de ganchos que logren captar la atención del público.
Los periodistas, al contrario, deben ser muy estrictos en todos los géneros que manejan, y sobre todo en la noticia, buscar la mayor objetividad posible, y tratar de ofrecer los hechos escuetos, sin adornos, sin revestirlos de cosas no evidentes, y ofrecer la información que requiere la comunidad, yendo siempre tras la difícil verdad, tarea fatigosa y difícil aunque posible.
El compromiso de los medios con la palabra es exaltar la palabra, dignificarla haciéndola portadora de buenas nuevas, no sólo de noticias sobre el mal. Lo que importa, en último término, es dejar a un lado los compromisos –de amistad, políticos, de conveniencia-, que alejan de la verdad y luchar por lo que necesita la sociedad.
Fuente: https://www.ideasclaras.org/