Salvador Bernal
photo_cameraDiscurso del Papa Francisco a la Curia.
Han pasado más de cincuenta años desde que Pablo VI tuvo la feliz iniciativa de instituir la Jornada Mundial de la Paz el día primero de cada año. A lo largo de este tiempo, el romano pontífice no ha dejado de enviar al mundo un mensaje de esperanza, subrayando aspectos necesarios para encauzar el anhelo de paz que, a pesar de tanto conflicto, constituye uno de los rasgos definitivos de la cultura posmoderna.
Estos días, de la mano del papa Francisco, resulta inevitable meditar sobre las consecuencias positivas que podrían derivarse de la actual coyuntura. No se puede olvidar la lógica cristiana, tantas veces subrayada por Benedicto XVI: un acto violento –la muerte de Cristo en la cruz- se transforma sacramentalmente en eucaristía, acción de gracias, fraternidad.
La pandemia ha servido, al menos, para rescatar del olvido situaciones de indiferencia, rechazo, soledad, confrontación y dolor que paradójicamente sufren tantas personas en los países más desarrollados. El papa Francisco, que tantas veces se ha referido a la “cultura del descarte”, centra su mensaje anual en “la cultura del cuidado como camino de paz”: una faceta importante para construir una vida social basada en esa relación radical de fraternidad a la que dedicó su última encíclica.
La fraternidad cristiana ofrece un rasgo exclusivo diferencial, porque resulta inseparable de la común condición de ser hijos de Dios. Por eso, es perfectamente compatible con la existencia de múltiples identidades personales dentro de la radical identidad cristiana. Lejos de disminuir la libertad, como un posible paternalismo arcaico, el cuidado de los demás asegura la libre personalidad de cada uno. Está a años de luz del gran riesgo que significa la habitual y asfixiante intromisión de las autoridades públicas y de las grandes plataformas informáticas en la intimidad, en la vida privada de los ciudadanos.
Se comprende la continua referencia en los medios de comunicación al Leviatán, o al más próximo Gran Hermano de Aldous Huxley. Al contrario, como recuerda el papa Francisco en su mensaje, “la Sagrada Escritura presenta a Dios no sólo como Creador, sino también como Aquel que cuida de sus criaturas, especialmente de Adán, de Eva y de sus hijos”. Esa solicitud es a la vez previa e inseparable del mandato divino de cultivar y cuidar el jardín plantado en el Edén: “Esto significa, por un lado, hacer que la tierra sea productiva y, por otro, protegerla y hacer que mantenga su capacidad para sostener la vida”.
Con el nacimiento de Caín y Abel, nace una “historia de hermanos”, que confirmaría a juicio del papa, que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás”. No significa ignorar los problemas, porque de la diferente perspectiva de uno y otro respecto del cultivo más grato a Dios, surgirá el primer gran conflicto que acaba en la muerte, y exigirá de la divinidad nuevas intervenciones a través de sus alianzas con Israel. Incluyen la tradición proclamada por los profetas y subrayada hoy por Francisco: “la cumbre de la comprensión bíblica de la justicia se manifestaba en la forma en que una comunidad trataba a los más débiles que estaban en ella”.
Francisco nos invita a releer y repasar los principios de la doctrina social de la Iglesia que fundamentan la cultura del cuidado. Al cabo, el eje de ese capítulo de la teología moral católica es la primacía de la dignidad humana, hacia la que confluye todo, porque Dios confirió a cada persona un inefable estatuto al crearla a su imagen y semejanza. Me limitaré a señalar los puntos que recuerda el pontífice, y se añaden a la ya larga tradición de los mensajes de paz al comienzo del año:
* El cuidado como promoción de la dignidad y de los derechos de la persona.
* El cuidado del bien común.
* El cuidado mediante la solidaridad.
* El cuidado y la protección de la creación.