– Lo que para Donald Trump era un insulto, para Joe Biden es un reconomiento: el nuevo presidente de Estados Unidos es el estáblisment en estado puro. No se recuerda otro caso similar de haber llegado a la presidencia con mejor preparación. Se ha pasado casi medio siglo “dentro del beltway”. Se trata del sector ocupado por el Distrito de Columbia, que reclama ser reconocido como estado, rodeado por una enorme autopista. Biden sería perfectamente aceptado como guardia de tráfico, sin pasar por el examen.
Pero al aposentarse en su escritorio del Despacho Oval, apenas abra las carpetas emborronadas por el anterior inquilino de la Casa Blanca, quedará horrorizado. La agenda que le espera es un desafío para el innato ritualismo del perenne senador de Delaware. Pero no se amilanará por la tarea.
Cuenta con una paradójica ventaja sobre su predecesor: Biden es un buen perdedor. No se recuerda un caso similar de entusiasmo en apostar por la presidencia, al haber sido rechazado en anteriores intentos de la cruel campaña para la nominación de su partido.
En la agenda interior, Biden deberá tratar de aclarar el estado actual de la sempiterna y elusiva identidad de Estados Unidos. Nunca desde el intento suicida de Huntington al aplicar su tesis del enfrentamiento de civilizaciones a la médula de la identidad estadounidense, nadie había propinado mejor que Trump semejante herida al alma americana.
Biden deberá corregir la duda de que para ser ciudadano de Estados Unidos solamente se necesita querer serlo. Trump lo puso peligrosamente en duda. Para comprobar ese dislate solamente se debe inspeccionar los datos de la inmensa mayoría de los asaltantes al Congreso legislativo. Esa impresión se verá replicada también por un retrato global de una mayoría incómoda de los más de 70 millones de votantes de Trump.
Estados Unidos, que es una idea, no un país, y menos un “country”, debe ser resucitado por Biden. Trump actuó como una especie de príncipe maléfico que besó a la bruja durmiente. Biden la devolverá al sueño eterno. Optará por rescatar del secuestro a la bella princesa que estuvo enmudecida cuatro años.
Mientras testifica el resto del proceso de impeachment (inhabilitación), Biden deberá garantizar la seguridad interior con un mensaje equilibrado de dureza ante cualquier violación de la ley. Dejar sin castigo un craso ejemplo de insurrección sería un error fatal.
Para enderezar de una vez por todas la naturaleza del tejido social, Biden hará bien en cumplir su proyecto de facilitar el paso a la residencia legal y a la ciudadanía para los millones que se hallan en un limbo, ya dentro del país. Un problema distinto es como tratar con los nuevamente optan por el recurso de marchas desesperadas hacia la frontera.
En cuanto a las perspectivas de las elecciones de 2022, Biden deberá liderar su sólido electorado para que el resultado en el Congreso y Senado se consolide y crezca. Dependerá de la percepción que las nuevas medidas tengan para que no se pierdan las ventajas adquiridas.
En el exterior, dentro del regreso veloz al multilaterarismo, Biden deberá acelerar la recuperación de los funcionarios arrinconados en el Departamento de Estado, junto a la urgente sustitución de la multitud de embajadores de nombramiento directo por profesionales. Europa deberá recibir urgente prioridad en ese aspecto.
La cara exterior de Estados Unidos deberá enviar un mensaje claro al presidente ruso Vladimir Putin que el noviazgo con Trump se ha terminado y que para Washington la cooperación con la Unión Europea y la consistencia de la OTAN están por encima de veleidades personales. Biden deberá también terminar con la ambigüedad acerca de la relación con el incómodo tándem de monarquías árabes medievales y las conveniencias del actual gobierno de Israel.
En América Latina, Biden procederá con cautela. Si se confirma la nueva ola de regímenes “rosáceos”, impelidos por el hastío de los electorados ante el desastre gubernamental, la criminalidad y la corrupción, Biden hará bien en tratar cada caso individualmente.
No se descarta que proceda a endurecer el trato con Venezuela, pero opte por equilibrar la política de Obama hacia Cuba. El endurecimiento de actitud hacia La Habana generalmente refuerza la línea dura del gobierno cubano. El resultado es que los más perjudicados siguen siendo los sufridos ciudadanos cubanos.
Y si Biden no tiene éxito en algunos de esos capítulos de la apretada agenda, como “buen looser”, tomará nota y se aplicará para corregir los defectos para terminar su presidencia y –¿por qué no?—optar por una reelección, aunque para entonces tendrá 81 años, o por lo menos entregarle el relevo a Kamala Harris.
Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. jroy@miami.edu
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