He visto enemigos de las vacunas que obvian que existen distintos tipos de estas (no todas son de las que tienen la enfermedad «atenuada»). Para reforzar sus aseveraciones, hasta manifiestan tener miles de horas de investigación sobre el tema. Todo ello no sirve de nada si los resultados de tales «investigaciones» no son publicados paso por paso en alguna revista científica reconocida, por la sencilla razón de que así los científicos del mundo pueden analizar sus afirmaciones, recrearlas, refrendarlas o rechazarlas.
También gustan de citar a médicos y técnicos de distintas ramas para dar fuerza a aseveraciones, sin la necesaria comprobación. Ello no obedece al criterio científico, sino al dogmático, y ponerse a usar Facebook y otras redes para dizque difundir esa clase de «conclusiones», solo busca sembrar pánico en mentes débiles, que tristemente suelen ser muchísimas, y lo peor del caso: sin ofrecerles más alternativas que inmunidad «de rebaño», dudosas panaceas, la intervención de un milagro (sin riesgo para el milagrero) o la muerte resignada.
Por otra parte, no ha existido ni existe vacuna infalible para ninguna enfermedad, y con frecuencia sus consecuencias adversas son pocas y suelen no depender de la misma vacuna, sino de alguna condición previa o desconocida que tenga el paciente, como una alergia, por ejemplo. Es por eso que las vacunas se someten a muchas pruebas, para disminuir la posibilidad de consecuencias adversas derivadas de la propia vacuna, y quienes se ofrecen a someterse a tales pruebas, lejos de ser despreciados por los cobardes que jamás lo harían, merecen la gratitud de la humanidad y el reconocimiento universal.
La verdad es que actualmente es imposible conocer los efectos a muy largo plazo de ninguna de las vacunas contra el covid, porque se han desarrollado en tiempo récord. A riesgo de equivocarme, ahí si reconozco que es parte del riesgo que hay que asumir, pero no vacunarse se traduce en mayor proclividad a contraer la enfermedad y, peor aun, mayor peligro de transmitirla. Por eso, ciertamente quien no quiera vacunarse, que no lo haga; pero, así mismo, a quienes no se vacunen porque no quieren, deben ponerles alguna clase de identificación, para que por doquiera que vayan se sepa que no se han vacunado, y los dueños o responsables de establecimientos o sitios públicos o bien les nieguen la entrada o bien los tengan aislados donde no pongan en peligro a otras personas.
No hay que olvidar también que hay gente que no se puede vacunar, por condiciones clínicas o físicas que se lo impiden. Si un contagiado por decisión propia, transmite la infección a un inocente, sería una injusticia muy amarga, casi criminal. Es por eso que quienes no se vacunen deben ser debidamente identificados, registrados y, de ser necesario, aislados, para que no conviertan en portadores del mal a los ya vacunados ni menos que enfermen a quienes no se puedan vacunar.
Soy un luchador contra la discriminación, eso se sabe. Pero hay que hacerlo en algunos casos y uno de esos es el sanitario. Así ha sido siempre a lo largo de la historia de las enfermedades infecciosas que han aquejado a la humanidad. Quien no se vacune porque así lo ha decidido libremente, debe atenerse a que se le tenga que aislar o incluso, si no queda de otra, a ser rechazado de lugares donde ponga en peligro a quienes concurran a ellos.
José Ángel Garrido Pérez
Especialista en Lengua y Literatura Española
Expaciente de covid
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