Infamilia
El tiempo de convivencia con los padres es crucial para el adecuado desarrollo de los hijos y también lo es para la estabilidad emocional de los propios padres.
Cuando una mujer se convierte en madre experimenta cómo su vida y la de sus hijos se entrelazan. Crecen juntos, no solo los hijos sino también madres (y padres) experimentan “un salto” en madurez y en su desarrollo humano. Llegan a tener un motor que les lleva a conocer aspectos de su persona que no conocían y también habilidades que no se habían imaginado poder desarrollar. Cuántos progenitores se descubren motivados para hacer cosas extraordinarias porque es lo que sus hijos necesitan y con esto, dotan de sentido su propia vida. En este sentido se puede ver que los hijos más que convertirse en una “limitación”, pueden ser el mayor detonador de una nueva plenitud personal.
Uno de los retos que actualmente enfrentan las madres que se desempeñan en algún ámbito profesional, es sacar adelante una doble carga laboral porque además, en muchas de ellas recae la mayor parte del trabajo de casa, el cual ¡es trabajo! (por si todavía hay alguien que se atreva a decir que la mujer que se dedica a sacar adelante su casa “no trabaja, solo se dedica al hogar”). La administración del hogar, es decir, comprar despensa (y lograr que rinda el dinero), preparar comida rica, nutritiva y variada (o por lo menos intentarlo), encargarse de la limpieza, el orden de la casa y que siempre haya ropa limpia, pagar los servicios y un amplio etcétera, requieren de trabajo de planeación, administración de recursos y ejecución. Además de resolver imprevistos relacionados a la propia gestión.
Ahora bien, la maternidad propiamente conlleva la crianza de los hijos. Estudios refieren el impacto de las vivencias que ocurren en la primera infancia para el resto de la vida de toda persona. Por ejemplo: el lenguaje no verbal como cargar al bebé, mirarlo y acariciarlo provocan la formación de un firme vínculo afectivo que le permitirá desarrollar un primer sentido de comunicación; la lengua materna se va formando precisamente al escuchar hablar en su casa; y su seguridad y confianza se irá desarrollando conforme se dedique tiempo a la convivencia a través del juego y otras demostraciones de cariño. El cuidado de los menores de edad resulta tan caro por cualquier persona o institución, comparado con el cuidado en otras etapas, precisamente por la capacitación que requiere y la responsabilidad que supone una atención personalizada de tiempo completo.
Ahora bien, además de que el tiempo de convivencia con los padres es crucial para el adecuado desarrollo de los hijos, lo es también para la estabilidad emocional de los propios padres. Cabe subrayar que, aunque evidentemente la crianza de los hijos es derecho y deber de ambos padres, culturalmente se puede ver como una obligación de la madre, lo cual le puede llegar a provocar un enorme desgaste.
Si una madre pertenece al mundo laboral y además realiza prácticamente sola el cuidado de su casa y sus hijos, acabará exhausta. Muchas mujeres duermen poco, ya que se quitan horas al sueño justamente para sacar adelante todo lo que se espera de ellas. Sobra decir las repercusiones tanto en su salud física como emocional. Sea que trabajen para un patrón o trabajen por su cuenta para conseguir su ingreso, es importante que en primer lugar el cónyuge valore y coopere corresponsablemente en las labores de la casa, pues en realidad es un trabajo que les corresponde a ambos. Conforme los hijos crezcan es importante también educarlos no solo para que sean autosuficientes, sino también responsables en el cuidado de sus cosas y del bienestar de todos los de su familia, y que justamente colaboren en las labores de la que también es su casa.
En este mes que se dedica a celebrar a las madres, iniciemos por revalorar todo el esfuerzo que realizan para el cuidado de su familia. Y que este reconocimiento se concrete en acciones para aliviar un trabajo excesivo con una cooperación efectiva y constante.