Carlos Meneses Sánchez/ EFE
«En dos semanas perdí a mi padre, mi madre y mi abuelo». La misma historia se repite a lo largo y ancho de Brasil. Miles de hijos sin padres por culpa de la covid-19. Son los huérfanos de la pandemia, víctimas de una tragedia invisible aún sin respuesta por parte de los organismos públicos.
Al menos 45.000 niños y adolescentes se han quedado sin sus dos progenitores durante la pandemia, según cálculos preliminares del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada de Brasil.
Julia, Valentina y Heloísa están ahora al cuidado de sus abuelos en la localidad de Jundiaí, en el interior del estado de Sao Paulo. Tienen seis, tres y un año edad.
Su madre murió en marzo con 26 años por la covid-19. No tenía problemas de salud previos. Su padre las abandonó a los pocos días del fatal desenlace al marcharse al estado de Maranhao, a 3.000 kilómetros de distancia. Desde entonces, ningún mensaje, ninguna llamada. Nada.
Los abuelos pasaron entonces a hacerse cargo de sus tres nietas con lo justo en el bolsillo. De la noche a la mañana pasaron de ser cuatro a siete en casa.
«Tuve simplemente que aparecer con una sonrisa al día siguiente y decirles a mis nietas que está todo bien, que la abuelita está aquí», explicó a Efe Adriana del Rio con un nudo en la garganta.
El impacto emocional y económico ha sido enorme. Tuvieron que mudarse para poder acoger a todos. Las nietas sufren «momentos de crisis» con frecuencia. Sus nuevos tutores, también.
Heloísa, la benjamina, sonríe al ver una foto de su madre en el celular. La abuela se desmorona al ver la reacción de la pequeña, todavía sin conciencia de lo ocurrido.
«Es un dolor que nunca va a pasar. Solo Dios me enseñará a convivir con él», lamentó.
UN PROYECTO DE MADRES PARA SALVAR A LOS HUÉRFANOS
Del Rio encontró el apoyo para salir adelante a través de un proyecto impulsado por tres madres de Jundiaí al que se han sumado cientos de personas. La iniciativa, «Madres que acogen», ya ha dado amparo a 25 menores. Y no dan abasto.
«Esta última semana fue terrible porque llegaron 19 menores de cinco madres que fallecieron», afirmó a Efe la abogada Renata Paschoalini, una de las fundadoras del proyecto, desde el cual dan asistencia económica y psicológica a los huérfanos por medio de donaciones y voluntarios.
La idea nació al conocer el caso de Ryan Lucatto, de 20 años y su hermano, de 10. En apenas dos semanas perdieron a su padre, su madre y su abuelo, todas víctimas de la covid-19.
Su padre, repartidor, fue el primero en ingresar en el hospital. Poco después lo hizo su madre, quien trabajaba como empleada doméstica. Ninguno de los dos superaba los 45 años. Ninguno pudo parar de trabajar. Ninguno sobrevivió. Entre medias murió su abuelo.
«La primera pregunta que me hizo mi hermano fue, ¿papá y mamá sufrieron? Le dije que, por lo que sabía y conocía, no porque los dos estaban intubados. Y ahí me preguntó, ¿los encontraremos algún día en el cielo? Creo que sí, le dije. Esas son las dos únicas preguntas que me hizo», recordó.
Lucatto confesó que al principio no se tomó muy en serio el virus. Pensó que era una «gripecita», término que generalizó el presidente Jair Bolsonaro, un ferviente negacionista de la pandemia.
SIN RESPUESTA DEL GOBIERNO
Mientras, los números siguen creciendo. Todos los días mueren unas 2.000 personas por la enfermedad. Ya son 450.000 en total. Quince meses después del primer contagio, el Congreso ha empezado a discutir un proyecto para otorgar una pensión a los huérfanos de la covid-19, como hizo Perú.
La medida es de vital importancia, pues muchos de los padres de esos menores trabajaban en la informalidad, por lo que, a priori, no tienen acceso a las pensiones de orfandad vigentes.
En esas discusiones participa Glauce Galúcio, directora del Instituto de Pesquisa y Enseñanza para el Desarrollo Sostenible, en Amazonas, uno de los estados brasileños más afectados por el virus.
Ella también puso en marcha una campaña solidaria parecida a la de Jundiaí, «Amo a mi prójimo». Desde enero, han auxiliado a 160 huérfanos, que afrontan el trauma de formas diferentes.
Algunos entran en estado de shock, otros se encierran en sus cuartos y no quieren hablar con nadie. También los hay que expresan su tristeza con agresividad o entre lágrimas, según la educadora.
«Los huérfanos no van a dejar de existir. La falta de camas se soluciona construyendo un hospital de campaña, pero los huérfanos de la covid es un problema endémico. Cabe a nosotros, como sociedad, hacer algo en pro de esos niños», sentenció.
EFE