Si Eduardo Tasayco Soto compuso el vals “Chincha cuna de campeones” que lo cantaron Los Embajadores Criollos; la sin par Chabuca Granda de su autoría cantó “Puño de Oro” dedicado a Mauro Mina; las voces de Pedrito Otiniano y Noemí Polo no se quedaron atrás cuando cantaron “Bom Bom” de Pedro Espinel en homenaje a un pugilista que ganó en cualquiera ring que se presentó y que en los últimos años de su vida se le prohibió el ingreso al Estadio Nacional: José Coronado Solano o simplemente ‘Bom Bom’ Coronado (Chincha Alta 1921-1952).
Cuando sólo tenía 10 años se vino con su familia. Fue el distrito de La Victoria el que lo acogió y comenzó a verlos en acción cuando desde muy temprano salía a correr por sus parques y luego cruzar puños con muchachos deportistas como él. ‘Bom Bom’ no pegó con la contundencia como Mauro Mina ni ‘Antuco Frontado’, Eulogio Quiroz, el mismo Vicente Pastor pero sí la técnica de Ángel Bernaola y Fridolino Vilca.
Fue un boxeador de fina estampa, con noción de la distancia, técnico, aguerrido, elegante al momento de pegar y una destreza para zafar y contragolpear con un boxeo que muy pronto no sólo acaparó el interés de los aficionados limeños que no había un fin de semana que no llenaran las graderías del coloso Manco Cápac para verlo boxear y ganar a todo púgil que se le pusiera por delante en esa época del 30-40-50 sino que su nombre traspasó fronteras.
Por eso no tardaron los contratos y ‘Bom Bom’ se fue a boxear a Chile, Argentina, Brasil y Uruguay. Derrotó a todos: al mapochino Vergara, al uruguayo Martínez, al brasileño apodado ‘Vinagre’ y al argentino Countró. Su enorme resistencia para recibir golpes y también darlos le continuaron deparando éxitos y así se vino a Lima. ¿Cargado de dinero? De ninguna manera. Los contratos no eran como los de hoy donde, por ejemplo, el filipino Manny Pacquiao tiene en su poder un total de 500 millones de dólares.
Ni qué decir del estadounidense Floyd Mayweather Jr que sin mover un músculo de su rostro reveló hace poco que su fortuna ascendió a la monstruosa cifra de 1,200 millones de dólares y al que siempre la televisión lo presenta echado sobre una cama y, en vez de sábanas tiene enormes fajos de dólares.
Con ‘Bom Bom’ Coronado otra fue la historia. Como campeón sudamericano peso pluma a los 17 años murió a los 31 un 7/5/1952 en medio de la gloria pero enfermo. Mi amigo, periodista y antropólogo Raúl Tito Castro que llegó a investigar su vida reveló que ‘Bom Bom’ desde los 14 comenzó a calzar guantes “que le quedaban grandes” pero muy pronto conoció los secretos del boxeo cuando lo tomó a su cargo el recordado Guillermo Peñaloza, quién como expresa Castro confió desde el primer momento en él “a pesar de sus espaldas cortas, su cuerpo larguirucho y sus piernas flacas”, llegó a describirle Ricardo Coronado, hermano del púgil, a quien Castro entrevistó. José ya era un tesoro en bruto a los 15 años y si no llegó a ir a boxear a las Olimpiadas de Berlín en 1936 fue porque tenía esa edad.
Pensar que 16 años después de iría de este mundo. A veces pienso que la fragilidad humana merecería algún consuelo y ‘Bom Bom’ la mereció con creces no sólo por la vida apretada y humilde que vivió sino porque sobre el ring peleó 46 veces y solo perdió en cuatro ocasiones y empató seis. Fue un grande y, como anoto en el primer párrafo de esta columna, con todo lo que ofreció en su corta existencia no se le permitió el ingreso al Estadio Nacional a ver un partido de fútbol. Algunos le llaman mezquindad aun cuando el olvido está lleno de memoria y ‘Bom Bom’ sigue presente entre nosotros.