Desescalada: Cuando Kafka volvió a salir a pasear

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En otoño de 1923, Franz Kafka llegaba a Berlín para vivir con Dora Diamant, una actriz judía de origen polaco a la que había conocido en el balneario de Müritz. Su amor fue fulgurante e intenso y con ella pasaría los últimos meses de su vida. En este tiempo consiguió volver a salir a pasear y recuperar un poco de color y ternura. Célebres son sus paseos por el parque Steglitz, en los que la pareja dejaba que el sol de la tarde los acompañase sin otra ocupación que mirar a lo que ocurría a su alrededor.

En uno de estos paseos, Dora y Kafka se encontraron con una niña que lloraba desconsolada sentada en un banco. Preocupados, fueron a ver qué le ocurría a la joven, que les indicó que había perdido a su muñeca. Los dos se miraron enternecidos y Kafka no pudo resistir decirle alguna palabra de aliento. “No te preocupes pequeña, tu muñeca sólo ha salido de viaje”, le dijo. La niña, que no entendía cómo aquel señor tan alto y delgado podía saber dónde estaba su muñeca, le preguntó en seguida cómo lo sabía. “Porque me ha escrito una carta”, contestó Kafka.

La niña empezó a interesarse por la historia. “¿Tienes la carta contigo?”, le preguntó y Kafka tuvo que disculparse, diciendo que se la había olvidado en casa, pero que si mañana volvía al parque se la enseñaría encantado. La niña dejó de llorar por primera vez y prometió que mañana estaría en el mismo sitio para saber dónde había ido su muñeca y por qué se había marchado sin decirle nada.

Según contó Dora Diamant en 1952, pocos meses antes de su muerte, Kafka corrió aquella tarde a su casa a escribir la carta para la niña. El mismo hombre que había descrito los males del hombre contemporáneo y el absurdo de la existencia, ahora quería confortar a una niña pequeña que había perdido a su muñeca. Según Diamant, puso todo su esfuerzo porque está convencido que si inventa una historia lo suficientemente encantadora podrá hacer que la pequeña olvide su pena

Al día siguiente, más o menos a la misma hora, la pareja volvió al parque en busca de la criatura. La niña está allí, sentada otra vez en el banco, y sonríe al verles. “¿Me has traído la carta?”, pregunta antes incluso de decir hola. Kafka se la entrega, pero la niña le ruega que se la lea, porque todavía no ha aprendido a leer. El escritor empieza a leer. En la carta, la muñeca le explica que quiere mucho a la niña, pero necesita un cambio de aires y otras aventuras, por lo que ha tenido que marcharse por una temporada. Hasta que se vuelvan a encontrar, dice, le escribirá todos los días y le contará lo que hace. “Así parecerá como si estuviésemos juntas”, asegura.

Durante tres semanas, Kafka volvió a diario a ver a la niña y entregarle una de esas cartas. La niña estaba electrizada con las aventuras de su muñeca, hasta creerlas sus propias aventuras. Estamos en noviembre de 1923. En junio de 1924, Kafka morirá. Y en estos últimos meses el escritor fue feliz por unos instantes confortando a una niña que sufría por una muñeca perdida. La historia es admirable desde todos los puntos de vista.

En el recuento de Dora del año que pasó con el escritor de La metamorfosis, la actriz cuenta cómo escribía aquellas cartas con la misma pasión que lo hacía con sus obras maestras y que nunca fue tan feliz de cuando volvía a casa después de leer aquellas misivas. En la última carta, después de haberle hecho pasar mil y una aventuras, Kafka le explica a la niña que la muñeca se va a casar y va a iniciar su luna de miel, así que quizá no pueda escribir tan a menudo. Le explica cómo es el joven con el que se va a casar, cómo le pidió en matrimonios, el lugar en el campo donde se casarán, incluso le describe la casa donde vivirán su vida como jóvenes enamorados.

A estas alturas, la niña tiene tan presente a la muñeca en su imaginación que ya no la necesita en la realidad. La historia ha sustituido al drama de la pérdida y ha llenado a la pequeña de nuevos deseos y aventuras en las que vivir. Kafka y la niña se despidieron para siempre. A veces volvían a encontrarse en el parque, y se saludaban afectuosamente, pero ya no existía la necesidad de conocer más sobre la muñeca. Nunca se recuperaron esas 21 cartas, nunca se supo quién fue aquella niña, pero Dora Diamant nos regaló esta fascinante historia de uno de los escritores fundamentales del siglo XX.

En este largo proceso de desconfinamiento, en que echamos de menos la vida que llevábamos antes, y no hay muchos consuelos a los que agarrarse, es bueno recordar cómo Kafka ayudó a esta niña a superar el duelo y la empujó a vivir una nueva vida más rica y llena de magia. Es curioso como nosotros hemos perdido estas cartas, pero las hemos sustituido por la historia de cómo fueron escritas. Lo mismo que le ocurrió a la niña.

Con información de agencias de noticias

 

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